Reavívanos . Mark Finley

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Название Reavívanos
Автор произведения Mark Finley
Жанр Документальная литература
Серия Reavivamiento y reforma
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877983944



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diferencia. La oración intercesora es poderosa. Al igual que el muro de Berlín cayó cuando el pueblo de Dios oró, los muros que nos impiden tener una experiencia íntima con Jesús caerán cuando se lo roguemos a Dios. Los muros que impiden el reavivamiento poderoso que Dios anhela enviar a su iglesia se desmoronan ante el sonido de la intercesión ferviente. Los muros del orgullo, el prejuicio, la ira, la amargura, la lascivia, la complacencia, la tibieza y el materialismo ceden ante el movimiento del Espíritu Santo expresado en la oración.

      La oración es absolutamente necesaria para que ocurra un reavivamiento. A. T. Pierson hace esta observación atinada: “Desde el día de Pentecostés, no ha habido un despertar espiritual en lugar alguno que no haya comenzado con una unidad en la oración. Aunque fuese entre dos o tres, ningún movimiento externo de avance ha continuado después de que las reuniones de oración han declinado” (citado en Arthur Wallis, In the Day of Thy Power [En el día de tu poder], p. 112).

      En la oración, humillamos nuestro corazón ante Dios, reconociendo nuestra dependencia total de él. En la oración, nos unimos a David para implorar: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Confesamos con Daniel: “No obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas” (Dan. 9:10). Clamamos con Pablo: “¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” Y con el apóstol, en oración, nuestra fe se aferra a las promesas de Dios y, con gozo, exclamamos: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Rom. 7:24, 25).

      La oración abre nuestra vida al poder purificador de Dios. Durante la oración, el Espíritu Santo nos hace una radiografía del alma. Percibimos pecados ocultos y defectos de carácter que impiden que seamos los testigos poderosos que él desea que seamos. La oración nos conduce a una relación íntima con Jesús. En la oración, abrimos nuestra mente a la conducción del Espíritu Santo. Buscamos su sabiduría, no la nuestra.

       La oración y el gran conflicto

      En el contexto del gran conflicto entre el bien y el mal, la oración también le permite a Dios obrar con mayor poder que si no hubiésemos orado. Este conflicto entre Cristo y Satanás es una batalla entre las fuerzas del infierno y las fuerzas de la justicia. La lucha es real. Miles y millones de ángeles buenos y de ángeles malos participan en ella. El último libro de la Biblia, Apocalipsis, describe la batalla en estos términos: “Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón” (Apoc. 12:7). Una tercera parte de los ángeles se rebeló contra Dios (Apoc. 12:4). Estas fuerzas malignas producen frustraciones, enfermedades, desastres y muerte en nuestro mundo. Las fuerzas de la justicia traen gozo, paz, salud y vida.

      Cada uno de nosotros participa también en este conflicto. Nuestro planeta se encuentra en rebelión contra Dios. Cuando nuestros primeros padres, Adán y Eva, cedieron a las tentaciones del maligno, perdieron el dominio que Dios les había concedido sobre este planeta. Satanás se convirtió en el “príncipe de este mundo” (Juan 12:31). La Biblia también se refiere a él como el “príncipe de la potestad del aire” (Efe. 2:2). En esta gran controversia, “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efe. 6:12).

      La oración es el arma para vencer los poderes del infierno. “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Cor. 10:4). Por medio de la oración, damos permiso a Dios para que obre poderosamente en nuestro favor. En esta lucha universal, Dios se autolimita voluntariamente. Él no violenta nuestra facultad de decisión. Dios nunca obligará a nadie a servirlo.

      Él está haciendo todo lo que puede para salvar a toda la humanidad dentro del marco del conflicto entre el bien y el mal. Ya sea que yo ore o no, él busca relacionarse con los miembros de mi familia. Ya sea que otros oren por mí o no, él obra en mi vida. Ya sea que yo ore o no, Dios me da cierta medida de protección por medio de los seres angelicales.

      Cuando oro y lo busco por medio de la oración, abro nuevos canales que permiten a Dios, en el contexto del conflicto entre el bien y el mal, hacer cosas que de otro modo no haría. Dios no solo respeta el libre albedrío de quienes no oran, sino también respeta mi libre albedrío cuando oro. “Forma parte del plan de Dios concedernos, en respuesta a la oración hecha con fe, lo que no nos daría si no se lo pidiésemos así” (El conflicto de los siglos, p. 580).

      A medida que oramos, Dios derrama su Espíritu sobre nosotros. La oración permite que el Dios de poder ilimitado ayude a quienes lo necesitan. El texto maravilloso de 1 Juan 5:14 al 17 describe lo que ocurre cuando oramos. Muchos textos en la Biblia nos animan a orar, pero estos versículos hacen más que aconsejarnos a orar. Hacen algo más que animarnos; también explican por qué la oración es tan eficaz. En 1 Juan 5:14 y 15, el apóstol declara: “Y esta es la confianza que tenemos en él”. Nuestra confianza no radica en nuestra fe, nuestra confianza se encuentra en él. El apóstol continúa: “Si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”. Podemos tener absoluta confianza en que, cuando venimos a Dios, él oirá nuestras peticiones.

      El siguiente versículo revela lo que ocurre cuando intercedemos por alguien más: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte”. El pecado que conduce a la muerte es el pecado imperdonable. Es la condición que existe cuando las personas han endurecido sus corazones contra Dios. “Pedirá”. ¿Quién pedirá? El intercesor. ¿Qué ocurre? “Dios le dará vida [al intercesor]; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte” (vers. 16). Dios derrama su vida por medio de nosotros, para alcanzar la vida de otros. Somos los canales por medio de los cuales Dios derrama su poder sin límites. Dios honra nuestra intercesión de corazón por otra persona. La oración intercesora da resultados.

       La vida de oración de Jesús

      Jesús es nuestro gran modelo de intercesión. Era su costumbre retirarse a un lugar apartado para orar. Buscaba a Dios y le pedía fortaleza para enfrentar los desafíos del día. Rogaba a su Padre que le diera fuerzas para vencer las tentaciones de Satanás. El Evangelio de Marcos registra uno de los momentos de oración de Jesús en la madrugada con estas palabras: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mar. 1:35). Si Jesús, el divino Hijo de Dios, entendía que necesitaba orar, ¿no necesitaremos nosotros orar mucho más en nuestra vida? Jesús reconocía que el poder espiritual interior proviene de la oración. El Evangelio de San Lucas registra los hábitos de Jesús respecto de la oración: “Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Luc. 5:16). La oración no era algo que Jesús hacía ocasionalmente, cuando surgía una necesidad o un problema. La oración era una parte integral de su vida. Era la clave para mantenerse conectado con el Padre. Era la esencia de una espiritualidad vibrante. El Salvador renovaba diariamente su relación con su Padre por medio de la oración. Una vida de oración le dio a Jesús el valor y la fortaleza para enfrentar la tentación. Salía de estas sesiones de oración con frescura espiritual y una determinación más profunda de hacer la voluntad del Padre. En su descripción de uno de estos períodos de oración, Lucas añade: “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” (Luc. 9:29). Jesús irradiaba la fortaleza que proviene de los momentos en la presencia de Dios, por medio de la oración. Si Jesús, el divino Hijo de Dios, necesitaba pasar tiempo en la presencia de Dios para vencer las fieras tentaciones de Satanás, ciertamente nosotros necesitamos, con mayor urgencia aún, pasar tiempo en la presencia de Dios.

      Jesús nunca estaba demasiado ocupado como para no orar. Su agenda no estaba tan llena como para no poder dedicar tiempo a su Padre en comunión. Nunca tenía tanto que hacer que tuviera que entrar y salir apresuradamente de la presencia de su Padre. Jesús salía de estos momentos íntimos con Dios con nueva fuerza espiritual. Estaba lleno de poder porque dedicaba tiempo