Amora. Natalia Borges Polesso

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Название Amora
Автор произведения Natalia Borges Polesso
Жанр Языкознание
Серия Avalancha
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878673271



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Y después sobre el lugar en el que hacía recitales. Y después sobre la posibilidad de ir un día. Y después sobre la telenovela, la de las dos lesbianas que se morían en la explosión del shopping. Y después sobre qué bizarro era el mundo. Y después sobre cómo no es posible controlar esos sentimientos. Y después sobre qué ganas tenía ella de besar la boca roja de Letícia. Y después sobre cómo le gustaría a Letícia, pero solo si Víctor estuviera presente. Y después sobre cuánto le faltaba estudiar para la prueba de Física.

      Todo eso había echado raíces intensas en sus sensaciones diarias. La boca roja de Letícia. Los pensamientos encerrados hacía años en algún lugar oscuro de la cabeza, ahora liberados en palabras. Palabras que fueron a parar a la cabeza de Letícia. Nunca había confesado esas cosas a nadie y todos los viernes que se sucedieron hasta el día en que fue a la casa de Luís Augusto Marcelo Dias Prado fue como si nunca las hubiera confesado.

      Él no tenía auto. En la radio no pasaban 4 Non Blondes. La bombacha era bordó. No comieron papas fritas. Ella no tuvo tiempo ni de sacarse el corpiño. Todo terminó pronto. Llegó a la conclusión de que el antes había sido mejor que el durante. Después fue al baño y vio que tenía la misma cara de virgen. El pelo negro detrás de las orejas, nada de maquillaje, los hombros puntiagudos de tan flacos, un poco de sangre entre las piernas. Salió del baño con más interés por la Física que antes y le dijo que se iba. Luís Augusto Marcelo Dias Prado no entendió. Era una buena persona, a pesar del nombre, e incluso quería ser su novio. Cuando llamaba a su casa, la madre siempre se alegraba por ese vozarrón que todavía no tenía cara, pero que ya imaginaba en los almuerzos dominicales. Nunca sucedió. Ella empezó a evitarlo, a ir a las clases de los viernes, dejó de atender el teléfono y pidió a la madre que le mintiera a la voz más linda de la ciudad diciendo que no estaba en casa.

      El sábado siguiente al viernes que fue a la casa de él, llamó a Letícia. Le contó sobre el día anterior y sobre cómo le había mentido en relación con su primera vez y sobre cuánto quería que las lesbianas no hubieran explotado en el shopping y sobre los sueños raros que tenía con Linda Perry y sobre cómo aquel día, en el sofá, le habría gustado besarla en la boca. Letícia, por su parte, le dijo que las primeras veces siempre eran así y que quizás él no lo había hecho bien y que quizás ella se había puesto nerviosa y que debería intentarlo de nuevo. No dijo nada sobre las lesbianas, ni sobre la telenovela, ni sobre Linda Perry, ni sobre los besos en la boca.

      Recién el miércoles tuvo coraje para ir a la escuela. No podría mirar a Letícia, pero no tuvo que hacerlo, porque ese miércoles ella no fue. El jueves las cosas parecían lejanas, porque la vida funcionaba así a los diecisiete años, dentro de un tiempo elástico que se adaptaba a los humores y a aquellas necesidades tan ingenuas. El tiempo era lindo los jueves, a los diecisiete años. Entonces se encontraron. No dijo absolutamente nada sobre la conversación telefónica, tampoco Letícia. La mitad de la clase estaba organizando una fiesta en la casa de uno de los chicos para el día siguiente, por lo tanto, nada de escuela. Fue directo al lugar de la fiesta. Reventa de automóviles. Tocó el timbre y le abrió un compañero. Por detrás de un humo blanquecino vio a Letícia sentada en una silla de mimbre al lado de la parrilla. Vaso en mano. Blue curaçao y Sprite. En esa época el curaçao con Sprite era mil veces superior a la catuaba con Fanta Uva o coca con vodka en botella de plástico. Hoy están equiparados.

      Todos entraron, todos se sentaron, todos tomaron, todos comieron, todos tomaron nuevamente, todos se levantaron para bailar, todos tomaron más, como un cardumen, no se separaban. Hasta que Letícia la agarró de la mano para salir a fumar un cigarrillo. Caminaba arrastrando los pies en las piedritas, mientras Letícia buscaba en los bolsillos del saco el atado de cigarrillos mentolados. Letícia sacudió algo frente a sus ojos. Era una llave. En el llavero estaba escrito “Voyage verde musgo”. Lo encontraron. Letícia abrió la puerta y se sentó en el asiento trasero. Ella la siguió, tratando de que no la engañara una expectativa que sería solo suya. No tenían auto ni edad para manejar. El Voyage no tenía radio, por lo tanto no pasaban 4 Non Blondes. La bombacha de Letícia era violeta y con encaje, la de ella era gris y el algodón estaba deshilachado más allá de lo aceptable. Ninguna tuvo tiempo de sacarse el corpiño. Fue todo muy torpe, como son generalmente las primeras veces. Llenas de dientes que se golpean y movimientos que no encajan.

      Oyeron a Víctor gritando que Moisés se estaba bajando un litro de cachaza de butiá. Salieron del auto y vieron a Rodrigo y a Bruna detrás de un Tempra, levantándose los pantalones y bajándose la remera, respectivamente. Nadie vio nada, nadie comentó nada. Ellas tampoco. Letícia siguió saliendo con Víctor hasta el fin de ese año. El grupo siguió faltando a clase los viernes. Y ella aprobó Física.

      Cosas que pasan, te caés. No. Te despatarrás en el piso. Pensás que sos motivo de burla y no te movés, te quedás ahí, inerte. Los expedientes desparramados, la carpeta azul de no sé qué material a punto de estallar, tu cabeza a punto de estallar, una guerra a punto de estallar. Te levantás, subís al colectivo y la vida continúa a los sacudones. Nacés en la familia correcta, una familia que se junta los domingos en casa de la abuela, en las afueras de la ciudad. No sentís que tenés la obligación de ir, pero seguís yendo, porque siempre fue así, toda la vida. Tu mamá, tu abuela, tus tías. De pronto te das cuenta de que no hay hombres en la mesa, no hay hombres en la casa, no hay hombres en un radio de cinco kilómetros. El almacén queda a cinco kilómetros y allá tus tías alcohólicas y vos compran cerveza, cachaza y una pierna de salame artesanal. Te preguntás si será artesanal. Probás el salame y no podés distinguir la artesanía en el sabor, lo único que llegás a sentir son las aftas, y tus tías te recomiendan cachaza de árnica porque mata las aftas. Hasta ese momento vos sabías que el árnica servía para los dolores musculares. Tomás un trago de cachaza, tu vida se calienta como una tarde infernal de verano en esa playa semidesierta en la que pasaste dieciocho temporadas. Tus tías se ríen. Volvés a casa. Te acostás en tu cama, medio mareada y te preguntás cómo ese moretón en la pierna aumentó tres veces de tamaño en pocos días.

      Y te acordás.

      Cosas que pasan, Laura y Mauro al final del pasillo, cerca de la ventana, conversando como si fueran íntimos. Laura que acaricia el brazo de Mauro, él que se ríe. La carpeta estaba muy pesada, lo que me hizo pensar que tendría mucho trabajo esa tarde y probablemente todo el fin de semana. Bajé la escalera insultando mentalmente a Laura, porque realmente era muy puta. Había cortado conmigo la semana pasada y ahora ya estaba charloteando con Mauro, el profesor de derecho penal. Yo me había preocupado por ayudarla, le hice los resúmenes, cambié horas de trabajo para estudiar con la sinvergüenza esa ¿y para qué? Para que me diera una patada en el culo y después ir a lo que importaba, bien en el medio del culo, pelmaza. Nunca fui buena para insultar. Bajé el primer tramo de la escalera y pensé en comprar un té caliente, la idea me reconfortó. Cuando llegué al descanso, oí una voz que me llamaba, miré hacia arriba y vi a Tábata. ¡Hola, Eduarda! No vas a trabajar mucho, ¿no? Buen fin de semana. Hola, Tábata. No te preocupes, chau. Alargué la pierna para dar un paso más y sucedió. La rodilla flexionada, la planta del pie lista para encontrarse con la firmeza del suelo, pero no. Entonces, el segundo que precede al desastre, ese en el que pienso que no debería haber hecho algo que hice. Y la caída. Yo, ahí abajo, despatarrada, mientras los papeles seguían volando a mi alrededor. Durante unos cinco, diez segundos, me pregunté si estaba viva, si estaba bien y si valía la pena levantarme del piso. La gente que estaba en el aula frente a la escalera vino corriendo junto con una avalancha de voces. ¿Estás bien? ¡Dios mío! ¡No te muevas! ¿Podés moverte? ¿Pueden juntar eso? Hay unas hojas ahí atrás.¿Solo eso tenías en las manos? ¿Cómo pasó? Hagan espacio para que pueda respirar. Pestañé de forma algo lenta, creo, y cuando abrí los ojos vi la cara preocupada de Laura justo encima de la mía. Eduarda, ¿estás bien? ¿Qué pasó? Me levanté enseguida. Estoy bien, gente, estoy bien. Gracias, alcanzame la carpeta. Tengo que irme. Buen fin de semana.

      En la calle respiré hondo y sentí que las costillas gimieron. Las palpé. Aparentemente no había nada quebrado, pero la pierna me dolía muchísimo. Fui arrastrando el pie hasta la parada. El colectivo no tardó en pasar. Puse la carpeta sobre las piernas y saqué el celular. Hola,