La túnica inconsutil. Santiago Arellano Hernández

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Название La túnica inconsutil
Автор произведения Santiago Arellano Hernández
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418467479



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      María sigue al Hijo, siempre oculta,

      siempre atenta a todos sus cuidados,

      busca cobijo, dispone el alimento,

      se encarga del vestir y del descanso

      acompaña a su Hijo y hace posible

      que el Evangelio extienda su legado

      solo el amor tiene por recompensa

      y dar amor al Hijo en amor dado

      calladamente en su humildad sublime

      sirve al Señor y sirve a su Reinado

      «Padre nuestro» recita conmovida,

      el Shemá que Jesús les ha enseñado

      III

      Subir a Jerusalén

      Lo desveló en Cesárea de Filipo.

      Desde el principio su Madre lo sabía.

      Aquella espada que anunció el anciano

      dejó en desvelo siempre su alma ungida.

      Ha venido a ofrecerse en sacrificio

      restaurar la alianza destruida

      rescatar a los hombres de la muerte.

      Y en la verdad, huir de la mentira.

      Esto enseña Jesús con voz de Hombre

      y lo confirma un Dios crucificado.

      No anuncia ni ensueños ni embelesos

      ni delirios de bien siempre anhelados

      no palabras aladas como el viento

      ni promesas a expensas de los años

      no con abracadabras seductoras

      ni con susurros dulces, hechizados

      hizo real el reino para el hombre.

      El sí son obras de un cielo recobrado.

      El fíat sumió a Dios en carne humana

      y desveló el camino necesario

      para vivir aquí comprometidos

      en un quehacer diario esperanzado

      que hace del sufrimiento y de la muerte

      cuota segura del cielo conquistado.

      Adorador

      «¡Sube a Jerusalén! Oh Jesús mío

      no escuches el consejo envenenado

      de quien llama locura ir a la muerte

      y necedad morir vilipendiado».

      Mundo

      ¿No es suficiente predicar el reino?

      ¿Por qué mostrar el pecho traspasado?

      Cristo

      El mismo Pedro razona humanamente

      y a Satanás escucha malhadado.

      No piensas como Dios sino como hombre.

      Adorador

      Gracias Señor, por siempre seas loado

      cantaré sin cesar y eternamente

      pues lo que a nuestro ser está vedado

      lo ha hecho posible tu sangre derramada.

      Con la cruz la verdad has rubricado.

      Cristo muriendo en obediencia al Padre.

      Narrador

      «Nacer, crecer, morir. He aquí el destino

      de cuanto el orbe desgraciado encierra;

      ¿Qué importa si al fin de mi camino

      Dijo el poeta desesperanzado.

      «Estáis en un error» dijo el Maestro

      sois el don que mi sangre ha conquistado.

      Adorador

      Oh Madre de bondad, Señora mía

      Reina y Madre, de todos los heridos,

      no te quedaste al pie por los halagos

      sino por ser la madre de tus hijos

      previsora de todo, atenta a todo,

      siempre al servicio del sagrado Vino

      que alegra el corazón de los mortales

      y los transforma en hijos adoptivos.

      Tu condición de Madre dio su fruto,

      fue tu maternidad la que lo hizo.

      Consciente de tu ser, que era ser Madre

      al engendrar el Hombre en un Dios Vivo,

      al comprender que tu misión sagrada

      era encarnar al Dios de un sacrificio

      que siendo Altar, Pontífice y Cordero

      traería el Amor a un corazón perdido

      y la Esperanza en el aquí y ahora

      al hombre que aún añora el Paraíso.

      Desde entonces estas al pie de obra,

      intendencia real de todo lo preciso

      lo sublime lo tejen vuestras manos

      haces que se resuelva lo imprevisto.

      1. A. Plaza, Hojas secas en Poesías, (Veracruz 1885), p. 121.

      Parte Segunda:

      La Túnica Sacerdotal

      I

      Sumo y eterno Sacerdote

      Al despuntar el día,

      salí de noche

      en busca de la lana

      de los vellones.

      Cual nueva moabita

      entre las brañas

      cogía, de una en una,

      hebras rizadas.

      Las lavaría,

      con el hopo en mis manos

      las hilaría,

      y en el telar temprano

      la tejería,

      y de rojo sangre

      las teñiría.

      He de hacer una túnica

      que al mundo asombre.

      Tersa, pulida y limpia,

      dalmática de amores.

      En la noche sagrada

      del jueves santo

      habrá misa mayor

      y misacantano.

      Y al subir al altar,

      en el cenáculo,

      la túnica inconsútil

      presenciará el milagro.

      Los corderillos tiernos

      en sus balidos

      anunciaban a coro

      su sacrificio.

      Pero su lana,

      en su esplendor de nieve,

      me recordaba

      el sudario de mi hijo.