El arte de poner límites. Sonia Kliass

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Название El arte de poner límites
Автор произведения Sonia Kliass
Жанр Учебная литература
Серия Colección Vivir con niños
Издательство Учебная литература
Год выпуска 0
isbn 9788494830099



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calma, firmeza, claridad, seguridad, coherencia, confianza, constancia, perseverancia, autocontrol, respeto, flexibilidad, autoconocimiento, capacidad de planificar, capacidad de comunicar, capacidad de observar, etc. La lista puede ser mucho más larga.

      Muchas veces alguien propone amor como cualidad. El amor no es exactamente una cualidad, pero ser amoroso sí. Supongamos que trabajo con niños y recibo un grupo nuevo: todavía no conozco a esos niños, no los «amo», pero quedo ser amorosa y amable con ellos. Por otro lado, esta cualidad se puede desarrollar. Por lo tanto, añadimos ser amoroso o amable a nuestra lista.

      En general, vivimos constantemente pendientes de mil cosas al mismo tiempo, y la llegada de los móviles dotados de internet ha sido clave en el incremento de este estado permanente de dispersión. Si no podemos estar presentes, con nuestra conciencia en el aquí y el ahora, no podemos estar disponibles para los niños. Estamos de cuerpo presente, pero los niños perciben que nuestra mente está lejos de ellos. Con la cabeza en otro lugar, de ninguna forma podemos establecer bien los límites, así que añadimos presencia a la lista.

      Otro punto importante es recordar que necesitamos tiempo para hacer este trabajo. Así que también añadimos capacidad de gestionar el tiempo para tener una disponibilidad real. A veces nos sentimos impotentes ante la falta de tiempo, pero muchas veces es una cuestión de organización. Por lo tanto, también añadimos capacidad de organización.

      ¿Y qué ocurre cuando no hemos dormido en toda la noche? Nada sale bien, ¿verdad? Pues añadimos a la lista energía vital, de la cual estamos muy faltos en general. Si no tenemos energía no podemos educar. Nos tenemos que mirar y descubrir qué necesitamos para recuperar la vitalidad. En este sentido, solemos encontrarnos con una dificultad importante, que es la carencia de un ritmo regular en nuestra vida cotidiana. Cuando podemos mantener una regularidad en el ritmo (por ejemplo, a la hora de comer, dormir, trabajar, etc.), nos sentimos más descansados y vitales. La falta de regularidad, como puede serlo comer, dormir y trabajar a deshoras, por ejemplo, nos lleva rápidamente al agotamiento. No solo los niños necesitan un ritmo regular, tema que abordaremos en otro capítulo, también a los adultos nos conviene muchísimo, y más aún a los adultos que tenemos hijos o que trabajamos con niños.

      Seguramente podríamos ampliar mucho más esta lista, pero sobre todo no quiero dejar de añadir el humor, ¡una cualidad de gran ayuda!

      Cuando tenemos la lista escrita en la pizarra, invito a los participantes a reflexionar. Normalmente se quedan sorprendidos y a menudo les entra una risa nerviosa, porque de repente se dan cuenta de la dificultad que supone hacer bien este trabajo. Mirando esta lista, ¡rápidamente entienden por qué suele ser tan difícil poner límites! ¿Cómo tener tantas cualidades? ¿Tenemos que ser perfectos, entonces, para educar a los niños? No, por supuesto que no. Pero tampoco deja de ser verdad que si desarrollamos estas cualidades haremos mejor este trabajo. No se trata de hacerlo todo perfecto, pero sí de saber que esta lista nos da una dirección, «un norte», nos recuerda que cuanto más desarrollemos estas cualidades mejor lo haremos.

      Cuando uno mira esta lista se da cuenta de que no es suficiente leer un manual sobre «cómo poner límites». Un libro o una charla nos pueden dar muchas pistas, guías e indicaciones de cosas muy concretas que nos pueden ayudar, esto es evidente. Justamente de ello hablaremos en este libro. Pero al final hay un punto que depende de un mismo y de cómo está. Esta es una primera lección que podemos extraer de la lista: si asumo mi responsabilidad a la hora de poner límites, entiendo que seguramente tengo que hacer un esfuerzo personal para hacer bien este trabajo.

      Si las cosas no funcionan con los niños, primero tenemos que mirarnos a nosotros y hacer un repaso de la lista. Quizá nos falta paciencia, o no podemos ser empáticos, o no nos sentimos seguros, o estamos demasiado cansados, o no podemos controlar nuestra ira. Está claro: la cosa no funciona si no cumplimos unas condiciones mínimas. Y no pasa nada, porque, faltaría más, ¡a veces no estamos bien! Nosotros también estamos aprendiendo, por lo que también tenemos que ser pacientes, amables y respetuosos con nosotros mismos.

      Por supuesto que este trabajo no será igual para todo el mundo, porque todos somos diferentes, adultos y niños, y las combinaciones pueden ser múltiples. Por ejemplo, si juntamos a un niño con una fuerte impulsividad y a un adulto con poca paciencia, la tarea de establecer límites será más difícil, está claro. El niño necesitará tiempo para aprender a controlar su impulsividad y el adulto se tendrá que poner las pilas y desarrollar la paciencia. Pero cuando nos concienciamos ya no podemos culpar a los niños de todas las dificultades con las que nos encontramos.

      Parece difícil, pero los niños nos necesitan y no podemos tirar la toalla. Tenemos que recordar que es un trabajo y que depende de nosotros. También podemos pensar que, si gracias a los niños desarrollamos tantas capacidades, ¡al final este proceso es una ganancia importante para nosotros mismos! Yo misma soy el instrumento, y si lo afino sonaré mejor, me sentiré más satisfecha y todo funcionará con mayor fluidez.

      A lo largo del libro, en algunos momentos utilizaré las expresiones estar en la lista o no estar en la lista para referirme a si cumplo unas mínimas condiciones para poner bien un límite de acuerdo con lo que hemos comentado en este apartado.

      No podemos hablar de nada en educación si no situamos primero lo que es primordial: los niños necesitan sentirse seguros, protegidos, necesitan ser vistos y escuchados, necesitan sentir que hay alguien que se interesa profundamente por ellos.

      Hoy sabemos que, aunque estén alimentados y limpios y aunque puedan descansar, si durante los primeros años los niños no experimentan el contacto afectivo de crear vínculo con alguien, puede ser que no alcancen un desarrollo físico, emocional o cognitivo satisfactorios.

      Actualmente, la neurociencia también nos habla de la importancia de construir un vínculo de seguridad y de las implicaciones que llega a tener esta cuestión en el desarrollo de los niños. Daniel Siegel, por ejemplo, en el libro El poder de la presencia, nos habla de las «cuatro condiciones» que tenemos que ofrecer a los niños para crear una relación sana y empoderadora: seguridad, protección, consuelo y visibilidad. Poder construir una relación con quien sentirse seguro, protegido, reconfortado y visto es la base para el desarrollo global óptimo del niño.

      En relación con el tema de este libro, durante los primeros años de vida los niños integran las normas sociales justamente a través de la relación con las personas con quienes tienen un vínculo profundo. Es una realidad que tienen clara los profesionales del Instituto Pikler de Budapest: lo que los niños viven en la vida cotidiana cuando se están relacionando con las personas de referencia los educa en el ámbito social. Observan qué hacen los adultos, cómo se relacionan, cómo responden a sus comportamientos, cómo los miran, el lenguaje verbal y no verbal que utilizan, etc. El aprendizaje social se produce en las situaciones cotidianas, en los detalles, en los aspectos concretos de las relaciones, seamos conscientes de ello o no. Los adultos de referencia transmiten una cultura social y un modelo, por eso es tan importante observar cómo estamos en relación con la «lista» del apartado anterior. Es en la interacción con estos adultos de referencia donde los niños encuentran el primer modelo a integrar sobre cómo nos relacionamos socialmente. Por esto, la calidad de la relación con el adulto es básica en la educación de las herramientas sociales.

      Cuando los niños están en casa durante los tres primeros años de vida, si no ocurre nada grave en el núcleo familiar, el vínculo suele estar garantizado. Pero en el ámbito institucional esto no es tan evidente. Las situaciones más delicadas son aquellas en las que el niño tiene poco contacto con la familia; por ejemplo, cuando pasa muchas horas en un espacio educativo, cuando vive situaciones que lo alejan de ella (por ejemplo, si tiene que estar hospitalizado)