Название | Actos de disposición del cuerpo humano |
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Автор произведения | Édgar Cortés |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587905151 |
Valdría la pena reflexionar acerca de si las llamadas devadasis deberían realmente ser consideradas como hierodulas o como simples prostitutas. Es decir, posiblemente en un principio llevaban a cabo ritos a través de las relaciones sexuales, pero esto cambió, sus funciones en el templo se fueron reduciendo y casi se concretaban en bailar delante de la imagen del dios en las procesiones. Se convirtieron en una de tantas castas, cuyo oficio era ese: el de la danza y la prostitución, pero que también jugaban el papel de portadoras de buena fortuna. Las prostitutas en las sociedades antiguas parecen tener así un papel ambivalente, pues están fuera de las reglas normales de la sociedad que rigen el papel y la conducta de las mujeres, sobre todo en relación con su comportamiento18.
La cultura y la ciencia del mundo clásico reafirmaron enérgicamente el principio de una virtual ataraxia conyugal, que se preocupaba, de las maneras más diversas, pero sustancialmente convergentes, de condenar cualquier forma de sexualidad lúdica o no procreativa, incluso en lexicografía19. Por ejemplo, desde el siglo I a.C., a propósito del beso, un signo/símbolo preliminar y esencial para cualquier acercamiento o contacto personal, se destacará claramente entre los oscula, ascéticos y obligados, reservado para los cónyuges, de los basia/savia, tiernos y apasionados, propios de los amantes (milia multa, de perder la cuenta, pregunta Catulo en el emblemático carme 5): los primeros pertenecen a la oficialidad y al deber (officium), los segundos al amor y la libido. “Quien quiera irse a la cama (cubare) con una mujer, se abra el camino con besos”20, observa en términos directos un esclavo a su joven dueño21.
La libido, el deseo y la pasión, tendencialmente vinculados a la homofilia por la mentalidad clásica y cristiana, se identificaba con la condición despreciable y obsoleta de explotación y miseria de la prostituta (meretrix: el hecho de que en latín los sinónimos de meretrix son más de cincuenta es un signo claro de la propagación de la prostitución en la sociedad romana y su imaginación colectiva): hablo por supuesto, pensando en el varón romano, ya que cada iniciativa femenina contra los hombres, sexual en particular, fue severamente rechazada y, de ser posible, reprimida, porque contradecía clamorosamente la anulación del yo, y de su propio femenino, requerido e impuesto a cada mujer)22.
La sexualidad en general, y la libido en particular, siempre fueron temidas y consideradas peligrosas en cualquier nivel de la ciencia y cultura helenístico-romana por razones fisiológicas, filosóficas y políticas, ciertamente no éticas o moralistas. Téngase en cuenta el variado cuadro que presenta Valerio Máximo sobre el usus veneris y sobre los crimina libidinis23: había preocupación, por supuesto, pero más por la salud intelectual y física del ciudadano que por la mujer en sí. Por otro lado, solo unos pocos médicos se ocuparon de los abortos espontáneos, los nacimientos prematuros y las muertes frecuentes de las esposas-niñas (condición que todavía hoy sufren al menos 70.000.000 de mujeres en la pubertad en África subsahariana y Asia meridional)24.
La mulier romana, por definición, existe solo en función y en la sombra del hombre: es parte del todo, vive y actúa en beneficio exclusivo del hombre y su sistema socio-económico. Indudable el sistema de laberinto patriarcal. Y justo frente al heroísmo viril de corte republicano, y luego neoestoico, enfatizado y sublimado en/desde el mos maiorum, lo femenino/la feminidad colisionan y sucumben a diario: la guerra y la vida pública radicalizan la superioridad masculina25.
También en Roma, por otra parte, hablar de mujer –de cualquier mujer– significa hablar de un objeto estructuralmente y legalmente bajo tutela del hombre, incluso la mujer púber26: propiedad del hombre, por derecho, o violencia, o robo, se debe someter y adaptar sin discusión o remordimiento, de acuerdo con una atávica mística de absoluta obediencia y subordinación en el ámbito familiar, civil, y religioso. El derecho romano, además, pero también la literatura y la filosofía (también la neo-estoica, que ya en el siglo I d.C. con Musonio Rufo divulgaba en la Urbe la igual dignidad de la naturaleza humana), hubieron de resaltar, instalar y acendrar un discurso de la supuesta congénita inferioridad jurídico-personal de “un ser constantemente irracional” (aeque imprudens animal)27.
En este punto ya es posible anticipar que la moral sexual romana era más una cuestión de status que de virtud y, en este sentido, difería del significado moderno. Destaca la actitud ambigua que el derecho romano asumió hacia algunas personas consideradas “infames” como las prostitutas28. Como se sabe, el mundo romano exorcizaba el eros integrándolo en sus estructuras sociojurídicas a través del matrimonio, del conubium, y, para el hombre, limitándolo a un desfogo fisiológico con mujeres de las clases bajas o, aunque no oficialmente, con varones adolescentes.
La volubilidad, mutabilidad y debilidad decisional (levitas animi e infirmitas consilii), con falta de fiabilidad, impulsividad e incapacidad de dominar a nivel fisiológico y social (impotentia muliebris), acompañan la consideración del género femenino en la historia y en el imaginario colectivo hasta la época imperial avanzada. Incluso el antiguo topos de la muerte materna por la alegría del regreso inesperado del hijo que sobrevivió a la sangrienta guerra, es descartado por el llamado sentido común (masculino) como algo típico de las mujeres29.
Para la “satisfacción” de su propio placer carnal, entonces el hombre se dirige –además de al esclavo (puer), que podía convivir en la domus con su esposa legítima, tal vez como en el caso de Trimalción30– a las libertas y las esclavas de la casa (sobre las cuales, en el latifundio, disfruta de un verdadero derecho de pernada (ius primae noctis)31, las cortesanas y las prostitutas, sobre todo si se tiene que “respetar” a la cónyuge que no puede estar involucrada en “desenfrenos y libertinaje marital”. Recuerda Plutarco32: que quizá solamente el filósofo neo-estoico Musonio Rufo, en época de los Flavios, sostuvo la igualdad de las mujeres también en esto (Diatriba XII). Por lo demás, nótese la particular exaltación del acuerdo sobre prestación sexual en Marcial33, y en especial cuando podría chocar con los intereses del Estado: las vírgenes, en efecto, son potencialmente las madres de los futuros ciudadanos y soldados de Roma.
De hecho, se dice que Catón el Viejo saludó a un conocido caballero que salía de un fornix con la frase de felicitación, “macte virtute esto” (¡Bien hecho!’)34, alabando su decisión de mitigar su lujuria con prostitutas en lugar de con las esposas de otros hombres; aunque más tarde añadió, después de conocer varias veces al mismo hombre en la misma situación, que su aprobación se extendía solo a la visita ocasional al burdel, y no a convertirlo en su casa. A pesar de, o debido a su degradación y deshonor, la meretrix era un objeto sexual perfectamente apropiado para el hombre romano, pero uno para ser disfrutado, como todo lo demás, con moderación; los servicios sexuales que brindó fueron socialmente útiles, aunque no sin calificación35.
Lo importante era que el hombre romano evitara cargos por relaciones sexuales con menores de edad libres y con virgines –nubende o viudas (que se podían volver a casar después de un duelo de diez meses36)– potenciales madres de los futuros ciudadanos o con una mujer casada, propiedad de otros: en el primer caso habría sido violación (stuprum), en el segundo adulterium. Así lo refiere Plauto, a principios del siglo II antes de Cristo, ama a quien quieras, siempre y cuando te mantengas alejado de “nupta, viuda, virgen, iuventute et pueris liberis...”37.
La posición particular tomada por el derecho romano también surge de las palabras de Cantarella38 cuando subraya cómo a diferencia de las mujeres “decentes” (quienes si fallaban en sus deberes eran procesadas en casa, donde los padres y maridos juzgaban y castigaban, como si fueran, como dice Séneca,