Zeitgeist tropical. Federico Vite

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Название Zeitgeist tropical
Автор произведения Federico Vite
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786077428503



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costeño, un programa radiofónico dedicado a los boleros, afirmó que los policías de Acapulco sólo atacaban a civiles honorables porque le temían a los pillos verdaderos. Improvisó algunos versos haciendo mofa de El Comanche. Palabras más, palabras menos, dijo que en vez de director teníamos a Paquita la del Barrio en versión pitufo. He oído mejores ofensas, pero tal vez el tono usado por El Truco hizo que El Comanche ideara un plan para romper la tranquilidad del artista, quien trabajaba en un nuevo disco acá, en la bahía más hermosa del mundo.

      Durante la madrugada, un municipal tuvo un accidente. Se le fue una bala y rompió casualmente el cristal de la camioneta Hummer de El Truco. Hubo una sanción pública para ese policía, pero en privado El Comanche le dio tres días de vacaciones con la carta abierta para beber a sus anchas en el Tabares, un table dance mítico que sólo puede ser recordado por la elegancia de las chicas ucranianas, al estilo Uma Thurman, que bailan desnudas para el regocijo de los asistentes. Al convite, el municipal invitó a ciertos allegados suyos, se corrió el rumor de que El Comanche daría primas vacacionales a quienes tuvieran más “percances” en contra del compositor e intérprete.

      El contraataque del cantautor fue hábil y rápido: organizó una segunda conferencia de prensa en un hotel de lujo, a la que asistieron esencialmente periodistas extranjeros, a quienes detalló los inconvenientes ocurridos en los últimos días. Si no tiene güevos, dijo, yo le presto unos. Humilló a El Comanche durante veinte minutos. Se oculta, agregó, tras su placa grasosa, digna de una cerda embarazada. Al final de su discurso, El Truco tuvo la puntada, no puedo llamar a ese hecho de otra manera, de hacer un llamado a la población para que lo apoyaran en esta cruzada en favor del arte y la libre expresión que intentaba coartar un guardia prepotente.

      Por la tarde llegó a las salas de redacción un comunicado de prensa en el que la Policía Municipal reiteraba su compromiso por mantener el orden en esta ciudad y puerto. El documento detalló que se había compensado monetariamente a El Truco tras el accidente que un policía tuvo en contra del automóvil del ciudadano portorriqueño. Palabras más, palabras menos, el boletín daba a entender que todo marchaba en orden, que la justicia era un pan servido en todas las mesas de Acapulco. Hipócrita e insulsa, así consideré esa declaración institucional.

      El Comanche dio su rondín mensual por la zona roja para recoger sus cuotas y, de paso, conoció a las nuevas chicas que llegaban de Michoacán a iniciarse en el oficio más viejo del mundo. Platicó con algunas de las prostitutas canónicas y, cuando volvía con paso lento a su patrulla, un jovencito que aspiraba resistol le dio una bolsa con huevos. En ese momento me llamó por teléfono. ¿No es el colmo que un pinche chamaco chemo sea el recadero de ese putito? Me preguntó en El Zarape; jalaba obsesivamente la punta de su mostacho. Dos chelas después entramos de lleno al asunto: Si me ayudas, Morales, te doy la mano en todo, pero investígamelo chingón, porque necesito saber todo. ¿Qué come? ¿Con quién bebe? ¿Qué y con quién se mete? Te voy a poner una patrulla para que te muevas adonde sea necesario, prometió pidiéndole dos rones al barman. Yo levanté mi mano derecha a la altura del hombro. Chingo mi madre si te quedo mal, Comanche, respondí imaginándome el único favor que le pediría: ir a Manhattan con todo pagado. Nos dimos la mano. Me di cuenta de que El Comanche tenía los puños mucho más anchos y rugosos de lo que había notado. Pensé en el cuerpo enclenque del reggaetonero, en sus brazos delgados, en las piernas largas, el rostro prognato y la nariz afilada. Apuré mi trago. El Comanche levantó la mano para que el cantinero encendiera el estéreo y la voz de una deidad pagana tranquilizara el paisaje agreste del judicial. Los primeros acordes de María bonita iluminaron la zona roja del puerto. Creí que Agustín Lara, de verdad, siempre estuvo enamorado de esa mujer que era un reflejo de Acapulco.

      Me puse al tanto de los horarios y los lugares que visitaba El Truco, logré conectarme con su dealer. No había muchas chicas relacionadas con él, sólo dos scorts maduritas pero sabrosas. Estaba programada una fiesta para el fin de semana, comenté a El Comanche. Si le quieres sembrar algo, ese día va ser el bueno, dije. Información de calidad, la que yo le daba. Ahí te paso el pitazo, ya tú sabes qué hacer. Terminé la llamada y enseguida se comunicó conmigo el jefe de información del periódico. Una grúa se estampó contra el portón de una residencia en Caleta; se hablaba de un atentado en contra de un músico extranjero. Al anotar la dirección comprendí por qué me habían buscado: era el domicilio de El Truco.

      Grosso modo, sólo se trató de un susto elaborado. Al entrevistar a los testigos —dos mujeres y un gay que esperaban a un streaper para iniciar la despedida de soltera de una señorita de alto copete— supe que el chofer de la grúa platicó con un fornido motociclista negro que hacía girar una gorra de policía municipal con el puño derecho. De verdad creí que era el muchacho de la fiesta, confesó el gay señalando las calles por las que desapareció el moreno en cuanto la defensa del camión venció el portón custodiado por los guaruras de El Truco. Fui al periódico para redactar los pies de foto que ilustraron la mala fortuna del reggaetonero. El fotógrafo me dijo que habría una reunión de su fuente en el Tabares. Cuando se reunían los municipales, el dinero se derrochaba en serio. Compartí un par de tragos con Dagoberto, el moreno de la moto, que se iría de vacaciones una semana con todos los gastos pagados. El Comanche es generoso.

      Al recibir mis órdenes de trabajo, noté que debía estar presente en la casa de El Truco. Nada destacado, pero ciertamente sospechoso, pues empezaba un festival de cine, el único en el puerto, y era más importante cubrir eso que una reunión de la socialité acapulqueña. Me fui a la marisquería, bebí hasta la hora de la fiesta pensando en la gente que suele ir a convites con la crème de la crème costeña.

      Con la puntualidad tropical no se juega; es la contraoferta cultural a todo lo inglés. Una hora después de lo previsto llegué a la residencia del reggaetonero. Había un camión cisterna estacionado frente al portón abollado; la casa había tenido un grave problema con el suministro de agua. Sonreí esquivando la manguera gruesa que salía de la pipa y esperé, recargado en la barra que rodeaba la piscina medio vacía, el arribo de los invitados. No me había generado muchas expectativas con la fiesta, aunque al ver a Don King, Residente y Visitante, de Calle 13, entendí que no podía estar mejor en otro sitio. Los fotógrafos entraron en trance cuando Dr. Dre pisó el patio de la casa, abrazado de El Truco. Tras ellos, como si hubieran acarreado a los invitados igual que en los procesos electorales, llegó la gente escandalosa: miembros del club de rotarios, actores locales, clavadistas de La Quebrada, entrenadores de focas y, la joya femenina de esa noche, la actriz porno Janine Lindemulder, ataviada con una elegante bata de seda que mostraba sin recato la exuberancia de su pecho y la curva generosa de sus nalgas. Un ejército de meseros, vestidos todos igual que el anfitrión, con un overol dorado, repartían bebidas de colores, whisky, ron, kahlúa y demás licores espirituosos. Intenté platicar con algunos de los invitados, pero los guaruras impidieron que me acercara a las celebridades.

      Comprobé, aguzando mi vista, que los tatuajes de Lindemulder no eran de henna. No faltaba el nativo que me pedía una entrevista para hablar de las obras de caridad de los rotarios. Dije lo de siempre en esas circunstancias: Pronto habrá un espacio para ustedes en mi periódico. Arrebaté una cuba al mesero más cercano y levanté mi vaso para brindar con el anfitrión, pero al ver en la puerta principal a El Comanche —enfundado en un pants negro con dragones en los muslos y una playera negra sin mangas, con el rostro de Agustín Lara estampado en el pecho— dejé mi bebida en el piso y fui a recibir a mi gallo.

      Mira, cabrón, gritó El Comanche para hacerse oír por encima de la canción Gang Bang, de Dr. Dre, te vine a dejar esto. Colocó un par de huevos en la mano de El Truco. Los invitados pensaron que se trataba de una broma, pero cambiaron de parecer cuando el director de la Policía Municipal dijo, señalándolo con el dedo flamígero: Te veo el domingo a las 9 de la noche aquí afuera de tu casa para ponerte en tu lugar y procura que no haya cámaras, no me gusta hablar después de partirle la madre a los pendejos como tú. Cacheteó al artista y dio media vuelta. El Comanche besó la mano de Lindemulder y le dedicó una reverencia a Dr. Dre. Los chicos de Calle 13 le preguntaron a El Truco, ¿quién es el bigotón ese? Un inversionista enojado, respondió. Don King tal vez olfateó el significado de la palabra inversionista, porque de inmediato se acercó al anfitrión y le preguntó si podía iniciar