Название | El corazón de la pastoral |
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Автор произведения | Fernando Cordero Morales |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788428835077 |
Me insistía José Luis: «Yo sigo viendo más El corazón de la pastoral, porque tú tomas el pulso, los latidos a la realidad... y luego los vuelcas en tus escritos. Una pastoral con corazón suena más a tener entrañas de misericordia en el trabajo pastoral. Y creo que ofreces reflexiones que nacen de la realidad (lo que ves, lees, escuchas, anécdotas, historias...), que es –o debería ser– “el corazón de la pastoral”, el órgano que impulsa las acciones pastorales. Seguramente, muy en la línea del ver-juzgar-actuar».
Curiosamente, estaba en el arzobispado esperando al obispo auxiliar, Antoni Vadell, el bisbe Toni, para tratar algunos asuntos y pedirle que me escribiera el prólogo cuando mi «jefe» y yo seguíamos la conversación. «Hay dos palabras que tienen que aparecer: “pastoral” y “corazón”». Así que, convencido quedé sobre el título. Si te recuerdan que una palabra que aparece continuamente es «corazón», fruto de mi ser religioso de los Sagrados Corazones, y que lo que me mueve es la pastoral o la manera de intentar transmitir la alegría del Evangelio, no se hable más.
Como veréis, cada capítulo recoge un «Pliego». Hemos revisado el texto y actualizado algún dato, siendo fieles a lo que se publicó en su momento en la revista. Un hilo conductor en todos ellos es la preocupación por encontrar a Dios en lo cotidiano y cómo las pequeñas cosas del día a día nos ponen directamente en contacto con él. Descubriréis la posibilidad de vivir los sacramentos como encuentros con el Señor y con los hermanos, cómo acompañar y preparar esas estaciones del tren de la vida que vamos serpenteando unas veces con lentitud, otras con la velocidad del AVE. Cuando ha habido alguna imagen o símbolo sugerente e inspirador, me ha servido como eje conector; por ejemplo, la mochila del obispo, el caleidoscopio, los signos que oxigenan...
Como bien me recordaba José Luis Celada, los «Pliegos» han surgido del Corazón de Jesús y de María como fruto de la espiritualidad de la familia religiosa a la que pertenezco. Ese Corazón que ama «interesadamente» o, mejor, por nuestro interés. También hay dos capítulos –el 7 y el 8– que pueden acompañar dos tiempos litúrgicos: el Adviento y la Cuaresma. Las obras de misericordia espirituales nacieron con ocasión del Año Santo de la misericordia. Y el «Pliego» sobre la santidad, que fue el primero que escribí, porque me cautivó esa preocupación del papa Francisco desde el inicio de su pontificado por reconocer la santidad del que tenemos en la puerta de al lado, como nos señala en la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate.
Consecuencia de la reflexión y la docencia de la asignatura de «Iglesia y medios de comunicación», que impartí varios años en el Centro de Estudios Teológicos de Sevilla, vio la luz el «Pliego» «Junto al avestruz de dos cabezas», donde analizo las claves de la información religiosa actual.
El año del centenario de Gloria Fuertes me permitió aproximarme nuevamente a la poeta de mi infancia, redescubierta en su poesía para adultos. Fui cincelando poco a poco ese escrito. Gloria se lo merece. Y quedé enriquecido por la magia de sus palabras, que me transportaron hasta Gaudí.
Solo cabe dar las gracias sinceras a mis editores, por su continuo cuidado y amistad, así como al pastor que me regala el prólogo. Y, especialmente, a vosotros, queridos lectores, por los que estas páginas adquieren sentido. ¡Gracias!
1
EL TREN AZUL.
CONSIDERACIONES PASTORALES
EN TORNO A LA MUERTE
Después de casi veinte años de ministerio sacerdotal, más los que he vivido previamente alrededor del llamado «fenómeno más universal», en expresión de Karl Rahner, creo que puedo hacer un sencillo aporte para laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos en torno al tratamiento pastoral del acompañamiento de las personas que nos dejan y sus familias, así como la preparación y posterior celebración de exequias y funerales. En este año de 2017 he celebrado el entierro de mi abuela Juana el mismo día que cumplía cien años, que fue como su fiesta de entrada en el cielo. El cirio se convirtió en la gran vela del banquete del «cumpleaños» eucarístico. Unos meses más tarde he tenido que despedir a mi tío Bernabé, que era mi padrino de bautismo, dos días después de la celebración de su santo. Utilicé la etimología de su nombre –«el que anima y entusiasma»– para indicar cuál fue la misión de mi tío, una persona que mostraba con la fuerza del testimonio el camino de la bondad. Ambas celebraciones en Algodonales, uno de los pueblos blancos de la provincia de Cádiz, rodeado de sierra, olivares y el cielo del sur. La geografía, la situación de la iglesia o del cementerio pueden ayudar a asimilar de un modo natural el paso de las generaciones y de lo que es la propia vida.
Entiendo que, a la hora de presidir unas exequias, con o sin eucaristía, es necesario tomar contacto previamente con la familia del difunto. Normalmente, los sacerdotes articulamos bien la teología y estamos llamados a hablar de la esperanza de la resurrección, de la vida a la que Cristo nos da entrada por el Misterio pascual. Pero si todo esto se hace bien contextualizado, tratando de ver cómo la persona que despedimos ha procurado vivir la fe o los valores del Evangelio, facilita el proceso del duelo de la familia y nos sirve a todos para encontrar razones para la acción de gracias por la vida que ponemos en las manos del Padre. Además, aunque las personas que mueren han tenido sus limitaciones y pecados, lo cierto es que también resplandece en ellas la huella del Creador. Tan solo en una ocasión, en todos estos años, recuerdo cómo una familia, antes de la eucaristía de funeral, me pidió que no hiciera ninguna referencia a la vida de la persona por la que la ofrecíamos, porque decían que había sido muy mala con ellos y que mejor omitir cualquier comentario.
Un tren por la Cerdaña
No me ocurrió esto con la familia de Joan. Había muerto en el hospital, con 55 años, afrontando una leucemia. Aunque llevaba enfermo desde hacía algún tiempo, la muerte se precipitó casi sin que la esposa y los tres hijos se diesen cuenta. Él fue un hombre trabajador que disfrutaba especialmente de la convivencia familiar y veraniega en la Cerdaña (Pirineo gerundense). Allí solían utilizar el conocido tren groc –tren amarillo– o canario, que les proporcionaba la contemplación de un maravilloso paisaje. La imagen del tren la utilicé en la homilía de la misa corpore insepulto en la parroquia de la Mare de Déu de Gràcia, de Sabadell:
Los viajes no siempre son fáciles. Las vías, con frecuencia, sobre todo en la Cerdaña, han de sortear diferentes elementos geográficos que son difíciles y pronunciados, pero que pueden convertirse en oportunidad para contemplar algo único. Joan estaba convencido de la necesidad del esfuerzo, del trabajo bien hecho, de las exigencias que conlleva la aventura que es vivir, de aplicar con todos ecuanimidad y justicia. Además, la constancia, la perseverancia, la entrega fueron claves en la travesía de su existencia. Hoy las recibís como herencia, como recuerdo, sobre todo como brújula para continuar hacia el horizonte del Amor, que, como nos decía san Pablo (cf. Rom 14,7-9), es vivir para los otros.
Luego quería además unir esta imagen ferroviaria con el destino de la vida de Joan. De ahí me vino el cambio de color:
No podemos quedarnos en la estación de la muerte. La muerte no es el final del viaje de Joan, sino la Vida. No nos quedamos ni en el miedo ni en el desconsuelo. Ahora vosotros podéis estar más unidos a él por unos lazos que ya no os separarán jamás. Ahora, más que con las palabras, hablaréis con una comunicación nueva, de corazón a corazón, con Joan, que os seguirá cuidando y protegiendo desde la estación definitiva, que es la del cielo, por donde circula el tren azul.
Cerrar las llaves de paso
Las metáforas e imágenes nos ayudan a aproximarnos a temas tan complejos y de tanto calado como el que nos ocupa. Jordi Llavina, en una columna en La Vanguardia (12 de julio de 2017), titulada «Cerrar todas las llaves de paso», se hace eco de esta original metáfora:
El sábado fui al tanatorio de