La razón perversa. Emilio Garoz Bejarano

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Название La razón perversa
Автор произведения Emilio Garoz Bejarano
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788418337123



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y es perversa porque está pervertida –su fin es lo contrario de lo racional- y actúa oculta, escondida. A lo largo de esta obra se van a analizar los diversos campos de intervención de esa racionalidad perversa, desde la educación a los medios de comunicación, pasando por la política y la economía, incluyendo las supuestas críticas que desde algunos ámbitos intelectuales se lanzan contra la irracionalidad imperante, críticas que se sustentan en la misma irracionalidad, quizás porque no quieren ver, o quizás porque ven muy bien, esa racionalidad perversa.

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      Como nos recuerda Peter Sloterdijk (Sloterdijk, P., 2010) ya desde los principios de la sociedad occidental no es la irracionalidad la que mueve al mundo, sino la racionalidad. No es la ira irracional de Aquiles la que hace caer las murallas de Troya y abre las puertas no sólo de la ciudad, sino de toda la Historia de Occidente, sino la astucia racional de Ulises. Quizás por eso es castigado por los dioses, los que manejan los hilos. Se puede pensar entonces que cualquier acción irracional de los actuales maestros de marionetas, de los que hoy en día han sustituido a los dioses olímpicos y ocupan escaños y despachos muy terrenales, está dirigida por una racionalidad oculta, escondida, innombrable, perversa.

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      Se debe dejar claro desde el principio que la irracionalidad resultante de la racionalidad perversa no es el producto de una decisión individual. Por eso aquí no se tratan las acciones de los sujetos que se comportan irracionalmente porque así lo han elegido. Considero que es derecho y responsabilidad de cada uno comportarse como mejor le parezca (es una de las pocas cosas que sé). Lo que se analiza en este trabajo es el comportamiento de aquellos individuos cuya irracionalidad es inducida. Aquellos individuos que creen comportarse racionalmente cuando su conducta es a todas luces irracional o bien aquéllos que no son conscientes de la irracionalidad de su comportamiento. No se trata de considerar la racionalidad como la panacea universal, de que resulte obligatorio para todos, en todo momento, comportarse racionalmente. A veces los comportamientos irracionales son deseables e incluso necesarios. Se trata de denunciar una irracionalidad no elegida, que se considera como algo normal –y racional- y de sacar a la luz los intereses racionales ocultos que la alientan.

      Es por ello que la racionalidad perversa no es irracionalidad aparente producto de una elección racional, porque no se sustenta en ninguna decisión individual. Un sujeto no decide racionalmente ser irracional. La racionalidad perversa lo que hace es exportar irracionalidad al conjunto de la sociedad, lo cual no implica que los individuos, tomados aisladamente, no sean racionales. Pueden serlo o no, en todo caso no es decisión suya. En este sentido la racionalidad perversa funcionaría como un mecanismo ideológico y su objetivo último sería alienar a los individuos. La racionalidad perversa no es irracionalidad, ni siquiera aparente. Es racionalidad, pero racionalidad oculta, de tal forma que aquéllos que caen bajo ella desconocen sus objetivos. Lo que la racionalidad perversa exporta son comportamientos aparentemente racionales, de ahí que los sujetos que la sufren no son conscientes de su irracionalidad. Es precisamente el que esos sujetos adopten esos comportamientos sin plantearse si son racionales, que no sean capaces de descubrir la irracionalidad en la que se mueven sus vidas, lo que la convierte en racionalidad y en perversa. De aquí se desprende que la racionalidad perversa no es una facultad subjetiva, no es algo que se pueda atribuir a este o a aquel individuo, ni al individuo como particular ni al individuo como población. La racionalidad perversa es propiedad exclusiva del poder –tampoco de los individuos que ocupan el poder, los cuales en muchas ocasiones también caen en la fantasía de considerar racionales sus comportamientos irracionales-. Precisamente por ello esta racionalidad está oculta, no se puede atribuir a nadie en particular, sino que funciona como un fondo oscuro de las conductas aparentemente racionales. Por eso, justamente, es perversa.

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      Esta racionalidad perversa provoca que las actitudes de los individuos en el ámbito de sus relaciones sociales sean de tal manera que consideren al otro el enemigo a batir. Si la razón es una facultad humana nada más irracional que no reconocer en el otro esa misma razón, lo que equivale a no considerarle un ser humano. No es de extrañar, empero, puesto que el mayor temor de los portadores de la racionalidad perversa es que los individuos se reconozcan a sí mismos como una única especie humana, que se unan y puedan llegar a descubrir las oscuras razones que dirigen su comportamiento. Desde situaciones tan nimias como viajar en Metro y acceder a un asiento hasta las relaciones laborales y familiares el otro es considerado como un extraño que viene a usurpar el puesto que nos corresponde –el que racionalmente pensamos que nos han asignado fuerzas tan irracionales como Dios o el destino-. Cuando dos individuos se cruzan en la calle no se lanzan miradas de reconocimiento mutuo –lo que sería normal-, ni siquiera de indiferencia: se lanzan miradas de amenaza. Y el caso es que lo racional sería el apoyo y la solidaridad entre todos los ciudadanos porque sólo con la liberación de la humanidad es posible lograr la liberación individual. Ahora bien, si los seres humanos somos precisamente eso, humanos, y como humanos, racionales, es preciso indagar de dónde proceden esas actitudes irracionales. Y a poco que se escarbe en la superficie de la realidad, de esa realidad creada por intereses perversos, veremos que los promotores de estas actitudes son los mismos que están detrás de la construcción de la realidad: los medios de comunicación y los políticos profesionales que son los que fomentan esta situación. No hay más que pararse a ver un noticiario deportivo o uno de esos programas de crónica social –que ahora se llaman “rosas”-: lo que prima, lo que se premia y lo que se considera adecuado es la rivalidad –volviendo al ejemplo con el que abríamos este capítulo basta con recordar el temible y amenazador lema de “a por ellos”-.

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      El caso es que todas las actitudes irracionales tienen en su base una racionalidad clara: impedir que los individuos se emancipen definitivamente. La realidad –y no en un sentido precisamente metafórico- es un centro comercial. Un centro comercial cumple con todos los requisitos de lo que hoy se considera real: consumo y comida rápida, ocio y entretenimiento, espacios cerrados donde el contacto con el otro se reduce a la mínima expresión. Paisajes de cartón piedra y la ilusión de vivir en un mundo maravilloso y acogedor. No es de extrañar que para una gran mayoría de la población su única realidad sea un centro comercial.

      Esto, que en un principio podría parecer evidente, supone la máxima alienación del ser humano, la máxima irracionalidad. Como nos recuerda Adorno (Adorno, Th. W., 2006) el individuo sólo alcanza su verdadera libertad y emancipación dentro de la sociedad, algo muy difícil de conseguir si ésta ha quedado reducida a un cetro comercial. Y es que es la sociedad la que pone los medios para la emancipación del individuo. El afán de emancipación individual a lo único que conduce es a la eliminación de la libertad. Es esa emancipación individual que se da en todos aquellos espacios destinados a que uno “se sienta libre”. Si no se ponen los cimientos para que la sociedad proporcione libertad al ser humano, si no se ataca la represión social y se busca la emancipación de forma individual –y por lo tanto burguesa- el sujeto no podrá ser libre. Es decir, concluimos con Adorno, que la libertad humana tiene que ver con una dialéctica individuo-sociedad, según la cual sólo una sociedad libre hará individuos libres y viceversa. Es por ello que la irracionalidad debe darse a nivel de la sociedad: sólo así se consigue eliminar el elemento liberador que contiene.

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      En el contexto en que se mueve esta obra puede resultar esclarecedor recordar el planteamiento de la falacia estructuralista. Según ésta si un determinado grupo social, o bien la sociedad en su conjunto, realiza una determinada acción, y esa acción lleva consigo la consecución de un efecto cualquiera, es ese efecto el que explica la acción realizada. La falacia estructuralista, así, es una falacia porque racionaliza acciones o causas a partir de sus efectos. Acciones que en un principio pueden ser irracionales, porque no estaban dirigidas a producir el efecto por el que se las explica a posteriori. Estaríamos hablando de grupos sociales que desconocen el efecto de las acciones que realizan y aún así las realizan, aunque no pretendan sus consecuencias. Esta falacia, en cambio, no se da cuando determinadas acciones aparentemente irracionales dan lugar a un efecto que podemos