—Fui muy osada, lo siento. No respondas si no quieres. Ni siquiera nos conocemos.
Nuevamente, se mantuvo en silencio. Tampoco esperé que dijera algo. Probablemente yo habría reaccionado de la misma forma, o incluso peor. Respeté su decisión, y sin decir nada, guardé dentro de mi mochila los cigarrillos y el encendedor.
Durante casi media hora nos mantuvimos en completo silencio. Él dibujaba algo dentro de una pequeña libreta de cuero y el único sonido que había era el de sus carraspeos repentinos y el del lápiz rozando el papel con delicadeza. Aun así, no era incómodo. La presencia de Paris era silenciosa, casi como si no estuviera allí conmigo en absoluto. A veces sentía que me observaba por largos ratos. Pudo haber sido paranoia o puede que en realidad así fuera. No sé, pues ya me habían metido mucho miedo al vigilarme siempre en los pasillos para que no hablara con nadie. Prefería no arriesgarme a mantener cualquier tipo de relación con alguien que Gabe no conociera.
Coincidentemente, mi celular comenzó a sonar. Se me erizó la piel y Paris me miró atónito. Se suponía que no había señal allí.
No, por favor, no...
Llamada entrante: Gabriel Santana.
Contesté apresurada:
—¿Hola...?
—Mel, cariño, ¿dónde estás? —escuché a Gabe decir al otro lado de la línea. Estaba usando su tono agresivo-pasivo. Eso no era bueno.
—Lo siento —dije titubeando—, se suponía que tenía que quedarme unos minutos a ordenar la sala del arte, pero al guardar algunas cosas en la bodega se bloqueó el cerrojo de la puerta; llevo casi una hora aquí encerrada y...
—Shhit... —me hizo callar—. Eso no es excusa. Debías llegar con Cris y no lo hiciste.
—Gabe, en serio, no sabes cuánto lo siento. Jamás lo haré de nuevo, lo juro.
Me sentía muy mal, como si estuviese a punto de vomitar. Me dolía que Gabe se enojara conmigo.
Paris me miraba concentrado en la conversación, podía oír perfectamente todo lo que Gabe y yo decíamos. Me calmé acariciando mi nuca con suavidad. Intentando no llorar, seguí escuchando.
—Supongo que no has desactivado el rastreador de tu celular.
—No, eso nunca, y lo sabes.
—Buena chica. Cris irá a buscarte.
—Dile que las llaves están en el escritorio de la profesora.
Escuché una risa de satisfacción al otro lado de la línea.
—Te amo, Adelaide.
No me llames así.
—Yo también te amo.
Cortó la llamada. Estaba tiritando. Escuchar la voz de Gabe tan alterado era una de las pocas cosas que, a pesar de todos los malos ratos que había pasado a lo largo de mi vida y lo fuerte que me había vuelto con los años, me seguía intimidando como si fuese una niña pequeña. Para él seguía siéndolo, en todo caso. Acerqué mis rodillas a mi pecho y las abracé, tratando de cobijarme a mí misma. Entrelacé las manos y cerré los ojos. No quería siquiera pensar en lo que Cris iba a decirme cuando viera que no me encontraba sola dentro de la bodega. Inspiré el aire tan lleno de humo, para luego dejarlo salir en un suspiro de cansancio.
—¿Por qué dejas que te trate así? —me preguntó Paris, de repente. Algo en su voz mostraba perturbación, pero no le presté mucha atención a los detalles.
—¿Así cómo? —le pregunté.
—Gabe —dijo, recordando—. Ese es su nombre, ¿verdad? —se detuvo durante unos segundos. Algo en su mirada se oscureció. Me miró incrédulo y luego recuperó su voz—: Tienes que estar bromeando. Por favor, dime que no estás saliendo con Gabriel Santana.
—No es de tu incumbencia —repliqué.
—¡Dios, Adelaide! No solo tiene veintidós años, sino que también es el narcotraficante más conocido de la ciudad. Mierda, eres una niña todavía. Ni siquiera sé por dónde empezar... ¿Estás bien?
Imaginé la voz de Gabe en mi cabeza.
Eres una niña.
—No soy una niña.
—No respondiste mi pregunta.
Miré hacia un lado. ¿Qué ganaba con responderle? Probablemente solo confirmaría sus prejuicios. Nunca me había importado la opinión que la gente tenía sobre mí, pues no tenían idea de nada. Sus juicios no eran válidos, pero cualquier cosa que incluyera el nombre de Gabe era sinónimo de peligro.
Decidí ignorar su pregunta.
—¿Cómo lo conoces?
Paris bufó, como si estuviese diciendo una rotunda estupidez.
—Todos saben quién es Gabriel Santana. Es el proveedor de drogas número uno en la ciudad, pero supongo que tú ya sabías eso. Además, su hermana también es muy conocida, pero ella tiene otro tipo de reputación. Además de eso, nadie sabe mucho de ellos... —Giró la cabeza para mirar hacia la puerta.
—Son como tú. Sus nombres están en la boca de todos, pero nadie sabe nada más que chismes que probablemente no son verdad.
—Oh, te aseguro que todo lo que has oído sobre Cris es cierto.
Soltó una risotada, pero a mí no me hizo gracia.
Bajé la cabeza. Este tipo de cosas no me sorprendían. Evidentemente si somos sujetos misteriosos y callados, todos van a inventar historias ridículas para explicarse nuestro comportamiento. Sabía que Jazz las había oído todas y ofreció contármelas reiteradas veces, pero siempre le dije que no. No sentía la necesidad de desmentir ni confirmar lo que la gente chismeaba dentro de la escuela. Después de todo, con los ojos de Cris y sus amigos encima de mí todo el tiempo, no tenía forma de hablar con nadie que no fueran ellos.
—¿Eres feliz con él? —preguntó con espontaneidad. Al ver mi cara de espanto, dijo—: Dime la verdad.
—Lo amo y él me ama a mí. La felicidad no es parte de nuestra relación ni de nuestra dinámica. Es amor, eso es todo. No es difícil de entender.
—¿Qué? No... no, yo no... —comenzó a hablar. Decía cosas sin sentido, mirándome fijamente.
Nuevamente fui incapaz de interpretar su expresión. No sé si era por la poca luz que había o porque él sabía algo que yo no. Fuera cual fuera la razón, me tenía vuelta loca. Comencé a masajearme las manos, intentando rebajar un poco la tensión en ellas. Cerré los ojos para que la presencia de Paris no interviniera en mis pensamientos. Deseaba de todo corazón estar sola en aquel momento. Las palabras me habían dado mucho en qué pensar, pero, de todas formas, ¿de qué me servía pensar si la carta ya estaba escrita? El pensar no hacía más que incentivarme aún más a entregársela a Gabe.
Pero, ¿era esa la mejor decisión? Imaginar qué sería de mí después de que Gabe leyera esa carta me asustaba, pero lo hacía aún más tener que pasar una eternidad unida a una persona como él por culpa de algo tan terrible como el amor. Supongo que debía correr el riesgo.
—¿Siquiera sabes lo que es el amor? —exclamó, con la voz llena de enojo y desesperación.
Esa pregunta me dejó completamente helada. Esta vez no era porque no supiese qué decir, sino porque sabía exactamente cuál era la respuesta.
—No.
Los ojos de Paris se llenaron de un brillo oscuro. ¿Era pena? ¿Era rencor? ¿Era empatía? ¿O era algo más?
No tuve tiempo de analizar