Название | Lidera tu empresa en la cuarta revolución |
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Автор произведения | Juan Manuel Romero Martín |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417845704 |
Las personas, protagonistas de la industria 4.0
La ciberseguridad en la transformación digital
Prólogo
Héroes cotidianos
La inteligencia no es solo patrimonio de los humanos. Así lo hemos creído a lo largo de la historia, sintiéndonos superiores en virtud de los grandes logros que la arquitectura, el arte o la ingeniería han dejado para la posteridad. Sin embargo, nadie duda de la inteligencia de los cetáceos (o de la de los cánidos) o de que los impresionantes ardides con que otros seres cazan a sus presas o conquistan a sus parejas son también expresiones de alguna forma de inteligencia.
Para otros la supuesta superioridad humana ha estado ligada a su presunta espiritualidad, incluso haciendo negación de todo aquello que nos remacha como seres de la naturaleza: los «bajos instintos». Pero en realidad no somos para tanto. «Solo soy un mono y tengo miedo», decía el protagonista de la película Alabama Monroe, en un alarde de claridad y sencillez.
Pero lo cierto es que, siendo lo que somos, como especie hemos sobresalido gracias a logros incomparablemente superiores a los de cualquier otro ser. Tanto en el plano de la creación artística como en el del pensamiento, la ciencia o la tecnología, los humanos hemos llegado hasta más allá de lo que hubiera creído cualquiera que hubiese observado a una manada de protohumanos en la sabana africana hace unas pocas decenas de miles de años.
¿Qué nos ha convertido en lo que somos? ¿De dónde ha salido esta inconmensurable capacidad de transformación? ¿Cómo hemos podido pasar de la ignorancia más absoluta al conocimiento universal e ilimitado? Y lo que es más: ¿qué ha hecho posible que nos sintamos con las capacidades para conocer y descifrar cualquier cosa que ignoremos, solo a falta de contar con el tiempo para estudiarlo en profundidad y desvelar sus secretos; secretos que podemos desconocer, pero que ―a nuestros ojos― son cognoscibles?
La humanidad ha alcanzado el punto en el que se cree capaz de convertir en realidad casi cualquier cosa que imagine. Podemos concebir lo que «aún» no existe, pero nos cuesta mucho más dar con lo que nunca será. Esto no sucedía hace muy pocos años, cuando la ciencia ficción alimentaba la imaginación con mundos, realidades y artefactos que simplemente no podían ser fuera de la literatura o el cine. Hoy, en cambio, muchas de aquellas invenciones forman parte de nuestra cotidianeidad y otras son proyectos (en algunos casos avanzados) que muestran el estrechamiento de la distancia entre imaginación y realidad: los viajes espaciales ya están camino de Marte, donde se prevén asentamientos humanos estables para un futuro próximo (proyecto Mars One); la teletransportación de partículas ya ha dado resultado en la Universidad de Shanghái; la manipulación de la vida para modificar genomas completos está a la orden del día (tecnología CRISPR); la Universidad Technion de Israel ha desarrollado robots microelectrónico-mecánicos que circulan por el torrente sanguíneo de un cuerpo para identificar posibles causas de enfermedad antes de que se manifiesten exteriormente; máquinas replicantes que se «reproducen» por sí solas (Universidad de Bath); levitación por campos sonoros (Universidad de Tokio); visión curva (Media Lab); etc.
El cerebro humano es un órgano del Pleistoceno ―asegura el escritor Guy P. Harrison―, un periodo que se remonta desde hace casi dos millones de años hasta hace unos 11.000 años. Así, por increíble que parezca, estamos mejor adaptados a una forma de vida que ya no existe que a la que actualmente vivimos, rodeados de una tecnología omnipresente y a velocidad vertiginosa.
¿Cómo hemos llegado tan lejos? Por mucho que pueda sorprendernos, no ha sido gracias a la inteligencia, aunque haya tenido su papel. El desencadenante fundamental ha sido la imaginación. Esta, combinada con una capacidad incomparable para propiciar colaboraciones complejas y a gran escala, nos ha llevado desde las planicies africanas al resto del mundo; desde el suelo firme a los océanos; desde la Tierra al espacio. Y no es que el resto de animales no puedan imaginar, como creen muchos: cuando un predador se agazapa a la entrada de la madriguera de su presa esperando a que aparezca, en su mente visualiza algo que aún no ha sucedido y que muy bien puede asimilarse al fenómeno de imaginar. La diferencia está en que, hasta donde sabemos, solo los humanos podemos imaginar cosas que aún no hemos vivido, de las que no tenemos ninguna experiencia previa, sobre las que no contamos con ningún antecedente en el que apoyarnos para proyectar un futuro posible.
Cristóbal Colón no se embarcó en su expedición porque hubiera vivido anteriormente el resultado al que aspiraba, como Elcano y Magallanes solo imaginaban la redondez de la Tierra; de hecho, su viaje fue la primera corroboración empírica de lo que hasta entonces era solo una hipótesis. Y con su hazaña, además de la esfericidad del planeta, demostraron que todos sus océanos están conectados, así que desde cualquier lugar pueden alcanzarse todos los demás sin ninguna interrupción, haciendo posible la circulación de mercancías, personas, capitales, ideas, religiones, costumbres, creencias y conocimientos. Fue, para el siglo XVI, lo que hoy es Internet para todos nosotros.
Imaginando nos hemos acercado al abismo de la ignorancia y nos hemos quedado atrapados en un vórtice de atracción inevitable, donde la distancia entre idea y realidad es cada vez más corta. Unos se han aproximado desde el puente de mando de un navío de la Edad Moderna; otros, desde el laboratorio de investigación avanzada donde se combinan genes de medusa fluorescente con los de conejo para que su piel tenga efecto luminiscente en la oscuridad. El abismo es el mismo. La pulsión imaginativa, la misma. El reto, el mismo. El destino, similar.
Estos son héroes intelectuales. Los héroes de guerra se juegan la vida en un campo de batalla; los otros dedican la suya a la búsqueda de evidencias que respalden sus teorías y consoliden conocimientos nuevos con los que el saber humano continúe su expansión. La historia se ha encargado de registrar el legado de unos y otros, ya sea medido en hazañas o en descubrimientos e invenciones. Pero creo que se hace poca justicia a esos otros héroes, que me gusta denominar «cotidianos» y que hacen posible la vida contemporánea. Me refiero a esa gente que madruga, que trabaja con tesón, que soporta las adversidades, asume la escasez y, antes de acostarse, estudia a distancia o se matricula en un máster para mantenerse competente en un mundo exponencialmente precipitado hacia el futuro. Son los que sustentan calladamente las noticias sobre asunción de recortes, superación de crisis, crecimiento económico o mejora del empleo. La ambición de estos héroes de lo cotidiano también se apoya en la imaginación, una imaginación optimista que vislumbra un futuro mejor que el presente, solo separados por una travesía de trabajo y esfuerzo.
Esa es la clase a la que pertenece Juanma Romero: un trabajador incansable, de imaginación desbordante, tesón insuperable y fuerza humana sin límite. Recuerdo los años en que se levantaba el Pirulí (TVE en Torrespaña). Juanma y yo lo veíamos cada mañana, delante del sol que amanecía cuando íbamos a la radio; éramos de esos alumnos universitarios que reemplazaban las clases por la redacción en el medio que había infectado nuestra imaginación desde la infancia. Juanma madrugaba aún más que yo con un solo propósito: recogerme y hacer juntos el viaje hasta Alcobendas, donde nos esperaban los micrófonos, cuya atracción en nosotros resultaba inexplicable. Así fui testigo de los primeros pasos de Juanma en los medios y compartí sus ambiciones cuando, enfebrecidos por la juventud impetuosa, de la que aún no estamos plenamente restablecidos, fantaseábamos (otra vez la imaginación) con trabajar algún día en la torre de la tele. No habían pasado más que unos pocos años cuando los dos estábamos en el despacho de Juan Rodríguez, entonces director del centro territorial de TVE en Madrid, proponiéndole hacer un programa. Ese fue el comienzo de la carrera televisiva de Juanma, que, desde los primeros pasos de la mano de nuestro gran amigo y siempre maestro Julio César Fernández, lleva un recorrido de casi cuarenta años en el medio.
En estas cuatro décadas de trabajo y de vida ha habido de