Название | Octógono de Hallistar |
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Автор произведения | Omar Casas |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878710914 |
— Tranquila, no creo que se dirijan primero a sus botes, supongo que irán al templo- aclaré tratando de que Ana aminorara su marcha, pero ella continuó por varios minutos como si tratara de ganar una medalla olímpica. El resultado fue que terminó exhausta y tuve que reemplazarla demasiado rápido para mi gusto.
— ¿Eso es lo que más puedes?- preguntó sorprendida por mi lentitud.
— Correcto, es lo más que puedo hacer, para no terminar como tú en pocos minutos. No quiero que el bote quede a la deriva. Esto nos va a llevar varias horas- avisé mientras remaba con calma. Por suerte, los aullidos eran cada vez más lejanos. Mientras contemplaba el verde paisaje de ambas orillas, mi compañera interpretó un concierto de ronquidos. Después de una hora, extendiendo mi pie alcancé el suyo para despertarla.
— Ana, no aguanto más, llegó tu turno- la desperté y cambiamos las posiciones. Así continuamos sin parar hasta el anochecer, donde decidimos descansar y sólo usar un remo de timón cuando corregíamos la dirección. Una franja de apretadas estrellas cruzaba la infinita concavidad azul, derramada al espacio como la leche de Hera. Y la tremenda luna blanca, diez veces más grande que la nuestra, pareció engullir a sus dos compañeras, transformando al río en plata fundida y mostrándonos el camino al otro templo.
4- EL SEGUNDO VÉRTICE
No fue largo el descanso. El que se despertaba en la noche y tenía fuerza, remaba hasta agotarse. Nos intercambiamos varias veces el trabajo y las horas de sueño. El amanecer nos sorprendió cuando la gran luna, ya muy arriba, comenzaba a desaparecer, mientras una cúpula roja e inmensa aparecía incendiando el este.
— Tengo hambre- dijo Ana tras inclinarse al borde de la canoa para tomar agua.
— Yo también, pero no sabemos cazar- respondí mientras pensaba todo lo difícil que sería sobrevivir en ese lugar.
— Yo no pensaba en eso, pero podríamos recolectar algunos frutos y raíces, ¿qué te parece?- sugirió Ana y tuve cierta esperanza.
— ¿Sabes cuáles son las especies comestibles?- pregunté sorprendido.
— Trabajé cierto tiempo de ayudante de cocina y aprendí mucho. ¿Nos animamos a buscar nuestro desayuno?- preguntó ella y enfilé hacia la orilla opuesta de dónde veníamos sólo por precaución.
Atracamos en la dorada y desolada costa y tras cruzar una angosta faja de arena, nos sumergimos en el bosque. Del renegrido suelo, Ana extrajo hongos y me mostró sus diferencias con los venenosos, luego hizo una selección de raíces y después escaló uno de los árboles para robar huevos de un nido. La incursión no duró más de una hora y retomamos a la canoa con los bolsillos arrebatados de víveres. Continuamos todo el día remando y descansando hasta que los dos soles comenzaron su descenso al poniente. Cada vez se estiraban más los intervalos de descanso, hasta que el entumecimiento fue insoportable y por agotamiento, ambos fuimos presa del sueño.
La fría brisa de la noche nos despertó y río abajo, a medio kilómetro de distancia, divisamos cientos de puntos brillantes en la costa.
— ¿Llegamos a destino?- preguntó Ana con cierta alegría, mientras las luminarias se volcaban a la costa y regresaban en un vaivén acompasado. Primero escuchamos el grave cuerno, luego tambores y después los conocidos aullidos. De forma instintiva tomé los remos y enfilé al margen opuesto.
— ¿Nos habrán visto?- interrogó preocupada mi compañera como si yo fuera el de las respuestas alentadoras. Pero traté de cumplir mi función.
— No lo creo. Se ciegan con sus antorchas y nosotros somos cobijados por la noche. Por suerte, las nubes cubren las lunas.- respondí y apresuré los movimientos a pesar de los fuertes dolores en hombros y bíceps. Acarreábamos unas dieciocho horas de remo efectivo, que multiplicada por una velocidad promedio de 9Km/h, se traducían en aproximadamente 162 Km. Si los relacionaba con los 350 vasper del mapa, nos daba una relación de 2,2 vasper por kilómetro. ¡Ya tenía la correspondencia para leer sus mapas! La voz de Ana me volvió al problema principal.
— Nos estaban esperando, por eso no se apresuraron a seguirnos, tienen la región cubierta y de algún modo se comunican a distancia. No podremos entrar al templo- se explayó Ana con gran desánimo.
— Son demasiadas hipótesis no confirmadas pero posibles.- respondí cuando ya nos acercábamos a la otra margen. Increíblemente, no había rastros de las bestias. ¿Eran tan brutos de no cubrir el desvío de sus perseguidos? ¿O en este lugar le temían a algo peor que ellos? En ese momento no importaba, me contagiaba de Ana, extrapolando cuestiones cuando debíamos enfocarnos en lo principal. Y lo que urgía era pisar la playa, descansar y recuperar fuerzas ocultándose en la espesura boscosa.
Escondimos la canoa y en silencio nos hundimos en la verde oscuridad. Nos sentamos en medio de un círculo perfecto de troncos, que se iluminó como esmeralda brillante cuando la gran luna desgarró la cortina nubosa. El follaje se encendió y de las puntas de las hojas destellaron reflejos. ¡Los pinos y abetos parecían gigantescos candelabros de mil velas! Una brisa repentina movió sus ramas en una dirección y un verde desfiladero de quince metros de alto se abrió ante nosotros. Entonces supimos a qué le temían las bestias, a las fuerzas sobrenaturales que dominaban al extraño bosque. La esperanza renació en nuestros espíritus, que empujaron los fatigados cuerpos por el angosto sendero.
A medida que nos adentrábamos en la espesura, el camino esmeralda se abría ante nosotros y al mismo tiempo se cerraba por detrás. La luna seguía jugando con nuestro destino. ¿Para qué ayudarnos tanto? La sospecha de una imperiosa necesidad por parte de la amiga circular, me despertó cierta desconfianza. La excesiva generosidad siempre encubre un peligroso propósito. Y a eso nos enfrentaríamos en un futuro.
Después de algunos minutos de caminata el sendero terminaba en una pared de enredaderas y helechos. Tampoco podíamos regresar, pues el paso se encontraba cerrado. Revolvimos el suelo y encontramos una puerta trampa, al abrirla, emergió un vaho similar al de viejos papeles empolvados por el tiempo y una humedad caliente. Nada se apreciaba de aquella boca circular negra, hasta que la luna lo perforara con un grueso rayo de plata. De forma increíble, éste pareció doblarse a cierta profundidad de forma horizontal y se perdió en las entrañas de la tierra. Descendimos apoyando los pies en huecos perforados en la roca. La mayor parte de la superficie cóncava tenía espejos, quienes quebraron el rayo. Al cerrar la compuerta nos invadió la oscuridad. Pero a ciertas distancias, se veían pequeñas esferas flotantes a la altura del techo abovedado que comenzaron a brillar con la luz plateada.
— Absorbieron la luz de la luna - murmuré sorprendido.
— En nuestro mundo no existían estas cosas.
— Claro que no. Es algo imposible. Y esta tecnología no la manejan los aldeanos ni los “cabeza de perro”.- comenté mientras seguíamos avanzando.
— Ni rastros de los constructores, como si se hubiesen extinguido- expuso Ana siguiéndome muy de cerca.
— Si... pero dejaron información en las lunas de vaya a saber cuántos sistemas estelares. Me siento un cobayo en el laberinto.- expresé con cautela pero cierto entusiasmo. Si nos querían muertos, ya formaríamos parte de una colección de cuerpos embalsamados en una vitrina. Era evidente que nos utilizaban para algo.
— Cobayos, puede ser, pero nos necesitan- aseguró Ana como si leyera mi pensamiento.
La caminata