Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Название Castillos en la arena - La caricia del viento
Автор произведения Sherryl Woods
Жанр Языкознание
Серия Tiffany
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788413752235



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nosotras nos encargamos de limpiar.

      A su abuela se le iluminó el rostro al oír aquella sugerencia, y comentó más animada:

      –Es una buena idea. La panadería va a servirnos pastas por la mañana, así que también contamos con eso.

      –¿Mañana te van a traer un pedido de la panadería?, ¿a qué hora? –Emily se lo preguntó a pesar de que tenía miedo de cuál iba a ser la respuesta.

      –A las cinco y media, como siempre –le contestó Cora Jane, como si fuera lo más normal del mundo.

      –Dios mío de mi vida –susurró Samantha–. Tenemos que ir a casa cuanto antes, me iré a dormir en cuanto me dé una ducha.

      Cora Jane soltó una carcajada.

      –Vaya trío de debiluchas, ¿se puede saber qué os ha pasado? Esa actitud no la aprendisteis de mí.

      –No, pero empiezo a recordar los inconvenientes de pasar los veranos contigo –comentó Gabi.

      –Yo también –apostilló Emily.

      Boone, B.J. y Andrew entraron en ese momento procedentes del aparcamiento. El primero sacudió la cabeza al verlas sentadas, descalzas y tan tranquilas, en una de las mesas, y comentó con ironía:

      –Supongo que no tenéis la misma jefa que yo, porque a mí no me ha dado permiso para descansar y poner los pies en alto.

      –Nos hemos rebelado y ahora es nuestra prisionera –le explicó Emily–. Vamos a llevarla a casa en cuanto tengamos fuerzas para movernos.

      –¿Habéis cenado algo? –les preguntó él–. La casa ha estado sin luz mucho tiempo, no podéis comer nada de lo que haya en la nevera.

      –¡Es verdad!, ¡y estoy hambrienta! –gimió Gabi.

      Jerry salió de la cocina justo a tiempo de oír el comentario.

      –No os preocupéis, acabo de preparar una olla de sopa de cangrejo y puedo hacer hamburguesas a la parrilla. El generador no se ha apagado, así que lo que había en las cámaras no se ha echado a perder.

      –¿Hay patatas fritas? –le preguntó B.J. con entusiasmo–, ¡yo quiero una hamburguesa con patatas fritas! –frunció la nariz al añadir–: No me gusta la sopa de cangrejo, ¡puaj!

      –Yo estoy con B.J. en lo de la hamburguesa con patatas fritas, nada de sopa –dijo Samantha.

      –No entiendo cómo es posible que seas de aquí y no te guste el marisco –comentó Cora Jane.

      –Solo sé que nunca me ha gustado ni el olor, ni el sabor, ni la textura.

      –Puede que sea porque tenías una reacción bestial cada vez que lo probabas. Eres alérgica a él, idiota –dijo Emily.

      –No llames idiota a tu hermana –la regañó su abuela–. ¿Seguro que es alergia?

      Emily asintió.

      –Sí, te lo juro. Gabi, ¿no te acuerdas de aquella vez que mamá se empeñó en que Samantha probara al menos un pastel de cangrejo, y tuvimos que ir corriendo al hospital? La pobre apenas podía respirar.

      Samantha la miró sorprendida por unos segundos antes de admitir:

      –Lo había borrado de mi mente, pero tienes razón. Me llevé un susto de muerte. A raíz de eso, me dan náuseas solo con pensar en el marisco.

      –Pues yo voy a cenar hamburguesa, patatas fritas y sopa –dijo Boone–. Te echaré una mano con las hamburguesas, Jerry.

      Emily lo miró ceñuda.

      –Supongo que eso significa que tenemos que levantarnos y ayudar. Quédate aquí sentada, abuela, nosotros nos encargamos de todo. B.J., ¿podrías sacar cubiertos y servilletas? ¿Sabes dónde están?

      El niño la miró sonriente.

      –¡Claro que sí!, a veces ayudo a poner las mesas. ¿Quieres que te enseñe a hacerlo?

      Ella sonrió al verlo tan entusiasmado.

      –Sí, genial.

      –Yo me ocupo de la bebida –se ofreció Gabi–. ¿Todo el mundo quiere té frío, o alguien prefiere una cerveza o un refresco?

      –Me encantaría tomarme una cervecita, pero estoy tan cansada que me quedaría dormida. Un refresco para mí –le dijo Samantha.

      –Que sean dos –dijo Emily.

      Cuando todos pidieron la bebida, cada cual fue a cumplir con la tarea que se le había asignado y trabajaron juntos con mucha fluidez, como si llevaran años trabajando en equipo.

      Después de que juntaran dos mesas, pusieran los cubiertos y todo lo necesario, se sirvieran las bebidas y Boone repartiera los platos de sopa, Cora Jane los miró con aprobación y comentó:

      –No quiero volver a oír a ninguna de las tres diciendo que no puede hacerse cargo de este lugar. Hace mucho que no veníais, pero aún os acordáis de todo lo que os enseñé.

      –No te hagas ilusiones –le advirtió Gabi–. Para dirigir un restaurante hacen falta talento, habilidad para los negocios y pasión. Está claro que Boone tiene todo eso, pero yo no.

      –Yo tampoco –afirmó Samantha–. No he olvidado todo lo que sabía sobre restauración porque, muy a mi pesar, he tenido que trabajar en algún que otro restaurante cuando no me salía nada como actriz, pero no es mi vocación.

      –Y da la impresión de que se te ha olvidado mi tendencia a perder la paciencia con los clientes, abuela –le recordó Emily–. Según recuerdo, tuviste que pagar varias facturas de tintorerías el último verano que pasé aquí, porque se me cayó algo «accidentalmente» encima de algunos clientes.

      Cora Jane se echó a reír antes de admitir:

      –Algunos de ellos también habrían puesto a prueba mi paciencia.

      –Y yo estuve a punto de echarles agua helada encima a un par de borrachos cuando me enteré de que estaban intentando propasarse con vosotras –apostilló Jerry–. Si no lo hice fue porque vosotras mismas os encargasteis de ponerlos en su lugar.

      –Bueno, la verdad es que Gabi y yo no hicimos nada –le explicó Samantha, sonriente–. Dejamos el asunto en manos de Emily, que disfrutó de lo lindo con la venganza.

      –Sí, admito que fue todo un placer para mí –al ver que B.J. estaba escuchándoles con los ojos como platos, se inclinó hacia él y le dijo–: Lo que hice no estuvo bien, no sigas mi ejemplo.

      –Gracias –le dijo Boone con ironía–. Después de oíros hablar, voy a tener que desprogramarle antes de dejar que se acerque a un cliente en alguno de mis restaurantes. Nos enorgullecemos de ofrecer un servicio impecable y cercano.

      –Por suerte, la gente que viene a comer al mediodía casi nunca se alborota tanto –comentó Cora Jane–. Esa es una de las razones por las que prefiero que cerremos a media tarde, y que la cerveza sea lo más fuerte que tengamos en el menú. Que los otros locales ofrezcan si quieren el consumo descontrolado de alcohol, la música fuerte y esas cosas, este sitio está pensado para familias. Los fiesteros suelen optar por quedarse en la playa al mediodía.

      –Has hecho del Castle’s algo único, de eso no hay duda –afirmó Boone–. Es toda una institución en la zona, espero que mis restaurantes duren al menos la mitad de lo que ha durado este.

      –Cuentas con una buena cocina y ofreces un servicio magnífico –le dijo Jerry–, Cora Jane y yo nos quedamos impresionados la última vez que fuimos. Tuve una conversación con tu chef, y está claro que sabe lo que hace. Tiene influencias del estilo típico del sur de Luisiana, que ya sabes que me encanta.

      Emily escuchó con sorpresa creciente aquellos elogios que, viniendo de Jerry, eran todo un honor. Aunque estaba trabajando en un restaurante de la costa, sus credenciales como cocinero eran impecables y tenía un