Vaticinio de amor. Christine Cross

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Название Vaticinio de amor
Автор произведения Christine Cross
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418616082



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volátil de Domiciano. Algunos años atrás, Nerón, en su locura, había provocado un incendio que había devastado gran parte de la ciudad. Domiciano poseía esa misma veta de locura.

      —Lavinia.

      Quinto abrió los ojos sorprendido y confuso.

      —¿Lavinia? —repitió parpadeando—. Pero ella es una sacerdotisa de Vesta. ¡Por Baco! ¿Qué ha podido hacer ella para atraer así la atención del emperador? —espetó enfurecido mientras se levantaba bruscamente del triclinio y comenzaba a caminar a grandes zancadas por la estancia.

      —Tranquilízate, Quinto —le pidió su amigo.

      —¿Que me tranquilice? —gritó con el rostro contraído por la rabia—. ¡Dime, maldita sea, cómo voy a tranquilizarme cuando me dices que mi hija puede ser condenada a muerte por culpa de ese loco que tenemos por emperador!

      —No se trata de una condena a muerte —le aseguró, y agregó con firmeza—, haz el favor de sentarte y te lo explicaré todo.

      Quinto soltó un gruñido de frustración, pero obedeció. Marzius comenzó su explicación:

      —Conoces a Cneo Julio Agrícola y su modo de llevar adelante las campañas —dijo. Esperó el asentimiento de Quinto y continuó—: Ha tenido mucho éxito y el pueblo lo aclama como a un héroe, lo que ha despertado la envidia de Domiciano.

      —¿Qué tiene que ver eso con mi hija?—gruñó con impaciencia.

      —Ten paciencia, a eso voy. Agrícola lleva como gobernador de Britania desde el año 78, y ha culminado con éxito las campañas en el territorio de los ordovicos, al norte de Gales, y contra las tribus que habitan en las costas frente a Hibernia. Sin embargo, no ha tenido éxito contra los caledonios —explicó—. Domiciano, para ganarse el favor del pueblo, quiere imitar los métodos de Agrícola; ha propuesto una medida pacífica para la conquista de Caledonia: hacer un pacto por matrimonio.

      Marzius observó la confusión en el rostro de su amigo y dejó escapar un profundo suspiro. Tendría que decírselo directamente.

      —Domiciano quiere ofrecer a Lavinia como esposa para el hijo de Calgaco, jefe de los pictos.

      —¡Está loco! —gritó poniéndose de nuevo de pie—. ¡No pienso permitirlo!

      —No puedes oponerte al emperador —replicó el prefecto con sensatez.

      Quinto se dejó caer consternado sobre el triclinio. Sabía que Marzius tenía razón. Si se negaba a cumplir las órdenes, no solo corría peligro su vida, sino la de Flavia, la de sus hijas, sus esposos y sus nietos. La venganza de Domiciano les alcanzaría a todos. Se cubrió el rostro con las manos en un gesto lleno de desesperación.

      —Estoy de acuerdo contigo en que la propuesta constituye una locura —señaló Marzius—. Incluso estoy convencido de que Agrícola pensará lo mismo, y por eso creo que podemos confiar en que no hará nada que pueda poner en peligro la vida de tu hija.

      —El solo hecho de viajar hasta aquellas tierras ya constituye de por sí un peligro —repuso Quinto con voz ronca por la emoción—. ¡Júpiter todopoderoso, lleva encerrada quince años en un templo!, ¿cómo va a poder sobrevivir entre rudos legionarios o entre bárbaros infieles? ¡Es una maldita virgen! —espetó furioso sin que le importase en ese momento si la diosa Vesta lo fulminaba con un rayo.

      —Por eso he reclutado a los dos mejores soldados de toda Roma —declaró en un intento por tranquilizarlo—. Ellos cuidarán de Lavinia y la protegerán.

      —¿La protegerán incluso contra las órdenes del emperador? —preguntó con amarga ironía.

      —Lo harán —le aseguró con firmeza.

      Quinto se dejó caer sobre el asiento.

      —No sé cómo se lo diré a Flavia —murmuró derrotado—. ¿Quiénes son esos hombres?

      —Uno es Marcus Vinicius, hijo de Séptimo Vinicius, comandante en jefe de la IX Legión. Luché junto a su padre en diferentes batallas y conozco bien a su hijo. Confío en su honor y en su capacidad para proteger a tu hija.

      Quinto asintió.

      —¿Y el otro?

      —El otro es…

      La voz de un esclavo los interrumpió.

      —Señor, ya han llegado.

      —Muy bien, hazlos pasar—le indicó.

      Oyeron el ruido metálico de las corazas al aproximarse los dos hombres. Entraron y se detuvieron en medio de la estancia llevándose el puño al pecho.

      —Marcus —lo saludó Marzius acercándose al joven y aferrando su antebrazo—, es un placer verte de nuevo.

      —Lo mismo digo, señor.

      Se giró hacia el otro joven con una sonrisa.

      —Lucius.

      —Hola, padre.

      Marzius inclinó la cabeza en un gesto de reconocimiento antes de envolver a su hijo en un apretado abrazo.

      Quinto observó atentamente a los dos jóvenes. A pesar de que él era alto, Marcus le sacaba casi una cabeza, debía de medir alrededor de un metro noventa, y tenía una musculatura poderosa, fruto del constante adiestramiento al que se veían sometidos los legionarios; sin embargo, lo que más le llamó la atención fueron sus ojos. Nunca había visto tanta dureza y cinismo en alguien tan joven, pues el muchacho rondaría aproximadamente los treinta años.

      Lucius, más bajo que el otro, poseía también una buena musculatura, y era de sonrisa fácil.

      Marzius hizo las presentaciones. Marcus se tensó. No le agradaban los senadores, aunque Quinto no pareciese uno de ellos. Era casi tan alto como él y de espaldas anchas. El pelo, de un castaño leonado, se le rizaba en la nuca. Tenía los ojos del color de la miel silvestre y revelaban una profunda pena.

      Quinto miró los yelmos que los hombres portaban ahora bajo el brazo y se volvió hacia Marzius con curiosidad.

      —Tu hijo no es legionario —comentó señalando el casco en el que sobresalía un penacho de color azul.

      Marzius gruñó.

      —Siempre quiso ser soldado, pero no deseaba servir a las órdenes de su padre —explicó—. Por eso ingresó en la Guardia Pretoriana.

      Su rostro esbozó una mueca de disgusto, pero cada una de sus palabras llevaba impresa el orgullo que sentía por su hijo.

      —Señor —interrumpió Marcus—, me gustaría saber por qué nos ha hecho llamar.

      —Claro, claro —convino el prefecto mirando a Lucius—. Será mejor que os cuente todo antes de que nos alarguemos comentando otras cosas. Tomad asiento.

      Mientras efectuaba paseos por la estancia, les contó lo que ya le había dicho a Quinto.

      —Vuestra misión consistirá en protegerla en todo momento, no debe sufrir daño alguno.

      —¿Cuántos hombres nos acompañarán? —Quiso saber Marcus.

      —Ocho, seréis diez en total. Un número mayor significaría mayor visibilidad y mayor posibilidad de ataques, especialmente cuando atraveséis la Galia —le explicó—. Tendrás que escoger a hombres de total confianza.

      Marcus asintió.

      —¿Y la ruta?

      Marzius se acercó a la enorme mesa de piedra labrada sobre la que solía trabajar y que en ese momento se encontraba atestada de documentos y mapas, y les pidió que se aproximasen mientras elegía uno de los mapas y lo exponía sobre la mesa.

      —Viajaréis en una nave desde el puerto de Ostia hasta Massilia, en la Galia; eso os evitará tener que cruzar los Alpes. Desde allí atravesaréis la Galia hasta Gesoriacum, uno de los mayores puertos