¿Entiendes más de cine?. Verónica Gómez Torres

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Название ¿Entiendes más de cine?
Автор произведения Verónica Gómez Torres
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416164455



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Cora prepara las mejores tortitas de California —pronunció ella, despacio, con un deje amargo en la voz —, podría hacerle unas dobles.

      —Claro, cómo no, si son su especialidad…

      —Ya lo has oído, Cora. ¿Un cigarrillo? —. El hombre me tendió la cajetilla arrugada y encendió uno que colgaba, apagado, de su labio inferior.

      —Gracias.

      La habitación estaba muy limpia y el delicioso olor del café puso mis sentidos en alerta.

      —Tenga, aquí tiene su zumo, ya viene lo demás. Parece que sus amigos se retrasan…

      —No son mis amigos, solo viajaba con ellos. Y por lo que tardan me temo que se han largado con mi dinero —. Estaba acostumbrada a mentir, de manera que improvisé la respuesta.

      —Todos se largan —soltó Cora, con sorna, desde la cocina.

      —Entonces supongo que tendré que fiarle o… tal vez me lo pueda pagar con su trabajo. Tiene un aspecto fuerte. Me vendría muy bien un poco de ayuda en la gasolinera. Y también le podría echar una mano en la cocina a mi mujer.

      —¿Su mujer?

      —Mi princesita —remarcó la “r”, mostrando un diente de oro.

      Cora volvió a apoyarse en el quicio de la puerta. Esta vez tenía el mechón recogido y era ella la que me miraba de arriba abajo.

      —Sí, cómo no; aunque aquí el trabajo es duro y no sé si usted podrá hacerlo —me mostró una sonrisa opaca que traicionaba unos labios alegres y apetitosos como la mermelada.

      —¿Cuánto paga? —pregunté al hombre sin dejar de mirarla a ella.

      —Ocho dólares al día. El último solo duró dos —contestó Cora sin apartarme los ojos.

      —Estoy pendiente de un par de ofertas en el pueblo, pero entretanto… Este sitio me gusta. Trato hecho.

      —Nick Papadakis —me tendió una mano el marido de Cora.

      —Frankie Chambers.

      —¡Caramba, Frankie, sí que aprieta para ser una mujer!

      *********

      —¡El “nión” ha quedado perfecto! —Nick Papadakis sonreía como un niño bobalicón, delante del cartel nuevo que acabábamos de colgar.

      —Siempre me han gustado las mujeres con ideas, y la de poner un “nión” ha sido excelente ¡Vaya si te manejas bien con una llave inglesa, Frankie! Deberías enseñarle a Cora —se rio con esa risa suya, tan pegajosa, que me levantaba el estómago.

      —Bueno, Nick, no es tan complicado. El cartel luminoso atraerá a más clientela. Y está de moda en la ciudad. Es justo lo que le hace falta a este negocio.

      Cora nos miraba desde arriba, asomada a la ventana, con su bata de seda roja. Se la había regalado el asqueroso de Nick la noche anterior. Tuve que soportar estar delante de los dos cuando le hizo ponérsela, baboseándole encima, completamente borracho.

      —Cora, enséñale a Frankie cómo te mueves. Baila un poco...

      Nick Papadakis llenaba una y otra vez la copa de ese licor griego del que daba buena cuenta desde que se levantaba. Le hubiera cortado las manos cuando las puso sobre los pechos de Cora, amasándolos por encima de la bata.

      —¡Frankie, Vamos! Ahora tú, no tengo muchas oportunidades de contemplar unas caderas tan poderosas. Sí, “sinior”, dos bonitas mujeres bailando para mí. Me gustan las mujeres morenas, me recuerdan a mi tierra. Cora es delicada como un pajarito. ¿Verdad, princesita?

      Estuve a punto de vomitar.

      —¿No tenéis ganas de fiesta? ¡Vamos, chicas!

      —Ya está bien, Nick, estoy cansada ¿No te parece que Frankie ya ha trabajado bastante con lo de ese cartel?

      —Mi “nión”, sí, mi “nión” —canturreo con la voz pastosa. El griego siempre cantaba, sobre todo cuando estaba borracho—. ¡Tenemos que celebrarlo! El sábado, cuando regrese del pueblo, iremos a Santa Bárbara con mis amigos griegos. Quiero que vean cómo me cuidan mis mujercitas.

      Cora y yo intercambiamos una mirada rápida.

      —¿Al pueblo, Nick?

      —Voy a comprar más material para mi cartel: quiero que sea el más grande de la zona. Y tengo que ultimar otros asuntos. Antes de una semana me tenéis de vuelta.

      Nick Papadakis estaba tan ciego que era incapaz de ver el asco que desbordaba a Cora.

      *********

      Cora miraba de frente, sin tapujos. No quiero decir con esto que fuera simple. Tenía esa mezcla que la hacía explosiva, directa pero sin un pelo de tonta.

      Nick Papadakis hablaba con un agente de la Compañía de los Estados del Pacífico acerca de una póliza de seguros. Cora y yo estábamos en la cocina.

      —“Cora prepara las mejores tortitas de California. Si quiere le hago unas dobles” —pronunció, ahogando una risa.

      —Ahora me las comería con mucho gusto...

      —Ya te lo dijo Nick, soy una experta —Jugó con su mechón de pelo, otra vez suelto.

      —¿Qué haces aquí, Cora? ¿Qué hace una mujer como tú aquí con un individuo que podría ser su padre?

      —¿Y tú? Andas como una vagabunda de un lado para otro —se defendió.

      —Yo soy un alma perdida, pero siempre me salvo del naufragio. Tú eres demasiado bonita para vivir encerrada en este tugurio fregando cacharros.

      Me acerqué a ella, a un palmo de su cara y le recogí el mechón rebelde tras la oreja, casi sin rozarla.

      —A una bailarina del montón y algo pendenciera no le va bien estar entre cisnes; claro que las cosas se arreglan un poco si aparece un griego borrachín y la recoge...

      —No te va en absoluto el papel de víctima.

      —No te puedes imaginar el asco que me da aguantarlo —toqué donde dolía, lo noté enseguida—, alguien como tú no lo puede ni imaginar.

      —¿Y cómo soy yo?

      —Valiente. Y con un cuerpo para pasarse muchas horas descubriendo sus recovecos —volvió a jugar con su pelo.

      —¡σkαTά! ¡Tengo suficiente! Ya pago bastante, no trate de convencerme. —La voz de Nick Papadakis resonó de fondo contra las paredes de la cafetería.

      —¿Lo escuchas? ¡Es repugnante!

      —¿Qué dice?

      —Anda todo el día así; para él todo es una mierda salvo su maldito dinero.

      —Siempre hay un camino, Cora, y tú has elegido éste.

      —Cualquier camino puede llevarte hacia varias direcciones. Éste solo ha sido un atajo. ¿No crees, Frankie?

      Era la primera vez que pronunciaba mi nombre. Se resistía a hacerlo y me torturaba, medio en broma, llamándome novata. Lo hizo apoyando la lengua entre los dientes, despacio, con la boca entreabierta. Sus ojos azules, entornados.

      —¿Qué quieres decir?

      —Que siempre puede uno dejarlo todo y mandarlo al diablo…

      Sentía su pulso latiendo en las sienes a una cuarta de mi boca. Respiraba su aliento.

      —Y este lunar —puso su dedo índice junto a mi boca—, ¿es tuyo o te lo dibujas para sacarme de mis casillas?

      La agarré por la cintura, detrás de su delantal. Tenía un cuchillo en la mano. Primero lo aferró con fuerza hasta que su puño se abrió y el cuchillo cayó clavándose en el suelo. Entonces, echó el cuello hacia atrás y se tumbó en la mesa sobre restos de harina. Yo me dejé