Название | Enséñales a amar |
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Автор произведения | Donna Habenicht |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877983432 |
Los padres “sintonizados” entienden cuán difícil es comenzar en una nueva escuela, y por eso proveen abundante compañía familiar para ayudar a disipar la inseguridad que produce una mudanza. Al detectar que el autoconcepto de un adolescente necesita estímulo, proveen una mirada animadora y palabras que dicen “¡Estás bien!”
El hecho de poner atención y anticiparse a las necesidades del niño es la verdadera prueba de madurez para los padres. Muchas veces esto significa poner de lado los sentimientos personales de cansancio o irritación, y atender las necesidades de los hijos. Pero esto tiene una gran recompensa.
De esa manera, los padres “sintonizados” les dan a sus niños un irresistible mensaje de amor. Sus hijos saben que mamá y papá están de su lado. Y este es el mensaje fundamental del amor de Dios: él está a nuestro lado todo el tiempo, caminando con nosotros, animándonos, aun cargándonos en momentos de extrema desesperación. Tus niños descubren la naturaleza y la realidad del amor espiritual, al experimentar tu amor.
Imagina a tu hijita sosteniendo una taza con la palabra “amor” escrita por todo alrededor. En lugar de pedirte agua, te pide amor. ¿Le llenarás la taza? Ella tiene una necesidad casi insaciable de amor. Es tan importante para su crecimiento emocional y espiritual como el líquido lo es para su crecimiento físico. ¿Le negarás a tu niña lo que necesita? O, peor aún, ¿harás caer rudamente la taza de sus manos derramando su contenido y dejándola vacía? No, no lo harías a propósito, porque la mayoría de los padres dicen amar a sus hijos. Pero quizá, sin darte cuenta de lo que está sucediendo, podrías estar fallando en dar satisfacción a sus necesidades de amor. Si tu niña emerge de una primera infancia con su necesidad de amor satisfecha solo a medias, muy probablemente va a pasar el resto de su vida tratando de satisfacer aquella profunda sed –y hambre– no satisfecha. Pero si su “copa de amor”, como dijera Kay Kuzma, desborda con el amor experimentado en la primera infancia, se sentirá satisfecha por el resto de su vida. No tendrá necesidad de gastar su energía emocional tratando de llenar el vacío. Entenderá, en cambio, el amor de Dios y tendrá amor en abundancia para dar a otros.
Comunicar el amor de Dios a nuestros hijos es un proceso de cada momento, de cada día. Una de las maneras más poderosas de mostrar amor es escuchar verdaderamente a nuestros hijos. Nos llegamos a acostumbrar a su charla interminable y a menudo no prestamos atención cuidadosa a lo que están diciendo. Muchos niños, rara vez, tienen la experiencia de ser escuchados atentamente por un adulto. Cuando atiendo a un niño en terapia por dificultades emocionales, una de las herramientas más poderosas de que dispongo para ayudarle es mi atención indivisa. Le presto atención de una manera que el niño probablemente jamás experimentó antes, y al hacerlo, le comunico un poderoso mensaje de amor y cuidado. Tú puedes comunicar el mismo mensaje.
Tomasito tenía nueve años. Tenía dos hermanas mayores, y su mamá era una madre soltera. Ella me había pedido que tuviera algunas sesiones de aconsejamiento con su hijo para ver si podíamos descubrir por qué actuaba tan belicosamente.
Durante una de nuestras entrevistas, le hice a Tomasito una pregunta que a menudo hago cuando estoy aconsejando a un niño.
–Tomasito, imaginemos que yo pudiera cambiar cualquier cosa que no te guste. Ahora bien, tú y yo sabemos que yo no puedo hacerlo, realmente, pero podemos imaginarlo. En este juego simulado, ¿qué te gustaría que yo cambiara en tu familia?
–Bueno, usted podría hacer que mis hermanas no me fastidien tanto –respondió con prontitud y, después de una pausa, continuó–, pero lo que más deseo, en realidad, ¡es que usted hiciera que mi madre me preste atención! Ella ni siquiera oye lo que le digo.
–¿Qué te hace pensar que no te presta atención? –le pregunté.
–Bien, prácticamente el único momento que tenemos para hablar es después de la cena, cuando lavamos los platos. Al regresar de la escuela, ella está demasiado ocupada con la cena y demás. Y mis hermanas hablan durante la comida. De modo que el único momento que tengo para decirle algo es mientras lavamos los platos. Cuando hablo, ella sigue lavando los platos. ¡Ni siquiera me mira! Yo sé que no oye nada de lo que le digo.
Por supuesto, la madre del niño pensaba que lo estaba escuchando. Pero hay una gran diferencia entre el proceso fisiológico de oír y el emocional de escuchar. Ella oía, pero para Tomasito, no lo estaba escuchando. Y como resultado, pensaba que no le importaba.
Encontré un excelente indicio de lo que significa realmente escuchar en el Salmo 116:1 y 2: “Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas; porque ha inclinado a mí su oído; por tanto, le invocaré en todos mis días”.
En el diario vaivén de la vida hogareña, ¿cómo puedes prestar verdadera atención a tus niños?
Primero, deja de hacer lo que estás haciendo. Murmurar, “¡ah!”, “¡oh!”, mientras sigues leyendo el periódico, no es prestar atención. Pero detenerte en tu actividad significa: “tú eres, para mí, más importante que cualquier otra cosa”.
Segundo, agáchate a la altura de tu hijita, mírala a los ojos y sonríe. El acto de mirar a los ojos y sonreír dice: “me interesas”.
Tercero, haz comentarios apropiados. Responder a lo que el niño está diciendo da a entender: “tus ideas son valiosas e importantes”.
Si la madre de Tomasito hubiera detenido momentáneamente su tarea de lavar los platos, y lo hubiese mirado, respondiendo brevemente a sus ideas, podría haber continuado con los platos mientras se desarrollaba la conversación. Su hijo habría sentido que ella estaba realmente prestando atención. De ese modo, le habría transmitido un mensaje de interés y cuidado.
En verdad, prestar atención no toma mucho tiempo; generalmente un minuto o dos. Toma menos tiempo, al final, que tratar con un niño insistente que se siente menospreciado. Imagina a Dios inclinándose para oír, luego imagínate a ti mismo como un canal a través del cual su amor fluye hacia tu hijo. Prestar atención toma solo un momento, pero el mensaje de amor dura toda la vida.
¿Qué sucede cuando un niño no experimenta amor durante su niñez? Carola, la hijita de Ana, había sido una de las pacientes de mi esposo desde su infancia. Cuando Carola tenía cuatro años, sus padres decidieron enviarla al jardín de infantes en el plantel de la Universidad Andrews. Allí Carola oyó a muchos niños hablar de la Escuela Sabática y quiso ir ella también. En vista de ello, Ana le preguntó a mi esposo qué debían hacer para asistir a la Escuela Sabática de la iglesia universitaria. Mi esposo, por supuesto, con gran interés los invitó a asistir el sábado siguiente. Me encontré con ellos en la puerta y los presenté a los líderes de la división de Infantes. A medida que Ana y yo nos fuimos conociendo durante las semanas siguientes, supe que ella se quedaba toda la mañana en la sala de espera de los estudiantes, mientras Carola asistía a la clase de Infantes, porque no quería hacer el largo viaje desde su casa dos veces cada mañana. Como la sala de espera de los estudiantes no es un lugar donde yo quisiera pasar toda una mañana, la invité a venir a casa, donde podría estar más cómoda. Le ofrecí la llave y le dije que podía ir ella misma a casa mientras yo estaba enseñando en el campus. Movió la cabeza y me miró como si no entendiera, pero no aceptó la llave. De modo que no insistí, y le dije simplemente que me sentiría feliz de compartir nuestra casa con ella.
Pasaron los meses, y Ana y yo llegamos gradualmente a conocernos mejor. Comenzó a asistir a la clase bíblica del pastor, y nuestra amistad creció. Cuando H. M. S. Richards Jr. vino a nuestro plantel para la semana de oración de primavera, la invité a asistir conmigo, por cuanto todavía pasaba toda la mañana en la sala de espera de los estudiantes. Aceptó mi invitación y asistió a las reuniones matutinas conmigo.
El jueves por la mañana, el pastor Richards habló acerca de Juan 17 y del amor incondicional de Dios. Cuando salíamos de la iglesia, Ana se volvió súbitamente a mí y me dijo:
–¡Ahora entiendo por qué eres así!
Confundida, me pregunté