Название | El amor de Gabriela |
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Автор произведения | Yormary Rincón Parra |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585900851 |
Vivía con un hombre que casi le dolaba la edad. En público era su reina y en privado poco menos que su esclava. En cuanto llegaron hizo construir la casa. La única de dos pisos en aquellos tiempos. Con muchas habitaciones para llenarla con los hijos que pensaba tener con ella. Pero Gloria era una mujer que respiraba libertad. Se sentía atada. Lo que en su mente enferma eran suaves lazos de amor, eran en realidad gruesas cadenas que la ahogaban. Me hizo su confidente. Yo era el único hombre al que ella podía acercarse. El único del que Luis no desconfiaba, no sé si por mi juventud o por ser el profesor de su hijo. Y entre confidencia y confidencia me reveló su alma y antes de lo que esperaba me descubrió su cuerpo.
Nos veíamos a escondidas. Yo sentía que ese amor prohibido era un premio al sacrificio de haber aceptado el cargo de maestro en un pueblo remoto y ajeno a lo que había sido hasta entonces mi vida. Para ella era un aliciente en medio del tedio de un matrimonio sin amor o tal vez yo era el instrumento de su venganza.
Pero a los veinte el amor es flor de un día. Gloria se aferraba a mí como su tabla de salvación y el consuelo pasajero que yo le ofrecía se iba desgastando con cada queja de ella, con cada lágrima, con las mismas historias contadas una y otra vez.
Una tarde llegó a nuestro encuentro de todos los martes. Traía una ceja vendada que le cubría una herida como de cinco centímetros. “Voy a matar a ese viejo desgraciado”, dijo. Por el brillo de sus ojos y la fuerza de sus palabras no me cupo duda que la amenaza iba en serio. Y fue en ese momento, que encontré la oportunidad de deshacerme de ella sin que se diera cuenta y a la vez evitar que cumpliera su propósito. Le dije que lo abandonara. Que contara conmigo para hacerlo.
En un comienzo pensó que me iría con ella. Se puso feliz. Hizo planes para un futuro juntos, lejos de un pueblo al que odiaba, y fuera del alcance del marido. Tuve que decirle que necesitaba pedir mi traslado, que además no podíamos levantar sospechas. Juré que la buscaría.
Su partida fue novedad y tema de conversación por largo tiempo en un pueblo en el que no pasaba nada. Las mujeres fueron las más despiadadas a la hora de juzgarla. Que tan desagradecida haber abandonado a Luis que era todo un caballero que le había construido semejante casa, que llevarse al niño y separarlo del papá, que lo más seguro era que hubiera huido con un amante. En fin, todos esos juicios que a la larga no eran más que envidia de no tener el coraje de hacer lo que ella sí pudo.
No sé si Luis la buscó. Poco después sus negocios quebraron y él empezó a deteriorarse a la par con la casa. Se sentaba en el parque a leer el periódico, a ver pasar a las muchachas del colegio y a lanzarles piropos obscenos. Con los años dejé de verlo. Lo habían internado en un hogar para ancianos.
Durante dos meses esperé sin resultado noticias de Gloria. Todos los jueves iba a la oficina de correos hasta que don Policarpo empezó a mirarme entre condolido y burlón. Me dolía su silencio. Era cierto que mi intención de seguirla se esfumó con el polvo de la carretera la misma madrugada de su partida, pero por lo menos esperaba algo de gratitud de su parte. Había sacrificado mi exiguo sueldo de un mes y había puesto en riesgo mi puesto y mi reputación. Excusas para camuflar mi ego maltrecho que no se resignaba a aceptar que ella había jugado con las mismas cartas que yo.
La posibilidad de volverla a ver quedó sepultada bajo una gruesa capa de olvido; hasta ese once de marzo. Ese día me levanté un poco más tarde que de costumbre. Prendí el televisor mientras trataba de tomarme la pócima mágica para los dolores estomacales que mi mujer me prepara. Y fue en ese preciso instante cuando la vi. Su cara apareció en un primer plano en la pantalla del televisor. Los años solo le habían agregado unos kilos de más y unas cuantas arrugas alrededor de sus ojos achinados. Un hilo de sangre fluía de su ceja izquierda. Allí donde tenía una cicatriz que los años no habían logrado borrar. El cabello largo y alborotado y una expresión de terror daban fe de lo que acababa de pasar.
Una reportera con acento español dio la noticia. Un tren en Madrid había sido dinamitado por un grupo terrorista. Había muchos muertos pero también sobrevivientes. Gloria era uno de ellos. Estaba atónito por la noticia y por volverla a ver. El dolor de la úlcera se hizo más intenso.
Mi esposa llegó de la calle con el pan del desayuno. Me regañó por no haberme tomado la infusión. Apagó el televisor. Las malas noticias nunca le han gustado. Al ver mi palidez me llevó al médico. En el hospital la enfermera de turno me pidió que esperara con paciencia. Había una urgencia. Acababan de ingresar un viejito infartado. Había visto en la televisión a su mujer que veinte años atrás lo había abandonado y el corazón no aguantó. Guarde silencio. Supe que el muerto era Luis. Supe que a pesar de la distancia, Gloria lo había matado. Supe que hay juramentos que tarde o temprano se cumplen.
El dolor de la úlcera se fue calmando hasta desaparecer.
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