Название | Amarillo |
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Автор произведения | Blanca Alexander |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789566039778 |
KIT HARRISON
Diora aguardaba junto a la cama de Sebastián, observaba con detenimiento la pintura del sistema solar que adornaba la habitación. Apreció las imágenes de la Tierra y la Luna, un planeta rojo con sombras, otro amarillo opaco y el más pequeño de color naranja con zonas azules. También vio el plantea marrón rodeado por el anillo plateado, seguido del último, lila con partes blancas. Todos estaban rodeados de un cielo oscuro lleno de estrellas.
Milton entró a la habitación vestido con el uniforme militar. Llevaba una taza de café entre sus manos.
—¿Qué sucedió? ¿Cómo fue que Sebastián perdió el conocimiento?
—No se sabe, estamos esperando que despierte para averiguarlo. —Diora regresó el rostro hacia su hijo.
—Sobre anoche… no recuerdo muy bien lo que pasó…
—No es momento para hablar de eso. Si te intriga tanto, debes saber que no ocurrió algo fuera de lo que siempre sucede cuando estás ebrio.
—Es fácil juzgar cuando no se tiene idea de toda la realidad —susurró Milton.
—Sí, había olvidado que tú eres la víctima y los demás son culpables.
En ese momento, Milton se fijó en la pintura que decoraba las paredes.
—¿Qué es esto? ¡Le había dicho que todo sobre el universo estaba prohibido para él hasta nuevo aviso!
—Luego de que le confiscaras las fotografías del sistema solar, decidió dibujarlo y colocarle color. Está convencido de que existen más planetas y de que posiblemente haya vida en alguno de ellos.
—¡Por esa razón se los quité! ¡Le dije que no hablara más sobre eso!
—¡No lo hace! Solo pinto un cuadro, ¡déjalo en paz!
—¡No entiendes nada!
—¡Claro que entiendo! Sé muy bien por qué el gobierno ha desaparecido durante años a quienes no se adaptan, a quienes no pueden controlar, ¡a todos los que son como Sebastián!
Milton arrojó la taza de café contra la pared y salió de la habitación dando un portazo.
Un segundo después, Sebastián empezó a pestañear de forma incontrolable.
—Mi amor, mi amor… ¡no tan deprisa!
El niño hizo ademán de levantarse y lo consiguió tras varios intentos. Sentado sobre la cama, acarició con brevedad la parte baja de su cabeza.
—¿Cómo te sientes?
—No lo sé, es muy extraño —dijo a media voz—. Siento que mi cuerpo está a punto de flotar, pero mis pies siguen arraigados al suelo.
—¿Qué hacías anoche en el jardín?
—Estaba por bajar a cenar, pero escuché que discutías con padre por mí… y… y solo quería dejar de oírlos… Bajé por la ventana y corrí, corrí hasta llegar a los jardines, donde me senté bajo el árbol de hojas amarillas… —Hizo una pausa para mirar a su madre—. No estaba llorando.
Diora acarició el rostro de Sebastián y contuvo las lágrimas.
—¡Es cierto, no estaba llorando!
—Está bien, te creo. Quiero saber lo que sí pasó.
—Recuerdo acostarme sobre el césped… sin llorar… cerrar los ojos y sentir una gran calidez. Después… pues estoy aquí contándote lo que recuerdo.
—Perdóname, perdónanos… prometo que no se repetirá. —La voz de la señora Tyles estaba quebrada.
Tocaron a la puerta y Matilde apareció en el umbral, sostenía una bandeja con el desayuno de Sebastián: panes, huevos fritos, tocineta y jugo de naranja.
—Mi niño Sebastián, traje tu desayuno favorito.
Al sentir el olor, se levantó con rapidez.
—Mati… ese olor… el olor del tocino… —Dio algunas arcadas.
—¿¡Qué ocurre?? —Diora se puso de pie alarmada.
Sebastián abrió la ventana para respirar aire fresco, las arcadas se repetían.
—¡Por favor, Matilde, saca eso de aquí!
La mujer abandonó la habitación con la bandeja entre sus manos.
—¿Desde cuándo el tocino te da náuseas?
—No lo sé, madre. —Regresó a la cama—. Tal vez estoy enfermo.
***
—¿Qué te ocurre? Has pasado toda la mañana distraído.
Cruz recorría junto a Marcus uno de los pasillos exteriores del colegio.
—No es nada. —Miró de soslayo a su amigo—. ¿Alguna vez te has detenido a pensar… que lo sobrenatural puede existir y ser tan real como tú y yo hablando en este momento?
Cruz frunció el entrecejo, sus ojos color avellana miraron a Marcus con tal extrañeza, que el joven descendiente del ser celestial se apresuró a replicar:
—Sé que no es la pregunta que esperabas escuchar, pero necesito saber qué opinas.
Cruz guardó silencio varios segundos, trataba de armar una idea en su cabeza.
—Como sabes, mi madre es ferviente devota del Santo. De pequeño recuerdo que oraba mucho para que no me enfermara, tenía miedo de que contrajera una de esas fiebres que aparecen de forma esporádica y cobran un saldo alarmante de víctimas. Al parecer funcionó, así que eso me hace pensar que tal vez sí, que quizá hay algo allá afuera que no podemos ver, pero que es real.
Marcus respiró profundo.
—Ahora me dirás qué te llevó a hacer esa pregunta.
Marcus asintió con la cabeza.
—Ayer cuando estaba en los vestidores…
—Marky.
—Sí, Marky estaba allí…
—No, es Marky. ¡Mira!
Cruz señalaba un punto ubicado en diagonal al lugar donde estaban. Marky trepaba el muro trasero del colegio, así que corrieron para ayudarlo a bajar. Algunos arbustos ocultaban de forma parcial el espacio que utilizaba para su descenso.
—¿De dónde vienes? —Marcus miró a su alrededor—. Pensábamos que no vendrías a clases.
Marky peinó su cabello con las manos. Era el más bajo de los tres, pero también el más musculoso.
—¡Hola, chicos! No, no iba a venir, planeaba quedarme todo el día con una amiga especial, pero unos minutos atrás tuve que salir de su casa de forma apresurada. —Los miró con picardía.
—¿Por qué?
—Su esposo llegó de sorpresa hoy a Río Dulce.
—Ten cuidado, Marky. Por lo general, ese tipo de situaciones no terminan bien.
—No tengo nada de qué preocuparme, Cruz, él nunca está en casa. La bella señora y yo hemos encontrado la forma de que funcione, lo de hoy fue solo un pequeño percance. —Se abrochó la chaqueta azul marino—. Tranquilos, mis buenos amigos, no pasará nada malo. Mis relaciones no suelen ser duraderas… Por el momento deberíamos preguntarnos por qué el idiota de Rodrigo Buenas Casas se dirige hacia nosotros junto a sus dos “súbditos”.
Rodrigo se detuvo frente a ellos