El vendedor de pájaros. Robert Brasillach

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Название El vendedor de pájaros
Автор произведения Robert Brasillach
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789873736438



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      Robert Brasillach

      El vendedor de pájaros

      Traducción de

      Javier Ignacio Gorrais

Brasillach, RobertEl vendedor de pájaros / Robert Brasillach. - 1a ed . - La Plata : Universidad Católica de La Plata, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descarga y onlineTraducción de: Javier Ignacio Gorrais.ISBN 978-987-3736-43-81. Narrativa Francesa. I. Gorrais, Javier Ignacio, trad. II. Título.CDD 843

      Título original: Le Marchand d’oiseaux

      Foto de tapa por Rod Long en Unsplash @rodlong

      © Editorial UCALP, 2021

      © Javier Ignacio Gorrais, por la traducción

      ISBN 978-987-3736-43-8

      Impreso en Argentina.

      Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723

      Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo fotoco­piado, grabado, xerografiado o cual­quier almacenaje de información o sistema de recuperación sin permiso del editor.

      INDICE

       Primera parte

       Capítulo primero

       El vendedor de pájaros

       Capítulo segundo

       Destinos

       Capítulo tercero

       La primera advertencia

       Segunda parte

       Capítulo primero

       Cara o ceca

       Capítulo segundo

       Felicidad

       Capítulo tercero

       Coaliciones

       Capítulo cuarto

       La madre

       Tercera parte

       Capítulo primero

       Los ladrones

       Capítulo segundo

       Fantasmas

       Capítulo tercero

       Crónicas policiales

       Capítulo cuarto

       La dificultad de los sentimientos

       EL AUTOR

       EL TRADUCTOR

      Primera parte

      Capítulo primero

      El vendedor de pájaros

      Isabelle iba a menudo, en las tardes de verano, a sentarse en un banco del parque, donde ella estaba casi segura de encontrar a su amigo el vendedor de pájaros. Este llegaba con su corta barba descuidada, más blanca que gris, y dos jaulas que llevaba suspendidas de un palo, en equilibrio sobre el hombro derecho. Ella le preguntaba si había vendido pájaros. No había vendido. Hacía casi un año que Isabelle vivía en la Ciudad Universitaria, su viejo amigo jamás había tenido la ocasión de ejercer su comercio. Después de todo, ¿cómo sorprenderse? ¿Y qué puede llevar a un hombre decente a elegir un oficio tan decepcionante como el oficio de vendedor de pájaros? Uno no tiene, todos los días, necesidad de un pájaro, como se necesita pan o carne o incluso un paraguas. Una vez al año, como mucho, uno puede esperar encontrar a una portera que desea la compañía de un canario de las islas o a una dama sentimental que quiere aparear su cotorra azul. Luego, se vuelve al desempleo, se continúa paseando esos curiosos pensionistas, que necesitan muchas comidas y que le temen al frío.

      —En invierno, verá —le contaba el vendedor de pájaros a Isabelle—, en invierno, nuestra profesión es muy difícil. Si no tuviera la costumbre, si no tomara tantos recaudos, todos mis pájaros morirían. Nunca tengo muchos, usted lo ve. Una jaula para las cuatro cotorras, una jaula para los canarios. Me quieren, me conocen e intentan no morir para no causarme dolor. Cuesta caro reemplazar un pájaro. Y yo no podría con los gastos que exige nuestra profesión si murieran demasiado a menudo. Ya es bastante doloroso para mí cuando vendo uno. Figúrese que ayer una dama me paró, en la calle, y miró las cotorras. Me preguntó los precios, lo que comían. Y luego partió; tuve mucho miedo.

      Isabelle se reía con mucha alegría, puesto que había notado desde hacía mucho tiempo que su amigo el vendedor de pájaros era un artista y que habría desesperado si hubiera tenido que liquidar su mercadería. Se abastecía en la calle Du Vieux-Colombier: lo querían y le consentían precios. Solo paseaba sus pájaros dos veces al día, como mucho, por la mañana antes del mediodía y por la tarde durante dos horas antes del atardecer. El resto del tiempo, los dejaba en su ventana, abierta en verano, cerrada en invierno, y se dedicaba a sus ocupaciones que seguían siendo misteriosas para Isabelle.

      Sus conversaciones, durante esas agradables noches de verano, nunca eran muy largas. Al cabo de una decena de minutos, el vendedor de pájaros levantaba amablemente su viejo sombrero plegado, que era un viejo sombrero de cazador, y, balanceando delante y detrás de él sus dos jaulas gemelas, descendía los senderos del parque para volver a su casa. Porque decía “mi casa”, como decía “nuestra profesión”, con el mismo orgullo modesto. E Isabelle se quedaba sola, esperando reunirse con sus amigos, sus amigas, que sabían que, a esa hora, no se la debía molestar.

      Ella ignoraba dónde vivía el anciano: dos o tres veces, al salir de la Sorbona, lo había encontrado, pero él había hecho como si no la reconociera, como si ambos se hubieran encontrado en una calle poco honorable. Sin embargo, parecía vivir en las proximidades del Barrio Latino y por la tarde descendía, en efecto, hacia la avenida Du Parc y la calle Saint-Jacques. Pero Isabelle prefería permanecer en la ignorancia.

      Alrededor de ella, el agradable jardín, obra maestra de París, adormecía suavemente bajo sus