Название | Práctica del amor a Jesucristo |
---|---|
Автор произведения | San Alfonso María Ligorio |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418631535 |
...»Pues ¿cómo te pagaré yo, Amador mío, este amor? Esto sólo es digno de recompensación, que la sangre se recompense con sangre... Véame yo con esa sangre teñido y con esa cruz enclavado. ¡Oh cruz, hazme lugar y recibe mi cuerpo y deja el de mi Señor!... Para esto dice tu Apóstol moriste, para enseñorearte de vivos y muertos [17].
...»¡Oh robador apresurado y violento! ¿Qué espada será tan fuerte, qué arco tan recio y bien flechado, que pueda penetrar a un fino diamante? La fuerza de tu amor ha despedazado infinitos diamantes. Tú has quebrado la dureza de nuestros corazones. Tú has inflamado a todo el mundo en tu amor... ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo? ¿Qué has querido hacer en mi corazón? Vine para curarme, y ¡me has herido! Vine para que me enseñases a vivir, y ¡me haces loco! ¡Oh sapientísima locura, no me vea yo jamás sin Ti!
...»No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes reclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados; los brazos tienes tendidos para abrazarnos, las manos agujereadas para darnos tus bienes, el costado abierto para recibirnos en tus entrañas, los pies clavados para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros».
Mas para alcanzar el verdadero amor de Jesucristo menester es emplear los medios a ello conducentes. He aquí lo que nos enseña Santo Tomás de Aquino:
1.° Tener continua memoria de los beneficios de Dios, tanto particulares como generales.
2.° Considerar la infinita bondad de Dios, que a cada instante nos tiene presentes para colmarnos de favores, y, al mismo tiempo que nos está amando, reclama también en retorno nuestro amor.
3.° Evitar con diligencia cuanto le desagrade, aun lo más mínimo.
4.° Despegar el corazón de los bienes terrenos: riquezas, honores y placeres de los sentidos.
Otro modo muy excelente para alcanzar el perfecto amor de Jesucristo nos lo brinda el padre Taulero, y consiste en meditar en la sagrada pasión.
¿Quién podrá negar que la pasión de Jesucristo es la devoción de las devociones, la más útil, más querida de Dios, la que más consuela a los pecadores y la que mejor inflama las almas amantes? Y ¿por dónde nos vienen más gracias que por la pasión de Jesucristo? ¿Dónde se funda nuestra esperanza de perdón, la fortaleza contra las tentaciones y la confianza de alcanzar la salvación? ¿Dónde tienen su fuente tantas sobrenaturales inspiraciones, tantas llamadas amorosas, tantos impulsos a mudar de vida y tantos deseos de darnos a Dios, sino en la pasión de Jesucristo? Sobrada razón tenía, por tanto, el Apóstol cuando lanzaba anatema contra quien no amase a Jesucristo: Si alguno no ama al Señor, sea anatema [18].
Dice San Buenaventura que no hay devoción más apta para santificar el alma que la meditación de la pasión de Jesucristo, por lo que nos aconseja que meditemos a diario en ella si deseamos adelantar en el divino amor. Y ya antes dijo San Agustín, según refiere Bernardino de Bustis, que vale más una lágrima derramada en memoria de la pasión que ayunar una semana a pan y agua. De ahí que los santos siempre estuviesen meditando los dolores de Jesucristo. San Francisco de Asís llegó de este modo a ser un serafín. Le halló cierto día un caballero gimiendo y gritando, y, preguntada la razón, respondió: «Lloro los dolores e ignominias de mi Señor, y lo que más me hace llorar es que los hombres no se recuerdan de quien tanto padeció por ellos». Y a continuación redobló las lágrimas, hasta el extremo de que el caballero prorrumpió también en sollozos. Cuando el Santo oía balar a un corderillo o veía cualquier cosa que le renovara la memoria de los padecimientos de Cristo, se renovaban lágrimas y suspiros. En una de sus enfermedades hubo quien le insinuó que si quería le leyesen algún libro devoto, y respondió: «Mi libro es Jesús crucificado», por lo que continuamente exhortaba a sus hermanos que pensaran siempre en la pasión de Jesucristo.
Tiépolo escribe: «Quien no se enamora de Dios contemplando a Jesús crucificado, no se enamorará jamás».
Afectos y súplicas
¡Oh Verbo eterno!, treinta y tres años pasasteis de sudores y fatigas, disteis sangre y vida para salvar a los hombres, y, en suma, nada perdonasteis para haceros amar de ellos. ¿Cómo, pues, puede haber hombres que aún no os amen? ¡Ah, Dios mío!, que entre estos ingratos me encuentro yo. Confieso mi ingratitud, Dios mío; tened compasión de mí. Os ofrezco este ingrato corazón ya arrepentido. Sí, me arrepiento sobre todo otro mal, querido Redentor mío, de haberos despreciado. Me arrepiento y os amo con toda mi alma.
Alma mía, ama a un Dios sujeto como reo por ti, a un Dios flagelado como esclavo por ti, a un Dios hecho rey de burlas por ti, a un Dios, finalmente, muerto en cruz como malhechor por ti.
Sí, Salvador y Dios mío, os amo, os amo; recordadme siempre cuanto por mí padecisteis, para que nunca me olvide de amaros.
Cordeles que atasteis a Jesús, atadme también con Él; espinas que coronasteis a Jesús, heridme de amor a Él; clavos que clavasteis a Jesús, clavadme en la cruz con Él, para que con Él viva y muera.
Sangre de Jesús, embriágame en su santo amor; muerte de Jesús, hazme morir a todo afecto terreno; pies traspasados de mi Señor, a Vos me abrazo para que me libréis del merecido infierno.
Jesús mío, en el infierno no os podré ya amar; yo quiero amaros siempre. Amado Salvador mío, salvadme, estrechadme contra vos y no permitáis que vuelva jamás a perderos.
¡Oh María, Madre de mi Salvador y refugio de pecadores!, ayudad a un pecador que quiere amar a Dios y a vos se encomienda: por el amor que tenéis a Dios, venid en mi socorro.
CAPÍTULO II:
CUÁNTO MERECE SER AMADO JESUCRISTO POR EL AMOR QUE NOS MOSTRÓ EN LA INSTITUCIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
Sabiendo Jesús que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos, los amó hasta el extremo [1]. Sabiendo nuestro amantísimo Salvador que era llegada la hora de partir de esta tierra, antes de encaminarse a morir por nosotros, quiso dejarnos la prenda mayor que podía darnos de su amor, cual fue precisamente este don del Santísimo Sacramento.
Dice San Bernardino de Siena que las pruebas de amor que se dan en la muerte quedan más grabadas en la memoria y son las más apreciadas. De ahí que los amigos, al morir, acostumbren dejar a las personas queridas en vida un don cualquiera, un vestido, un anillo, en prenda de su afecto. Pero vos, Jesús, mío, al partir de este mundo, ¿qué nos dejasteis en prenda de vuestro amor? No ya un vestido ni un anillo, sino que nos dejasteis vuestro cuerpo, vuestra sangre, vuestra alma, vuestra divinidad y a vos mismo, sin reservaros nada. «Se te ha dado por entero –dice San Juan Crisóstomo–, no reservándose nada para sí».
Según el Concilio de Trento, en este don de la Eucaristía quiso Jesucristo como derramar sobre los hombres todas las riquezas del amor que tenía reservadas. Y nota el Apóstol que Jesús quiso hacer este regalo a los hombres en la misma noche en que éstos maquinaban su muerte [2]. San Bernardino de Siena es de la opinión de que Jesucristo, «ardiendo de amor a nosotros y no contento con aprestarse a dar su vida por nuestra salvación, se vio como forzado por el ímpetu del amor a ejecutar antes de morir la obra más estupenda, cual era darnos en alimento su cuerpo».
Por eso Santo Tomás llamaba a este sacramento sacramento de caridad, prenda de caridad. Sacramento de amor, porque sólo el amor fue el que impulsó a Jesucristo a darse a nosotros en él; y prenda de amor, porque si alguna vez dudáramos de su amor, halláramos de él una garantía en este sacramento. Como si hubiera dicho nuestro Redentor al dejarnos este don: ¡Oh almas!, si alguna vez dudáis de mi amor, he aquí que me entrego a vosotras en este sacramento; con tal prenda a vuestra disposición, ya no podréis tener duda de mi amor, y de mi amor extraordinario.
Más lejos va todavía San Bernardo al llamar a este sacramento amor de los amores, pues este don encierra todos los restantes dones que el Señor nos hizo, la creación, la redención,