Conexiones. Adriana Patricia Fook

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Название Conexiones
Автор произведения Adriana Patricia Fook
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9789874116765



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Estaba obsesionado por visitar todos los días su tumba, donde le dejaba lágrimas y rimas de amor. La locura ya se acercaba a pasos agigantados, y él ni siguiera prestaba atención al duelo de su hijo.

      Juan Carlos ya era un adulto y, a pesar de su vida, en la que, también por designios del destino, muchas veces no había tenido la contención de sus padres, siempre trató de buscar y valorar todo, hasta lo más pequeño. Eso le dio mucha fortaleza y, aunque las cosas no le salieran como él quería, se conformaba y soñaba que encontraría una pareja que nunca se iría de su lado. A pesar de que sus padres se habían amado con locura, él veía que, si no hubieran sido tan culposos y manipulables, sus vidas hubiesen transcurrido con mayor felicidad.

      Una tarde de domingo, estaba tomando un té y, al ver a su padre con los ojos perdidos, comenzó a contarle una leyenda…

      «Padre, siempre me has contado cuentos con moralejas, ahora quiero contarte una leyenda. Había una vez una aldea aislada, situada a la orilla de un bosque. Siguiendo una costumbre de muchos años, los adultos salían y atravesaban el bosque a hurtadillas, por una estrecha senda que llegaba a un arroyo plateado. Un tronco ya liso por el roce de tantos pies que habían caminado sobre él lo cruzaba. Tras mirar a su alrededor para asegurarse de que nadie lo observaba, cada miembro de la tribu caminaba por el tronco hasta el centro del arroyo. Allí dirigían la vista hacia la superficie del agua y veían reflejado en ella su propio rostro. Enseguida, con voz tranquila, comenzaban a contarle al arroyo aquello que guardaban en lo más profundo de su corazón, y esto los hacía sentirse bien. Luego de terminar, volvían a la aldea. Aunque todos los adultos hacían esto, jamás se lo contaron a nadie. No obstante, al parecer, todos estaban enterados de que los demás hacían lo mismo.

      Cierto día, dos niños encontraron la senda que se adentraba en el bosque. Como sentían curiosidad, la siguieron, y pronto descubrieron el arroyo plateado. Cuando vieron el tronco, avanzaron por él y miraron hacia abajo. Así, en el agua, vieron el reflejo de sus rostros. Al poco tiempo, empezaron a hablarle al arroyo, le contaron lo que llevaban en lo más profundo del corazón, lo cual los hizo sentirse muy bien. Regresaron corriendo a la aldea y llamaron a los adultos; sin embargo, cuando les contaron lo que habían descubierto y lo que habían hecho, los adultos se sintieron ofendidos y amenazados, e hicieron huir a los niños de la aldea».

      Juan Carlos le decía a Sam que todos tienen la necesidad de hablar, que esto no era símbolo de debilidad, como tampoco lo era apoyarse en Dios. A pesar de que no era fácil olvidarse de Enriqueta, al estar juntos se iban a sentir mejor, recordando los buenos tiempos que habían compartido.

      Sam salió, como todas las tardes, a mirar su jardín, y dejó a su hijo desconcertado, pues no le había dicho nada luego de su relato. Este lo observó desde la ventana y vio que Sam miraba atentamente un colibrí que tomaba el néctar de una flor. Se dio cuenta de que el ave dependía de su fuerza interna para buscarse el sustento y sobrevivir, de que quedaba en suspensión y trataba de elevarse en el aire puro. Así pensó que Dios lo guiaba para enfrentar las incertidumbres del mundo y que su hijo, que tenía sus mismos ojos rasgados y la personalidad de ambos padres, a pesar de su destino, lo hacía sentir feliz.

      Sin más, ingresó a su casa, abrazó a Juan Carlos y le aseguró que todo estaría bien.

      Desde ese día, padre e hijo fueron más unidos. Sam veía que su hijo trabajaba mucho y rezaba pidiéndole al Supremo que encontrara una buena compañera que lo cuidase y acompañase, pues Juan Carlos trabajaba en la casona y, además, había retomado la construcción. Se lo veía muy cansado, pero no claudicaba: su meta era terminar de construir su casa.

      ***

      Una tarde, como todos los días, Juan Carlos fue a saludar a su padre a la casona donde trabajaba. Ingresó por la cocina y, cerca de la casa, divisó a una persona. Primero pensó que era una niña, porque no tenía mucha altura y se la veía corriendo y disfrutando mientras juntaba las castañas diseminadas por el pasto, muy cerca de las vacas. Luego de la visita, al retirarse, encontró al ama de llaves, Pilar. Se saludaron y comenzaron a charlar. Inmediatamente, se acercó María del Carmen, y Pilar se la presentó a Juan Carlos. Él, en ese momento, se dio cuenta de que no era una niña. Luego, con cortesía, se despidió de ellas y se fue. Las dos mujeres quedaron conversando mientras observaban a Juan Carlos.

      María del Carmen quedó deslumbrada al verlo tan alto y elegante, con su traje blanco impecable, y le pidió a la amiga que buscara la manera de volver a verlo. Era mucha la ansiedad que tenía, y Pilar le contó que él iba todos los días, antes de ir a la casa que estaba construyendo, no muy lejos de allí. A pesar de la lejanía del lugar donde vivía y del trabajo, la muchacha decidió buscar la manera de volver a verlo.

      Pasó una semana. Cuando María del Carmen ingresó a la casona, Pilar le contó que Juan Carlos había ido más temprano y que ya se había marchado. Desilusionada, se despidió de ella, y Pilar, al verla tan triste, le dijo que intentaría preguntarle a su padre las indicaciones de cómo llegar a la casa que estaba haciendo su hijo. A Sam, a pesar de ser muy reservado, esto le dio mucha gracia, y le indicó a la amiga de Pilar cómo llegar.

      Y María del Carmen se animó a ir; mientras caminaba, se cuestionaba qué iba a decirle a Juan Carlos cuando lo viera, pues, a pesar de que le gustaba, tenía un paisano que la galanteaba. Sumida en sus pensamientos, se sintió perdida, pues había muy pocas casas y el paisaje se repetía metro por metro. Sin embargo, cuando menos se lo imaginaba, lo vio trabajando. Lo saludó, y él no entendía nada, solo atinó a ver sus ojos verdes y sus facciones muy bonitas, a los que la semana anterior no había prestado atención. Se quedó sin habla. María del Carmen empezó a decirle que había ido a visitar a Pilar y que tenía ganas de caminar antes de irse a su casa. él le preguntó dónde vivía, y ella le dijo que en Capital, sobre la calle Lima, pues trabajaba cama adentro, cuidando niños, y que ese era su día de franco. Entonces, él le dijo que lo esperase, que se iba a cambiar, no podía dejar que se fuese sola.

      En el tren, prácticamente habló solo ella. Le contó que había llegado en un barco inglés con solo veintidós años en 1948, con muchos sueños de radicarse en Sudamérica. Para ese entonces, las hermanas mayores ya estaban aquí, y le habían contado que pedían gente de Europa para trabajar. Así, no lo dudó. Después de que su madre había quedado viuda, cuando ella tenía seis años, apenas había ido al colegio, pues tenía que trabajar en el campo para ayudar a los suyos. A eso se le había sumado la desbastadora guerra civil española. Ella era de Galicia, y solo pensaba en tener una vida distinta, era su sueño de libertad. Le contó que no le había sido muy difícil conseguir el pasaje para el barco y que en este había cuatrocientas cincuenta personas de distintas nacionalidades, todos con sus sueños. Fueron veintiún días con muchas ansiedades. Cuando llegaron al puerto de Buenos Aires, ya la habían contratado en una fábrica de alpargatas. Trabajó mucho, pero era feliz. Había tenido mucha suerte, pues la señora Eva Duarte de Perón obsequiaba máquinas de coser a las personas de bajos recursos para dignificar y sustentar a las mujeres. Entonces, le contó la tristeza que había sentido cuando ella murió.

      Solo quedaba el recuerdo de las penurias de una vida muy pobre; ahora podía ayudar a su madre y a sus hermanos, era dichosa y agradecida.

      Juan Carlos quedo fascinado, pues veía a una persona que, a pesar de su vida de mucho esfuerzo y poca instrucción, se sentía feliz ayudando a su familia.

      Él le contó que, en el año que ella había llegado, había podido comprar el terreno donde estaba construyendo la casa y que estaba apasionado con el emprendimiento; su trabajo y su casa le llevaban mucho tiempo. También, que su única familia era Sam y que su madre había fallecido dos años atrás.

      Ambos se despidieron con la promesa de que él la invitaría a cenar.

      Ella, al ingresar a la casa donde vivía, se apoyó en la puerta de su cuarto, extasiada de emoción. Veía en Juan Carlos a un hombre muy respetuoso de las personas, de las instituciones, un hombre de altos valores con quien, a pesar de su poca cultura, no se sintió discriminada, al contrario, él había sido paciente y calmo. No lo sintió inalcanzable.

      Por el otro lado, Juan Carlos quedó fascinado con la personalidad avasallante de María del Carmen. Caminó