Название | Crónica de una pandemia |
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Автор произведения | Sarui Jaled |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878715544 |
Este estado de despreocupación no les dura mucho tiempo, luego hay mañanas, o tardes o noches en los que sienten de nuevo esa necesidad de saber cuándo regresan al colegio y sabemos que esta espera durará meses. Así nos lo comunican las autoridades sanitarias. Hoy, por ejemplo, Kamila, está tranquila de a ratos, pero se la ve inquieta, desorientada, va una y otra vez a su cuarto, no está bien. De pronto vino al sillón donde yo estaba, me abrazó con fuerza y se puso a llorar desconsoladamente, no supo decir qué le estaba pasando. Me puse a pensar en que ocasionó ese llanto tan sentido, tan repentino. ¿Habrá sido el encierro, la sensación de no poder volver a la escuela, extrañará no jugar con sus amigas, haber perdido su rutina? ¡Que difícil saberlo!
Yo estaba, como de costumbre, viendo la televisión a las 10 de la noche, y pasaron la imagen de un crucero que no podía llegar a ningún puerto porque no hay país que se anime a recibir miles de personas en tiempos de pandemia. Cuando dieron el nombre del barco, advertí que era el crucero en el que viajaba mi amiga Blanca.
Había salido de Buenos Aires el 1 de marzo para conocer el sur argentino y chileno. Era un viaje corto de 15 días y ya llevaban muchos más en una travesía sin fin, varados dentro de un crucero que no podía desembarcar a sus pasajeros. Ruego por la salud y tranquilidad de mi amiga. Los diarios y la televisión informan sobre esta odisea de la que Blanca, es una de las protagonistas. Avisan que algunos de los viajeros ya no tienen sus medicamentos. No los dejaron desembarcar en Valparaíso, Chile, solo permitieron bajar a los chilenos. Debieron navegar 10 días más hasta Panamá, sin suerte, tuvieron que seguir hasta San Francisco en Estados Unidos, donde prometieron dejarlos desembarcar. Cuando llegaron, solo autorizaron bajar a los pasajeros norteamericanos y los sudamericanos siguieron viaje hacia otros puertos que quisieran recibirlos. Intentaron Acapulco, sin suerte otra vez, buscaron la ruta hasta Sao Paulo, Brasil. Por fin pudieron desembarcar en ese puerto. Tuvieron que hacer una cuarentena de 14 días en un hotel de esa ciudad. Terminada la cuarentena, no había vuelos para llegar a Argentina y había que esperar a ser repatriados. Después de dos semanas, un avión de Aerolíneas Argentinas los llevó de regreso a Buenos Aires. Blanca es mayor, es de mi edad, somos colegas. Gracias a Dios ya está a salvo en su casa. Con el grupo de amigas, rogamos mucho por ella. Todavía siento que estoy viviendo una película de ficción.
Creo que en mi rostro se reflejan mis preocupaciones. Mi hija, muy a menudo, me pregunta si me siento bien porque me ve pensativa, decaída. En realidad, esta situación de encierro, de confinamiento, de miedo a salir, me trae recuerdos poco felices que creí estaban desterrados para siempre de mi vida. Ahora, en este ambiente de futuros inciertos afloran a mi memoria emociones, sentimientos, imágenes que producen inquietud, zozobra, temores difíciles de contener. Viví los sobresaltos del exilio, el espanto de sentir los estremecimientos interminables de la tierra en terremotos infernales, el recelo de juntarse con la gente, situaciones de angustia que nos llevó a abandonar el país con dos hijos chiquitos. Este escenario de encierro inacabable, policías que paran a los transeúntes para pedir papeles, comunicados del gobierno amenazando con multas y arrestos, no sé por qué razón, son hechos que producen desasosiegos indomables. Ya no es solo el pavor a contagiarme el virus, es otra intranquilidad, terror a lo que puede pasar, a lo que vendrá, no solo en este país sino en el mundo. ¿Qué fue lo que pasó que hizo que el planeta se detuviera?. Lo estoy viviendo. Está pasando. No es un sueño. No es una pesadilla. Es la realidad.
Jueves 23 de abril.
Hoy es un buen día. San Juan es muy bonito en el mes de abril. El aroma al membrillo invade los hogares. Después de la vendimia, cuando termina la cosecha de las uvas, se recogen los membrillos de las plantas que rodean los viñedos y llegan a las casas las bolsas llenas de este fruto maravilloso. Las madres comienzan a hacer el dulce y la jalea que guaradarán para el invierno. Los árboles y las enredaderas de los muros comienzan a cambiar de color, los anaranjados y amarillos tiñen todas las hojas. Hasta tenemos una hermosa canción que canta a San Juan en otoño.
Kamila se levantó contenta, animada, me dijo que ahora iba a incorporar dos actividades más a sus días. Su papá, Kari, le habló y le propuso hacer ejercicios físicos juntos por la mañana, 30 minutos y por las noches, antes de dormir leer un capítulo del libro que ya habían elegido “Esperanza Rising”. Y que habían empezado a leer antes y quedó sin terminar. Me adelantó que es una novela escrita en inglés que narra la historia de una niña mexicana, de familia adinerada, que vivía en una casa lujosa rodeada de sirvientes. Creía que su papá y su abuelita siempre estarían con ella. Hasta que llegó la tragedia a su vida y tuvo que emigrar a California con su mamá sufriendo todas las desgracias de la Gran Depresión de 1929. Ella tuvo que crecer en medio de tantas desdichas. Es una obra larga de más de 250 páginas, sin ninguna ilustración. Contiene varios capítulos, Kamila leía por WhatsApp y su papá corregía algún error de pronunciación. Los capítulos no tenían números, sino el nombre de una fruta o una verdura. Como las Uvas, Cebollas, Espárragos, Higos. Todos los días me comenta lo que le sucedía a Esperanza, la protagonista. Estaba fascinada con la historia de este libro que por suerte duró varias semanas, alejándola de pensamientos perturbadores.
Kamila no tiene hermanos, siente la falta del juego con otros niños. Muchas de sus amigas tienen dos o tres hermanitos y no lo pasan tan mal, porque juegan, se pelean, se ríen, se acompañan.
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