Название | ¡No valga la redundancia! |
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Автор произведения | Juan Domingo Argüelles |
Жанр | Учебная литература |
Серия | Studio |
Издательство | Учебная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786075572475 |
Un día amaneceremos con que el Diario de un loco, de Gógol, ha cambiado de título por el correctamente político Diario de un débil mental, y El idiota o El Príncipe idiota, de Dostoievski, ahora se intitulará El ingenuo o, mejor aún, El príncipe ingenuo. El eufemismo y el piadosismo, frutos podridos de la corrección política y la hipocresía, se encargan de ponerles máscaras a las palabras para que digan no lo que deben decir con precisión, con exactitud y con verdad, sino lo que no queremos nombrar para no sentir el peso de la realidad.
Pasamos del eufemismo y el piadosismo, para desfigurar la realidad y el idioma, a la redundancia bruta que lo es cuando lo que se dice o se escribe ignora por completo la significación del término al que se le añade algo superfluo. Por ejemplo, es una torpeza tremenda decir y escribir “constelación de estrellas”, puesto que toda “constelación” es de “estrellas”. El problema es que muchísimas personas, distraídas como están con la neolengua política, ignoran por completo el significado del sustantivo femenino “constelación”. Y, por lo demás, la educación no tiene interés en resolver esto. A la escuela le interesa que los niños hablen, y estudien, en inglés, sin importar que hablen y escriban en un pésimo español.
Y suele decir la gente, cuando comete un despropósito de reiteración machacona, “valga la redundancia”. Aquí le decimos que no, que no valga; que valga el buen uso del idioma, que valga el conocimiento frente a la ignorancia. Por ello, en estas páginas recogemos ampliamente las redundancias que, cuando son extremas, bien merecen el nombre de rebuznancias.
Por culpa del propio Diccionario de la Real Academia Española (el famoso DRAE) y del castellano peninsular, éstas son cada vez más insistentes, incluso en obras literarias y en libros reputados de gran nivel intelectual. En uno de ellos leemos la siguiente sandez, en una traducción al español, que delata que, cada vez más, las personas (incluidas las que trabajan profesionalmente con el idioma) desconocen el significado de las palabras: “Cuando vio la vista que desde ahí se divisaba hubiese deseado arrojarse desde la muralla”.
¿Es posible decirlo peor? Sí, por supuesto. Pero esta expresión ya pertenece a lo muy malo entre lo malo, y, por lo que se evidencia y se divisa, todo seguirá empeorando si, por ejemplo, en Noticias Yahoo, sitio en el que se informan millones de internautas, a éstos no les sorprende en absoluto amanecer con encabezados como el siguiente, digno de figurar en una crestomatía de la idiotez: “Fallece la última hija de Babe Ruth que seguía con vida”. ¡Qué bueno que, antes de fallecer, seguía con vida! Para no ser menos, el diario mexicano La Jornada, en su sitio de internet, nos regaló, el 18 de junio de 2020, el siguiente encabezado de gran impacto: “Muere la última hermana viva de John. F. Kennedy”. Claro, sí, ¡qué lujo de precisión en el idioma! Y es que las otras hermanas de “Jack” (el destripador de Marilyn) no podían morir… ¡por la extravagante razón de que ya estaban muertas!
El 30 de mayo de 2020 la agencia de noticias EFE informó que un conocidísimo periodista e investigador mexicano, adicto a las especulaciones sobre fenómenos paranormales, ovnis, extraterrestres y los muy célebres (y muy vendibles) “alienígenas ancestrales”, afirmó lo siguiente: “Si yo considero que algo es verdad, no importa de lo que me acusen, que digan lo que quieran: tarde o temprano la verdad tendrá que salir. Ojalá la vida me dé la oportunidad de verlo en vida”. Y, si la vida no le da esa oportunidad, pues ya la muerte le hará ese favor. ¡Faltaba más!
Las redundancias, en su mayor parte, se producen por el desconocimiento del significado de las palabras. Todos, unos más, otros menos, ignoramos el significado preciso y a veces incluso aproximado de ciertos términos; pero, para subsanar esto, existen los diccionarios. El gran problema es que la gente cree que sabe o está segura de saber, y por ello nunca busca el significado de las palabras que dice y escribe. Personas con muchos diplomas y credenciales creen que no necesitan el diccionario precisamente porque ya cuentan con muchos diplomas y credenciales. Tienen la seguridad de que los diplomas y las credenciales, los títulos y las jerarquías, relevan del estudio continuo y de la duda sistemática.
Hay redundancias y hay rebuznancias. Ambas pertenecen a los peores vicios del habla y de la escritura, pero en el caso de las rebuznancias, éstas, por ser más bárbaras, hacen honor a su nombre y van a parar al saco de las “burradas” (“dichos o hechos necios o brutales”, DRAE), tales como “afección cardíaca del corazón”, “comicios electorales”, “erradicar de raíz”, “insuficiencia renal de los riñones”, “actualidad palpitante”, “actualmente en vigor”, “homenaje póstumo al fallecido”. Para decirlo pronto, son redundancias elevadas a la millonésima potencia, esto es, al infinito y más allá, para decirlo con las palabras del clásico.
Vemos y observamos que la mayor parte de las redundancias se produce debido a la ignorancia del significado de las palabras. Nadie tendría por qué saber los significados de todas las palabras y, de hecho, nadie los sabe realmente. Para esto están los diccionarios que, por desgracia, la gente no tiene la costumbre de consultar. Éste es el motivo que ocasiona tantos disparates en el habla y en la lengua escrita, lo mismo en el ámbito inculto que en el ambiente culto de nuestro idioma; y a las redundancias hay que añadir los contrasentidos o sinsentidos. Casi invariablemente, quien comete y acomete redundancias utiliza también contrasentidos, como “avanzar hacia adelante” y “avanzar hacia atrás” (contrasentido ésta; rebuznancia, la otra).
Pero, así como la ignorancia del idioma se extiende debido al desdén del conocimiento que hay en los libros, y en las accesibles y asequibles obras de referencia, hoy es común que el propio gobierno se encargue de destruir el idioma, con la colaboración de los publicistas. Antes los publicistas eran creativos y conocían el idioma (“Mejor mejora mejoral”; “Goce la vida, gócela ahorita, con Carta Blanca exquisita”; “Siga los tres movimientos de Fab: Remoje, exprima y tienda”; “A gozar, a bailar… que Fab se ocupa de lavar”; “No compre del montón, compre Del Monte”, etcétera) hoy son, en su gran mayoría, gente de escaso alfabeto y de tontas ocurrencias. Por ejemplo, en la Cuarta Transformación, el Instituto Mexicano del Seguro Social, el IMSS, no tiene reparo alguno, en un país donde la gente no consulta el diccionario y tiene graves fallas ortográficas, en machacarle los sesos a la gente con un anuncio que tuvo cientos de páginas y dobles páginas pagadas en los periódicos (con los impuestos, obviamente), en el que relumbraba la maravillosa frase “DEJA QUE TU FAMILIA TE IMSSPIRE”.
Con este anuncio tan “imspirador”, creado bajo la influencia de “100 Mexicanos Dijieron” (droga televisiva poderosísima), no pocas personas supondrán que el verbo correcto es “imspirar” y no inspirar”, pero esto les tiene sin cuidado al gobierno federal y al director general del Instituto Mexicano del Seguro Social, al casi poeta chiapaneco Zoé Robledo Aburto, un funcionario, por lo visto, muy “imspirado”, únicamente porque, en la repartición de puestos, le tocó dirigir el IMSS. ¿Cuidar el idioma? ¿A quién le importa?
La verdad es que, en general, cada vez nos importa menos el cuidado del idioma, porque también nos importa cada vez menos el cuidado de otras cosas, y los políticos y gobernantes nos ponen la muestra de que, así como desprecian a los ciudadanos (que no forman parte de su elenco), desprecian todo lo demás que no les rinda provecho. ¿Para qué preocuparse por el cuidado del idioma si hay otras cosas más lucrativas que cuidar? Por ejemplo, la popularidad, protectora del poder.
La ignorancia simple produce, simplemente, tonterías, incluso divertidas; de no ser tan lamentables por el hecho de aparecer en publicaciones donde la precisión y la claridad del idioma deberían ser principios rectores. Hay cosas simpatiquísimas de tan ridículas. Por ejemplo, en una crónica del diario mexicano El Universal (7 de diciembre de 2019), leemos que el boxeador estadounidense de origen mexicano “Andy Ruiz salió con un físico más voluptuoso, en comparación con la primera pelea que tuvieron [él y el británico Anthony Joshua] en el Madison Square Garden”.
Uno se queda