Название | La ñerez del cine mexicano |
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Автор произведения | Jorge Ayala Blanco |
Жанр | Учебная литература |
Серия | |
Издательство | Учебная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786073016827 |
La ñerez suplantadora genera, produce, pone en escena minimalista (un minimalismo extremo con sólo dos personajes: el matizado empleado metódico y el cáustico aprendiz ambiguo en una bodega baldía), adorna a lo sobriamente grandioso y elabora hasta sus últimas consecuencias irónicas, realistas y satíricas la mejor obra de Teatro del Absurdo (o de la Irrisión) que ha podido filmar el cine mexicano en toda su Historia, en una especie de digest paradójicamente totalizador de ese subgénero teatral ya prácticamente extinto, pues ahí está la espera infinita en vano de un Godot-Dios-Camión transportador de mástiles que nunca llega (Esperando a Godot de Samuel Beckett), ahí está la relación sadomasoquista límite entre el hombre despotricante y el hombre condenado a permanecer ab aeternam metido dentro de un bote de basura aunque en signos mínimos se rebele contra su condición (Final de partida del mismo Beckett), ahí está el cadáver creciendo hasta ocupar el escenario completo y más allá en la figura del mástil adquirido con engaño para ser admirado / palpado / acariciado como falo del añorado poder tanático bendito (Amedeo de Eugène Ionesco), ahí está la descripción clínica y rigurosa del contagio conformista (Rinocerontes del propio Ionesco), ahí está la decadencia de un autoidealizado predominio grandilocuente (El rey se muere asimismo de Ionesco), ahí están los abyectos aspirantes al acto supremo inmovilista para sentirse aún más excluidos y humillados (Las criadas de Jean Genet), ahí están los soportes guardianes del vacío del trabajo como el desfile de una existencial fiesta intacta (El balcón también de Genet), y en este florilegio de referencias y coincidencias ni siquiera falta, hablando en términos de cine reciente, el abismo autoficcional a base de mentiras que une al avanzado discípulo avezado con el maestro avasallado de En la casa, la cerebral pieza mutante llena de derivaciones potenciales del español Juan Mayorga (al igual que David Desola) tan bellamente recreada por el francés François Ozon, 2012), en síntesis, un coctel minimalista de la mejor y de la más tardía naturaleza absurdista-irrisoria-autoirrisoria escénica formidablemente filmado.
La ñerez suplantadora conecta de manera natural y casi naturalista con el absurdo fundamental de la burocracia, hace un retrato áspero y brutal aunque básicamente alegre de la burocracia, de todas las burocracias y todos los trabajos burocráticos que en el mundo han sido, que el mundo ha padecido, su fingimiento, su destreza para hacer como que hace algo, su embrollada y palmaria falta de sentido, su autoimportancia, su infructuoso y cruel sostenimiento de jerarquías insustanciales, su entrega a líneas de fuerza y a vacuos juegos sadomasoquistas, traducidos con brillantez en el hieratismo busterkeatonesco de José Carlos Ruiz y la alegría imaginativa a punto de estragarse de Hoze Meléndez, edificando y esculpiendo la encarnada estatua bifronte de un paso de estafeta nalgachata y culiatornillada allí donde ni siquiera La muerte de un burócrata del cubano Tomás Gutiérrez Alea (1966) hubiese soñado en llegar.
La ñerez suplantadora permite leer la condición del trabajador asalariado en sí desde una perspectiva que, como antes lo había logrado la inteligente desolación semiabstracta del Workers de José Luis P. P. Valle (2013), parece haber saltado al otro lado del espejo, cambiado radicalmente el punto de vista, logrado ver el mundo laboral a partir de los ojos con que nos mira, para reenfocar la alienación / enajenación convirtiéndose virtualmente en el otro y su vacío, su deshabitada oquedad fundamental llevada al límite, su inutilidad amplificada, desde algo que podría estricta y perfectamente adicionarse al realismo que todo lo contamina, allí donde el humilde sujeto trabajador se transforma en otro sin sentido, pero con una lealtad y una rigidez absolutas, en el extremo límite no sólo porque aquello que produce deja de pertenecerle, como consideraba el clásico análisis decimonónico de Karl Marx, sino porque en sí es forma pura, rito que lo vuelve distinto de sí mismo, le roba su esencia y lo convierte en chivo expiatorio hasta de sí mismo y de la ahora intangible sociedad inmediata pero como siempre acorralante y denigratoria de la esencia humana, no demasiado lejana de aquella denunciada en una obra maestra neonaturalista como Yo, Daniel Blake de Ken Loach (2016), proclive a la abstracción más que a la ejemplaridad, porque carece de contenido, de sentido, de objeto para sí.
La ñerez suplantadora lleva a un punto de incandescencia un humor tónico y punzante,