Kid en la Cumbre de los animales. Gwenaël David

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Название Kid en la Cumbre de los animales
Автор произведения Gwenaël David
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418304132



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ahí y lo toquetea durante unos segundos para asegurarse de que no se le sale.

      —¿Señorita?

      ¿Tendrá tiempo de escribir todo lo que vea y oiga? Ni siquiera sabe realmente cómo va a ser; solo sabe que los representantes de las otras especies se irán turnando en el uso de la palabra.

      ¿Qué podrá contarles a sus amigos a la vuelta? ¿Serán capaces de entender lo que habrá vivido?

      —Señorita, hemos llegado.

      Kid vuelve en sí, aparta la nariz de la ventana y limpia con la manga de la camiseta la pequeña mancha de grasa que ha dejado en el cristal.

      El coche se detiene unos metros más allá de los furgones policiales, los camiones de transporte de animales, las unidades móviles de radio y televisión, las motos de la policía, los periodistas y los cámaras y los guardaespaldas vestidos de negro y con pinganillo. Se abre la puerta y Kid sale, ayudada por un tipo grande que está ocupado hablando por el minimicro que le roza los labios. Los dos suben los escalones que llevan al vestíbulo, acompañados de algunos flashes. No es tan exótico como subir los escalones del Festival de Cannes: hay pocos humanos, ninguna estrella, poco público y solo unos pocos fotógrafos que ni siquiera saben cómo se llama. Los animales han entrado por la parte de atrás, por la entrada de artistas o por la de mercancías. Sobre su cabeza están las letras gigantes que anuncian la «Cumbre de las Especies, París, 12 de julio de 2030».

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      A Kid le preocupa el palpable nerviosismo del personal. Sabe que no todo el mundo está a favor de esta cumbre, ya se lo habían advertido, pero es algo en lo que no había pensado hasta el momento. Hay un ambiente tenso, y el adulto que la lleva de la mano parece más un guardaespaldas que un recepcionista. Acelera el paso y tira de la mano del tipo grandullón. Al llegar a lo alto de las escaleras, sana y salva, el ambiente se suaviza y aquella manaza la suelta para entregarla a las azafatas, que la reciben con una sonrisa de aeropuerto.

      Una la lleva a un largo mostrador, donde un hombre con un chaleco azul fluorescente le pide el carné. Mientras lo busca, el hombre y la mujer bromean sobre el olor «especial» de este salón, que no se parece en nada a los demás, y sobre otras cosas que no entiende.

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      El hombre le hace una foto al documento con el teléfono, se lo devuelve y se dirige a ella por segunda vez:

      —Saca pecho, chica.

      Kid lo interroga con la mirada y él no responde con una palabra, sino sacando pecho él mismo, como cuando un comandante pasa revista a las tropas en una película de guerra de serie B.

      Ella lo imita y el hombre del chaleco azul fluorescente le pellizca la camiseta y le prende un pase. Al principio, furiosa al ver su camiseta favorita perforada, fulmina al responsable con la mirada, pero luego echa un vistazo a la identificación y lee: «Cumbre de las Especies, PARÍS 2030, KID, Homo sapiens, HOMSAP002».

      La azafata le indica cómo llegar a la sala y le dice que allí la espera una compañera. Apenas le da tiempo a saborear una nueva e irrefrenable sonrisa, que le estira suavemente los labios, cuando llega al inmenso pasillo que lleva a no se sabe dónde. Le han dicho que siga todo recto, así que ella sigue todo recto.

      Unos olores insólitos le llenan las fosas nasales sin que pueda identificarlos. Olores de la cocina, tal vez, procedentes de una de las puertas cerradas que deja atrás cada diez pasos. No huele demasiado bien, pero en el autoservicio no huele mejor. Cuanto más avanza, más intenso y complejo se vuelve el olor, imposible de identificar. Kid olfatea dos o tres veces insistentemente, con la nariz levantada para inhalar todo el aire que pasa por encima de su cabeza. Le parece detectar el olor a sudor del gimnasio del colegio, a chinche sobre las frambuesas del jardín del abuelo, y también al perro Scott mojado cuando llueve. El olor se hace más intenso y el aire se vuelve más denso. Le recuerda al olor de los pedos de Kevin, el alborotador de la clase, y luego al olor de un rebaño de vacas. Kid se estremece con esos perfumes almizclados y salvajes, y piensa que podría vomitar. Llegan a sus oídos unos extraños sonidos: tonos graves que hacen vibrar las paredes, picos agudos, lamentos melancólicos y trinos ansiosos.

      Un último giro, con el aire que casi puede cortarse, y Kid ve por fin la enorme puerta. En sus fosas nasales y en sus oídos no cabe nada más, pero ya ni presta atención, de tan fuerte como le late el corazón en el pecho.

      Una azafata pálida, al borde de la asfixia y con ganas de vomitar, se agacha un poco para leer la identificación y le pregunta de nuevo cómo se llama, como exige el procedimiento. La puerta se abre por fin y Kid se queda anonadada ante el espectáculo que tiene delante.

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      CAPÍTULO TRES

      LA CUMBRE

      La enorme sala está llena. Las filas de asientos dibujan semicírculos que bajan hasta el escenario, donde cohabitan animales y micrófonos. Delante del escenario, el foso, habitualmente reservado a los bailarines o a las orquestas, se ha transformado en un estanque. La gran piscina, donde chapotean cetáceos y otras criaturas acuáticas, burbujea como un jacuzzi. Aquí y allá, contra las paredes y en los rincones, los asientos han sido sustituidos por perchas de pie o colgantes, por estanterías llenas de acuarios y peceras luminosas, por montículos de tierra y madera seca, a veces atravesados por profundas galerías, para acoger al mundo animal.

      Los asientos están ocupados principalmente por mamíferos y reptiles. A Kid le cuesta entender lo que ve. Nada parece organizado, los animales no están agrupados por familias, sino diseminados por todas partes. Tampoco están agrupados por origen: africanos con africanos o americanos con americanos. Así, el caracal, al que identifica inmediatamente porque lo vio disecado en la Gran Galería de la Evolución, está agazapado bajo el asiento de un wombat, entre el socarrón marabú y la iguana crestada. Su mirada no se posa en ninguna parte, sino que rebota en los seres vivos sin alcanzar a tener una visión clara de lo que está pasando. Algunos asientos están vacíos, otros están a reventar. Impresionada por este desconcertante espectáculo, Kid se dice que nadie podría haber deseado tal caos, y que seguramente la organización planeó una colocación coherente, pero luego los animales se pusieron donde les apeteció. Le molesta tanto desorden, primero porque es desorden y no le gusta que todos hagan lo que les dé la gana, pero también porque no entiende la lógica de este lugar y se siente impotente y excluida. Kid aún no se ha movido, bastante tiene con respirar.

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      Aparece el dedo de la azafata, apuntando a un asiento vacío en el centro de la sala. Kid vuelve a dudar, pero un firme empujón en la espalda justo antes de que la puerta se cierre la obliga a moverse. Traga una gran bocanada de aire cargado y comienza a abrirse paso entre la multitud. A sus disculpas le contestan con gruñidos, aullidos, bramidos, graznidos, alaridos y gañidos.

      Cuando llega a su asiento, se hunde en él durante unos minutos. Al principio, solo los ojos están inquietos en su cuerpo inmóvil, pero luego el pulso se le ralentiza, los pulmones vuelven a abrírsele y se le relaja la mandíbula. ¿Qué pinta ella aquí? No debería haberles hecho caso a sus compañeros de clase. El ciclo de sus pensamientos negativos se ve interrumpido de repente por algo que le palpa la cabeza. Cuando se atreve a girarse, se encuentra a un gibón enternecido acariciándole amorosamente el pelo. El animal es encantador y eso hace que se sienta segura, así que decide no apartarle la mano, cuidadosa de momento. Su confusión se disipa y su mirada acaba encontrando coherencia en la sala; es una reunión de animales y los hay por todas partes: sentados, posados, acostados, subidos por aquí y por allá. Así de sencillo. Ahora que tiene un sitio propio, un asiento al que agarrarse,