Dios y el hombre. Fulton Sheen

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Название Dios y el hombre
Автор произведения Fulton Sheen
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788432152825



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te traiciona»1.

      Thompson prueba entonces con la naturaleza, refiriéndose de un modo curioso y muy peculiar a los secretos de la ciencia: «Corro el pestillo», dice, de los secretos de la Naturaleza. Uno casi puede imaginarse a alguien empujando un pestillo gigantesco para abrir una puerta por la que van saliendo todos los secretos de la ciencia y la naturaleza.

      Veo cumplido mi anhelo

      y entro a gozar la intimidad sin duelo

      de la Naturaleza.

      Corro el pestillo de sus secretos;

      miro la faz del cielo, y con presteza

      sus volubles mudanzas interpreto;

      descubro por qué escala al cielo sube,

      tenue espuma del mar, la airosa nube,

      cuando salvaje el huracán resopla;

      mi corazón inquieto,

      al encumbrarse o decaer, se acopla

      con cuanto nace y muere.

      Thompson tantea otra vía de escape para huir del Sabueso: el amor ilícito, que oculta la historia de alguien a quien llama «un capullo desprendido de la corona de la primavera». Utiliza el ejemplo de una ventana de cuarterones del norte de Inglaterra, donde vivía una muchacha a la que conocía: «Di mis quejas de tantos corazones a las rejas, cortinaje escarlata, celosía de enlazados amores». Prosigue contando cómo buscó el amor en pequeños brotes de afecto que nunca llegaron a satisfacerle plenamente. Luego menciona sus temores: «Que aun sabiendo el amor de Quien seguía, vivía con terrores de que nunca los celos de este Amado otro amor consintieran a su lado». ¿Cuántos hay que ven en Dios a una especie de rival?: «Si opto por Él, piensan, tengo que renunciar a todo lo demás». Y sigue diciendo Thompson: «Y si de par en par algún postigo se me abría de quedo, su ráfaga lanzábase a cerrarlo. Mañas no tiene para huir el miedo cuantas tiene el Amor para acosarlo»: en otras palabras, no sabía cómo lograr que mi huida fuese tan veloz como el amor que quería darme caza. Tiene miedo, en definitiva. ¿Quién es ese que le persigue? Quizá Él pueda permitirle cierta libertad y Thompson se pregunta: «¡Ay! ¿es tu amor acaso la invasora maleza inmarcesible de amaranto, que donde sus corolas desparrama no tolera el encanto de otras flores en torno?».

      Y, recurriendo a otro ejemplo, se hace esta pregunta: «¡Ay! ¿necesitas reducir a tizón la verde rama antes que puedas dibujar con ella?». Es decir, antes de que la leña se convierta en un carbón con el que poder dibujar, hay que prenderle fuego, hay que quemarla, acabar con ella o sacrificarla. Y otra pregunta más: «¿Necesita la tierra vil majada, abono que la muerte ha corrompido?». ¿Está el sacrificio presente en todas partes? Antes de ofrecerte su respuesta, y por si no te basta la indagación poética que hace Thompson, vamos a profundizar en la invasión divina en nuestros corazones.

      Imagina que pudieras sacarte el corazón y sujetarlo en tu mano como una especie de crisol que destilara tus deseos, anhelos y aspiraciones más hondas. ¿Cuáles descubrirías que son? ¿Qué es lo que más deseas? Lo que buscamos en primer lugar es la vida. ¿De qué valen el honor, la ambición y el poder si no hay vida? De noche, en medio de la oscuridad, todos extendemos la mano instintivamente, dispuestos a perderla antes que perder lo que más apreciamos: nuestra vida.

      A continuación, descubrimos que en esta vida deseamos algo más: la verdad. Una de las primeras preguntas que nos hacemos al llegar a este mundo es: «¿Por qué?». Desarmamos nuestros juguetes para averiguar qué hace girar sus ruedas. Más tarde desarmamos las ruedas del propio universo para descubrir qué las hace girar. Nos empeñamos en conocer las causas y por eso no nos gusta nada que nos oculten secretos. Estamos hechos para conocer.

      Aparte de la vida y la verdad, queremos algo más: queremos amor. No hay niño que no demuestre su amor instintivamente pegándose al regazo de su madre. Acude a ella para que le vende la herida que se ha hecho jugando y, más adelante, busca un joven compañero a quien descifrar su corazón con palabras; alguien que coincida con la hermosa definición de amigo; alguien a cuyo lado se pueda guardar silencio.

      La búsqueda de amor se extiende desde la cuna hasta la sepultura. No obstante, aunque queramos todas estas cosas, ¿las encontramos aquí? ¿Encontramos aquí la vida en toda su plenitud? Evidentemente, no. Cada tictac del reloj nos acerca a la tumba. Nuestros corazones solo son ahogados tambores que tocan una marcha fúnebre. «Así de hora en hora maduramos, y así de hora en hora nos pudrimos» (II, 7), escribió Shakespeare en Como gustéis. Ni la vida ni la verdad existen aquí en plenitud. Cuanto más estudiamos, menos sabemos, porque descubrimos nuevas vías de conocimiento que podríamos pasarnos toda la vida recorriendo. ¡Ojalá supiera hoy una millonésima parte de lo que creía saber la noche que me gradué en el instituto!

      La verdad y el amor no están aquí abajo. Cuando el amor sigue siendo hermoso y noble, llega un día en que vamos dando el último abrazo a los amigos y del último pastel del gran banquete de la vida solo quedan las migas. ¿Estamos destinados a una vida absurda? ¿Tendríamos ojos si no hubiera nada que ver? Preguntémonos: «¿Cuál es la fuente de luz de una habitación?». Desde luego, no la del microscopio, donde la luz se mezcla con la sombras; ni la de debajo de una silla, donde la luz se mezcla con la oscuridad. Si anhelamos encontrar la fuente de la vida, de la verdad y del amor que es la claridad de este mundo, tenemos que dirigirnos hacia una vida que no esté mezclada con su sombra, que es la muerte; una verdad que no esté mezclada con su sombra, que es el error; un amor que no esté mezclado con su sombra, que son el odio y la amargura. Tenemos que alcanzar una vida pura, una verdad pura, un amor puro: y esa es la definición de Dios. Eso es lo que deseamos y para lo que hemos sido creados.

      Después de tantas tentativas de evasión de la invasión divina del alma, Thompson concluye el poema poniendo estas palabras en boca de Dios:

      «¡Oh, ser extraño, lastimoso, inútil!

      ¿por qué su amor ha de guardarte nadie,

      —dijo— si soy el único que irradie

      sobre la nada el don de una sonrisa?

      El corazón humano amor no ofrece

      sino a quien lo merece:

      y tú ¿de quién jamás has merecido

      que te mire y que te ame,

      tú, de la arcilla de hombre que se pisa

      el terrón más infame?

      ¡No sabes cuán indigno siempre has sido

      de todo amor!... ¿Y quién será el que quiera,

      a ti tan vil, brindarte su cariño?

      ¿quién sino Yo? ¡ay! ¿quién sino Yo solo?

      Cuanto te arrebaté lo hice sin dolo,

      no por dañarte, antes buscando plazos

      para que al fin pudiera

      hallarlo tu extravío entre Mis brazos.

      Cuanto tu error de niño

      imaginó perdido aquí te espera,

      guardado en casa por Mi amor paciente.

      ¡Ponte de pie, dame la mano y vente!».

      [1] El autor de la versión española del poema «The Hound of Heaven» que recogemos aquí es Aurelio Espinosa Pólit. Hemos hecho las modificaciones imprescindibles para ajustar los versos a la interpretación personal que ofrece Fulton Sheen del poema (N. de la T.).

      5.

      UNA FILA DE CANDIDATOS

      A LO LARGO DEL CURSO DE LA HISTORIA son muchos los que han salido a escena declarándose mensajeros de Dios. Todos y cada uno de ellos tenían derecho a que se les escuchara. No hay ningún motivo para escoger a Cristo y no a cualquier otro, pero sí tenemos derecho a sugerir unas cuantas pruebas o patrones con los que poder juzgar a esos candidatos. No