Название | Conexiones |
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Автор произведения | Adriana Patricia Fook |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789874116765 |
Pero pasó algo inesperado: se produjo un bombardeo en Plaza de Mayo, habían querido matar al presidente, Juan D. Perón. María del Carmen se asustó; por suerte, con Sam se acompañaban para darse ánimo.
Juan Carlos estaba acuartelado. Tuvo mucho tiempo de pensar en su vida y en lo que deseaba. Estaba tan asustado como su padre lo había estado muchos años atrás. Se preguntaba si sus días iban a ser tan inciertos. Luego se contentó, pues pensaba que el dolor era una cara de la misma moneda y, cuando saliera de ese encierro, iba a ser feliz pues vería a su amada y a su padre, que le daría empuje para seguir con sus sueños. Había descubierto que la alegría y el dolor son inseparables.
Después de un par de meses, vio a su padre y a su novia, físicamente estaba desmejorado, pero no su valor y entereza.
Durante ese tiempo en soledad, pensó que quería formar una familia. Había encontrado a la mujer de su vida. Sin embargo, esperaron un par de años para establecerse juntos. Aunaron esfuerzos y se hicieron cargo, con unos socios, de un hotel en Constitución. Así, ella podría tener más tiempo de estar con su madre, que había llegado a Buenos Aires no hacía mucho. Pero lo tuvieron que dejar al poco tiempo, ya que todo el trabajo recaía sobre Juan Carlos y aún más sobre María del Carmen, era mucho esfuerzo, pero debían dividir las ganancias entre las dos parejas. Entonces, claudicaron y abandonaron el proyecto del hotel.
Pero ese tropiezo los hizo unirse aún más para proyectar una vida juntos. Sabían que saldrían adelante: se tenían a ellos, y su amor era indestructible.
Felicidad familiar
Juan Carlos y María del Carmen se casaron en una ceremonia sencilla, pero muy emotiva. Y pronto llegaría, para instalarse, el único hermano varón de María del Carmen con su familia. Los esperaban muy ansiosos, sería el último en llegar a la Argentina, ya estaban los cinco hermanos (quedaba solo la menor en España) para acompañar a la madre, que había llegado no hacía mucho y vivía en Avellaneda.
María del Carmen era muy compañera; entre los dos, terminaron de construir su hogar. Juan Carlos, luego de prestar servicios, llegaba a la casa, buscaba su bicicleta y salía para arreglar televisores. Todo era esfuerzo, pues no solo había que comprar los materiales para seguir construyendo, también debían pagar la hipoteca.
Sam estaba feliz por su hijo; él seguía trabajando y, cuando terminaba sus labores, varias veces se quedaba en la casa de él, pues vivía a más de treinta kilómetros de Merlo.
La pareja tuvo dos hijas: a la más grande la llamaron Alicia María, a pesar de que su padre quería ponerle el nombre de su madre, y a la menor, Adriana Patricia. Sus padres las adoraban a ambas, aunque había una predilección de su madre hacia la mayor, pues la pequeña, de niña, era tímida y solitaria y la que siempre esperaba a su padre.
Juan Carlos intuía que necesitaba guiarla más; ella era inteligente, pero no con los cánones preestablecidos. Él sabía que la niña sufriría mucho, pero también que tenía una gran fuerza interna y siempre saldría victoriosa; todo le iba a costar el doble de esfuerzo, pero, a pesar de todo, podría sortear los obstáculos que se le presentasen.
Alicia crecía muy segura de sí misma, era la más formal, obediente y responsable. La pequeña, en cambio, era un estorbo. Creció bajo la sombra de la hermana mayor; en la escuela, en varias ocasiones, las maestras llevaban a Adriana (que era tan introvertida y siempre lloraba) al salón de su hermana para que se calmara, y a Alicia le daba vergüenza la situación.
Alicia tenía una conexión muy cercana con su madre y con su abuelo Sam, en cambio, a Adriana, de pequeña, le gustaba jugar sola cuando su madre descansaba. A ella no le gustaba dormir la siesta y, a esa hora del día, se ponía los zapatos de su madre, buscaba los billetes de su bolso, jugaba en silencio, y luego dejaba todo en su lugar, para que nadie se diese cuenta.
Siempre esperaba a que su padre llegase para jugar con ladrillos de encastre y al tiro al blanco. Y qué decir cuando Juan Carlos le contaba cuentos, a la pequeña le fascinaban, pues viajaba a través de la lectura.
Mientras que su hermana tenía muchas amigas (la mejor de entre ellas era Inés), a Adriana Patricia le costaba ser aceptada, no solo porque era tímida, sino también porque no se adaptaba fácilmente. Las compañeritas la trataban con indiferencia y se reían de ella, hasta que se hizo amiga inseparable de María Gabriela. Ella no tenía hermanas y encontró en Adriana a alguien especial para jugar. María Gabriela tenía muchas amistades, pero había encontrado en Adriana a una niña introvertida, muy tranquila, pacífica, muy dulce, que siempre parecía estar en su isla, una tierra de fantasía donde pocos podían captar su personalidad. Solo María Gabriela había logrado entrar en su mundo, y se divertían mucho juntas. Algunos juegos se basaban en los programas de televisión, además, se disfrazaban; la amiga le decía lo que quería hacer y ambas pensaban cómo lograrlo: se reían mucho juntas.
Inés, la amiga de Alicia, era más traviesa, pero, mientras que María Gabriela y Adriana la seguían, a Alicia no le gustaba que su amiga hiciera travesuras. A veces se quedaba observando, como desconfiada y, tal vez por ser más grande y demasiado seria para su edad, criticaba los juegos, aunque a las amigas no les importaba porque eran muy felices.
Lo que más les gustaba era bailar y disfrazarse de las personas que salían en las propagandas de televisión, todas les causaban risa.
Desde que la familia de María del Carmen se había mudado de Avellaneda a Merlo, Adriana se juntaba con su prima, Luisa. Era de su misma edad y muy traviesa, y ellas molestaban a sus hermanas mayores. Solamente con Kuky, como la llamaban a María Gabriela, su mundo era tierno y fantasioso.
¡Qué felices eran!, sobre todo María del Carmen. Cuando fueron a vivir su madre, sus hermanos y su familia a la localidad donde estaban asentados, con las hijas iban a jugar a la lotería a la casa de su abuela y tíos. María del Carmen era muy cariñosa con toda la familia y los ayudaba; siempre estaba pendiente en sus necesidades.
María del Carmen era superfeliz, no solo por haber encontrado un hombre que la amaba y era generoso, sino también por haber sido capaz de ayudar a su familia para que estuviese cerca de ella. Juan Carlos y Sam eran muy apreciados por todos. Como cada integrante de la familia tenía que hacer algo para todos, Sam era el que se encargaba de hacer la torta, era la más rica.
Con Kuky, varias veces fueron a la casa de su abuelito. Les encantaba la casa, pero más la huerta con árboles frutales. No podían creer las dimensiones del lugar, era aún más grande que la casa. Allí siempre jugaban a las escondidas; Sam las veía disfrutar y sonreía al observar cómo cuidaban solo en su casa las flores del jardín, como si conocieran las preferidas de Enriqueta. Las niñas quedaban hipnotizadas por la belleza de sus colores. Y qué decir de cuando les preparaba sus comidas y postres preferidos. Ellas volvían a sus casas felices y contando sobre su visita a la casa del abuelito de Adriana y Alicia.
A Adriana, de pequeña, no le gustaba estudiar, solo vivía en su mundo de fantasía. Era difícil saber qué le pasaba; muchas veces se escondía en su cuarto y le gustaba recitar la oración de San Francisco de Asís. En un principio quiso ser monja, pero luego, en su adolescencia, notó que le gustaban mucho los chicos y lo desestimó.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, siembre yo amor,
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya sombra, luz;
donde haya tristeza, alegría.
Oh, divino maestro,
concédeme que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque