El arte de poner límites. Sonia Kliass

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Название El arte de poner límites
Автор произведения Sonia Kliass
Жанр Учебная литература
Серия Colección Vivir con niños
Издательство Учебная литература
Год выпуска 0
isbn 9788494830099



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la doctora Emmi Pikler en Budapest: garantizar un primer vínculo de seguridad a los niños que vivían en un orfanato. Lo hizo comprendiendo que el vínculo con el adulto se puede construir en los momentos de contacto individual propios de la vida cotidiana, como dar de comer, cambiar un pañal, acompañar a dormir, bañar al niño, etc. Son momentos en los que niño y adulto se encuentran, e inevitablemente ocurren muchas veces al día, cada día, puesto que en estas actividades el niño todavía depende del adulto. Este es un punto muy importante que hay que tener en cuenta en la educación de la convivencia social: tenemos que revisar qué modelo estamos ofreciendo los adultos en esos momentos de atención individual a los niños.

      Mucha gente piensa que el vínculo de seguridad está cubierto si ofrecemos brazos y garantizamos el contacto piel con piel. El contacto piel con piel es muy importante durante los primeros años, sobre todo en los primeros meses, pero nos equivocamos si pensamos que llevar al niño siempre encima garantiza el vínculo. La experiencia de vínculo va bastante más allá, por eso no comulgo con los mensajes que se han puesto de moda últimamente y que transmiten la idea de que, durante el primer año de vida, cuanto más lleves al niño a cuestas, mejor. Es más interesante buscar un equilibrio entre la construcción del vínculo de seguridad y el respeto a la autonomía del niño, teniendo siempre presente su momento evolutivo, tal y como propone la visión pikleriana.

      Tuve una experiencia en un jardín de infancia que puede ayudar a comprender lo que estoy diciendo sobre la necesidad de estar en brazos. Yo observaba a un grupo de niños de un año, y había uno que había llegado al grupo pocos días antes y que todavía no se sentía a gusto, de forma que pedía constantemente estar en brazos y lloraba. La situación se hacía muy estresante para la maestra, que la vivía con una angustia exacerbada por el hecho de que hacía poco ella misma había sido madre. Estaba más sensible y le daba mucha pena no poder atender al niño de una forma satisfactoria. En aquel momento la maestra creía que solo si lo cogía en brazos lo podría atender bien y, como no podía hacerlo porque tenía que atender también a otros niños, lo pasaba bastante mal.

      Yo, observando desde fuera, veía que la situación en realidad no era tan dramática. Cuando el niño estaba en brazos estaba tranquilo, o sea que el adulto ya era una referencia para él. No había una situación difícil en el grupo que pudiera provocar una experiencia de caos y generar inseguridad. Intenté transmitir a la maestra esta mirada más objetiva y le dije: «Mira, todo está bien. Él está en un ambiente seguro y tú no lo estás abandonando. Puede estar cerca de ti aunque no esté en brazos y tú le puedes transmitir esta confianza. Dile: “Yo estoy aquí, tú puedes jugar cerca de mí mientras le cambio el pañal a María”. Deja algún juguete que le guste en un espacio cerca de ti donde él se pueda sentir seguro, de forma que pueda verte y jugar mientras atiendes a los demás niños. Mientras tanto lo puedes ir reconfortando con palabras, recordándole que tú estás aquí, que lo ves, que él puede jugar, etc.». Otra propuesta que le hice fue que, en vez de decirle al niño «te tengo que dejar en el suelo», que conlleva una sensación de abandono, le dijera «ahora te pondré en el suelo». También le sugerí que el concepto de «hacerlo por uno mismo» que proponemos en la actividad autónoma es mejor que la idea de «hacerlo solo», porque en realidad no lo estamos dejando solo.

      Fue impresionante porque, de repente, el niño empezó a jugar. Ya no había drama. Entró otra maestra en el aula y se sorprendió mucho de verlo jugando. Cuando llegó su madre, por supuesto también se sorprendió muy alegremente de que estuviera tan tranquilo. Cuando el adulto le dio esta confianza, el niño se pudo sentir seguro. Además, cuando el entorno lo reconoció como un niño capaz de sentirse seguro, le transmitió todavía más confianza. Fue un muy deseable movimiento de retroalimentación en positivo que no pasaba necesariamente por cogerlo en brazos.

      Lo mismo puede ocurrir en el ambiente familiar. En casa, cuando el niño reclama la atención del adulto, es muy importante que reciba una respuesta. Pero a veces nos reclaman en situaciones que no son graves ni urgentes, y no siempre es necesario cogerlos en brazos. En esos casos, el adulto también puede intentar encontrar esta tranquilidad interior si, mirando con un poco de objetividad una situación que puede parecer difícil para el niño, comprende que no le está pasando nada grave. De esta forma puede transmitir al niño un mensaje que le aporte seguridad y confianza: «Yo estoy aquí cerca, te escucho. Necesito terminar de doblar la ropa y en un momento estaré contigo. Mientras tanto, puedes jugar con tus juguetes».

      Si educamos, tanto en el ámbito familiar como en el ámbito profesional, deberíamos intentar ser un buen modelo. Especialmente durante los primeros siete años de los niños, el modelo que damos tiene una importancia vital, porque todavía están en una etapa de total imitación. Todo lo que los rodea les impacta; tienen unas «antenas» extrasensibles para captarlo todo, incorporarlo, integrarlo y expresarlo a su manera. Todavía no tienen filtros para saber qué deben imitar y qué no.

      En general, creo que no damos suficiente importancia a las fuerzas imitativas de los niños. Sobre esta cuestión tuve una experiencia interesante en un asesoramiento en una escuela maternal. El equipo quería profundizar en el tema de la gestión de conflictos, y una de las situaciones que les preocupaban eran los conflictos por los objetos. Una de las maestras tenía dificultades especialmente con una niña de dos años que continuamente les quitaba los objetos de las manos a los otros niños, lo que creaba una dinámica difícil en el grupo. Me propuso hacer una sesión de observación y entré en su aula. Era un momento un poco complejo porque los niños habían vuelto del patio y tenían que esperar un rato para comer, estaban cansados y tenían hambre. La maestra estaba ocupada preparando el carro de la comida y les había dado cuentos para que los estuvieran mirando mientras tanto. Era una buena idea, puesto que así estaban ocupados y no tenían que esperar sin hacer nada. Cuando ya estaba todo preparado para que se sentaran a la mesa, la maestra, sin decir nada, empezó a quitarles los cuentos de las manos a los niños. ¡Ella misma hacía lo que no quería que hiciera la niña! Estaba ofreciendo un modelo de comportamiento que no quería ver en los niños. Pero lo que es más interesante es que la maestra, una profesional con sensibilidad y ganas de hacerlo bien, no era consciente de sus propios gestos.

      Muy a menudo no nos damos cuenta de cómo nos comportamos, qué hacemos, cómo hablamos y qué decimos delante de los niños, porque suelen ser impulsos inconscientes. El modelo que recibimos de pequeños de padres y maestros, lo que vemos en el ambiente donde vivimos, la cultura, lo que aprendemos en las formaciones profesionales o en la universidad, todo nos condiciona. Como dice una educadora del Instituto Pikler en la película Lóczy, un hogar para crecer, de Bernard Martino, no es sencillo educar con respeto cuando uno mismo no lo ha recibido. Aprender a hacerlo exige un trabajo personal constante.

      Los niños imitan acciones, gestos, actitudes, expresiones e incluso estados internos. Los adultos tenemos que ser conscientes de esta responsabilidad: si queremos que integren ciertos comportamientos y actitudes, tenemos que empezar dando ejemplo nosotros mismos. Por ejemplo, si quiero que los niños tengan una actitud respetuosa hacia los demás lo primero que tengo que preguntarme es si yo tengo una actitud respetuosa hacia ellos y si me ven teniendo una actitud respetuosa hacia los demás.

      En el Instituto Pikler pudieron grabar imágenes sorprendentes que muestran que, desde muy pequeños, los niños integran algunas actitudes, como, por ejemplo, ofrecer un objeto a otro niño a cambio de algo. Es un modelo que ven y reciben diariamente de los adultos que los rodean: necesito eso que tienes en la mano y te puedo dar esto a cambio.

      Evidentemente, en otros ambientes donde el trato no es respetuoso podemos observar cómo imitan comportamientos que no son deseables, como por ejemplo el abuchear a otros niños o gritarles para que se callen.

      Existe una cita de Rudolf Steiner que dice que lo primero que influye en la educación es la personalidad del educador, después la forma en que actúa y solo en tercer lugar lo que dice. Esto es algo fácilmente comprobable. Podemos dar largos discursos, pero, al final, lo que ellos integrarán es la forma en que nos mostramos y lo que hacemos. Por lo tanto, si queremos que integren un comportamiento o un valor tenemos que empezar dando ejemplo e intentando ser un buen modelo