Название | La seducción de los relatos |
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Автор произведения | Jorge Panesi |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877122015 |
En los últimos años, el deslizamiento hacia el análisis político que han tenido algunos académicos y escritores parece responder a una demanda mediática: inscribir en las especulaciones politológicas ciertos matices literarios e intelectuales que la descripción y la explicación periodística no podrían alcanzar. Sin paradojas, la crítica, o una parte muy acotada de ella, regresa hacia las instituciones que la vieron nacer: el periodismo, los medios masivos, la discusión pública. Porque la crítica literaria siempre se conjuga en tiempo presente, y las fluidas peripecias del ahora le son históricamente consubstanciales a su razón de ser. ¿Y en qué consiste esta demanda? Cuando la narración retrocede frente a la inenarrable experiencia (Walter Benjamin), los intelectuales proveen relatos y contrarrelatos. Los políticos enarbolan estadísticas y porcentajes, que son la nada misma si no se insertan en una narración que los haga consumibles. Por eso, este libro se llama La seducción de los relatos: la seducción que, consciente o inconscientemente, los medios masivos, la cultura y la política en general tienen por el relato literario, pero también la seducción de la literatura y de la crítica por insertar sus narrativas en un contexto de difusión más amplio.1
La expansión, o el deseo de expandir el alcance y el influjo del discurso crítico en la vida social, no solamente se ata al análisis o la discusión política para lograr sus fines: cree encontrar en el territorio del ineludible objeto del que se ocupa, la literatura, las armas que habrían de sacarla de su confinamiento, o de su destino minoritario y hasta elitista. Intenta, para ir más allá de sí misma, fundirse con una parte privilegiada de ella misma. Actualmente hay tanteos o ensayos en los que la crítica argentina se identifica con la literatura y quiere ser enteramente literaria, borrando las ataduras institucionales que han formado su historia. Lo intenta ya sea asumiendo en su discurso procedimientos abiertamente literarios, o bien, tiñendo su proceder con inscripciones autobiográficas (el diario, la crónica) que sustituyen los sesudos protocolos académicos que fueron los reservorios privilegiados de su verosimilitud.
La vida universitaria en relación con la literatura forma parte de una narración irónica, autoirónica o llanamente satírica. Es así porque desde hace cierto tiempo (digamos: desde hace medio siglo) hay un crecimiento encapsulado de una especie subcultural bastante pretenciosa, la cultura académica, que muchas veces quiere explicar el ancho campo de la sociedad e intervenir en los cambios y las disputas contemporáneas. La visibilidad o la notoriedad de esta cultura (particularmente en Estados Unidos) la han convertido en un tópico literario, y en un género, desde el fundador de las “aventuras académicas de un exiliado”, Vladimir Nabokov (en Pnin, 1957), hasta Jorge Luis Borges (“El soborno”, 1975) o Ricardo Piglia en la Argentina (Viaje de ida, 2013), sin olvidar el suceso del inglés David Lodge, que es novelista (Small World, 1984), profesor y divulgador de teorías literarias (Twentieth Century Literary Criticism, 1972).
En el caso argentino, a una primera camada o generación que enseñó regularmente en Estados Unidos (María Rosa Lida, Raimundo Lida, Ana María Barrenechea, Enrique Anderson Imbert), luego, cuando se intensifica el fenómeno de intercambio generalizado de las profesiones universitarias, o si se quiere, de la mundialización, al cual la cultura académica no es ajena, se agregan Sylvia Molloy, María Luisa Bastos y, más adelante todavía, Josefina Ludmer y Ricardo Piglia (entre otros). En la actualidad, los que enseñan y escriben en el extranjero, en una especie de diáspora que, sin embargo, no anula su pertenencia al campo cultural argentino (o tal vez a una pertenencia dual o bicéfala), se han multiplicado. Es así como David Viñas debe agregar un nuevo tipo de viaje a los que tipifican la historia de la literatura argentina, el viaje académico, del que él mismo como exiliado ha formado parte. Por supuesto, a lo largo del tiempo, las catástrofes nacionales han incentivado esta diáspora: me refiero a las hecatombes políticas, militares y económicas de la Argentina trenzadas e intensificadas en la década de los setenta. Un episodio de la literatura nacional (irse o quedarse ante un contexto despiadado) parece repetirse como si fuera una matriz histórica.
Sin embargo, las contrariedades y las desventuras colectivas, en vez de quebrar la continuidad reflexiva de la crítica argentina, la han fortalecido otorgándole no solamente mayor coherencia, sino también contribuyendo a hacer patente un reconocimiento de su historia, de los problemas característicos que la mueven e incentivan y, sobre todo, le han provocado una conciencia de sí que dibuja los contornos de una cierta o incierta identidad.
Tengo la pretensión desmedida de que el lector, a modo de juez (una antigua figura de la crítica literaria), inscriba La seducción de los relatos en esa cadena que se nutre de las actividades de la enseñanza, en las ceremonias no exentas de teatralidad que llamamos enseñanza universitaria, y de la concentración aislada de la escritura. No sé si es conveniente separar ambas actividades, no sé tampoco si conviene fundirlas, o si los eventuales vasos comunicantes son los que le darán a lo disperso un vestido de unidad.
1 Insistir en los “relatos”, como lo hago desde el título y en uno de los trabajos recopilados, quizá necesite de una justificación adicional, que encontramos en un uso reciente otorgado o añadido a la significación habitual. Desde hace poco tiempo, periodísticamente hablando, el “relato” en cuestión es de patrimonio exclusivo del kirchnerismo y equivale a “mentira”, una construcción políticamente mentirosa. El contexto inmediato de cualquier trabajo literario incide indirectamente, me parece, en cuanto se escribe. Asumo esta correspondencia como un valor irónico, pero no juzgo sobre el acierto de la caracterización semántica, a pesar de ser un convencido antikirchnerista.
1. ACERCA DE UNA FRASE DESDICHADA Y SOBRE LA DESDICHA DE NO TENER POLÉMICAS2
Me doy cuenta de que el título que he elegido, además de falsamente enigmático, resulta a todas luces confuso. La desdicha a la que alude sería, entonces, solamente la mía: mi desdicha retórica. O quizá, si la retórica, si los retóricos se encaminan siempre hacia la guerra en el ágora, hacia el polemos o el litigio, debo confesar que he practicado muy poco algo que parece producir una dicha, un goce, un placer belicoso de lo dicho: el entredicho de la polémica. La desdicha de no haber sido polémico, de haber practicado muy poco un arte que hoy se considera –y por eso la desdicha, la incomodidad y el vacío– perdido.
La frase desdichada o la desdicha que está detrás de la frase les resonará con una familiaridad casi inapelable, puesto que la hemos oído, o la hemos dicho con un acuerdo de tranquilidad que dicta sentencia acerca de los tiempos que nos han tocado vivir, a nosotros, los críticos, precisamente a nosotros, que vivimos, que nos alimentamos de polémicas. Tiempos a-críticos, poco propicios para la crítica y la labor de los críticos, porque serían tiempos sin polémica. Este es el murmullo, el rumor, lo que se oye aquí y allí, en las tertulias, lo que aceptamos sin confirmación, resignados al tiempo y a la doxa que busca el irreflexivo acuerdo abroquelado en una frase abrumadora por su patético sonsonete unánime: “En la Argentina ya no hay polémicas”. Esta parece ser una frase firmada anónimamente, una firma que nos atornilla a un tiempo sin esperanzas, sin relieves intelectuales que motiven la polémica. La frase “Ya no hay polémicas” remite a un pasado pletórico en el que sí las había, y en el que reinaban sin desplazarse del centro de la escena los intelectuales críticos, serios en su función de polemizar, atravesados por la luz de una misión que los hacía combatir entre sí para iluminar a aquellos espectadores que fuera de la batalla dieran, como en la arena romana, el veredicto de triunfo o de derrota, o eventualmente se sumaran a uno de los bandos. La otra dimensión de la frase, la del presente decepcionado, sitúa a los intelectuales