Название | Gaijin |
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Автор произведения | Maximiliano Matayoshi |
Жанр | Языкознание |
Серия | Avalancha |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878670539 |
Recordé a Tsuguio, un chico cuatro años mayor que yo que asistía a mi escuela. Él solía molestar a todos y le gustaba pelear a la salida del colegio. Era bastante robusto y ganaba casi siempre. Algunos se reían de él porque era gordo y en cierto sentido torpe, claro que lo hacían cuando Tsuguio no los podía escuchar. Un día fue llamado junto con otros chicos del mismo año para que fuese al patio. Se habían formado en dos filas y un hombre mayor les entregaba un rifle, un casco, una mochila y otras cosas. Tsuguio no esperó a recibir su equipo, intentó escapar corriendo, pero no era muy rápido y un soldado lo alcanzó antes de que pudiera salir del colegio. Nadie volvió a ver a los chicos que habían formado aquellas dos filas.
Una semana antes de llegar a puerto, Kei fue a buscarme a cubierta; llevaba algo envuelto en papel y pidió que lo acompañara abajo. Le pregunté qué haríamos en el depósito, pero no respondió. Cuando llegamos a su litera abrió la bolsa y sacó una botella: era sake. ¿Dónde la conseguiste?, pregunté. No importa, dijo y preguntó si tomaría con él. Como Kiyoshi es muy chico pensaba compartirla con Saato, pero después pensé que tal vez querías dejar de ser un niño y compartir la botella con nosotros, dijo mientras sacudía el sake frente a mí. Acepté, pero luego, cuando fuimos a verlo, Saato nos sorprendió: prefería seguir con su botella de agua. Esperamos que se hiciera de noche para subir a cubierta. Abrí la botella con mi navaja y le ofrecí a Kei el primer sorbo. Luego de tomar un trago largo dijo que estaba muy bien, que era mejor tomar mucho y que el líquido pasara rápido por la garganta. Le hice caso y no pude evitar escupir la mitad del sake. Tosiendo y de rodillas, lo insulté. Sin dejar de reírse, me sacó la botella de la mano. Tendré que enseñarte a tomar, dijo.
El depósito se encontraba más lejos de lo que recordaba. Sabía que para ir desde la cubierta debía mantener una mano apoyada sobre la pared derecha y luego de bajar las escaleras, dejarla sobre la de la izquierda. Había aprendido este truco después de los primeros días de tormenta, cuando varias lámparas habían caído y muchos de los pasillos se encontraban a oscuras. Pasé por muchos lugares, pero nunca llegué al depósito. Kei me había dejado solo para buscar otra botella y dijo que no lo acompañara porque yo estaba demasiado borracho como para caminar. Me sostuve aferrándome de un picaporte y vomité. La puerta se abrió, caí de rodillas y manché mi pantalón con la comida de la cena. En la habitación oscura, mamá recitaba un poema de amor.
Me incorporé y todo comenzó a girar. El eje se doblaba y retorcía como una soga. A veces la litera estaba debajo y otras por encima. Cuando intenté poner los pies sobre el piso, solo encontré aire. Mis piernas cedieron al toparse con algo sólido, me golpeé la cara con la rodilla derecha, me mordí la lengua y mi nuca resonó contra una litera. Usé el truco para llegar a cubierta y esta vez funcionó. Inclinado sobre la barandilla, Kei me miró sorprendido cuando lo saludé. Se limpió la boca con la manga para luego preguntarme cómo había dormido. No tendrías que haberme dejado solo, dije, pudo haberme pasado algo, pude haber caído al agua. Él respondió que era yo el que lo había abandonado. Al regresar con otra botella yo ya no estaba, él me buscó en el depósito y tampoco me encontraba allí, me buscó por todo el barco y cuando se fue a dormir, yo ya estaba acostado en mi litera. No sé cómo llegué, dije, lo único que recuerdo es haber soñado con mi madre y ahora tengo mucha sed. ¿No te duele la cabeza?
11
Intenté comer, pero el solo pensarlo me daba náuseas. Al salir del comedor un tripulante gaijin pasó junto a mí y sonrió. Ya estás despierto, dijo. Él me había encontrado en el puesto de comunicaciones, me había arrastrado hasta el depósito para, con la ayuda de unos hombres, subirme a la litera. Vomitaste todo el piso, dijo y ya no sonreía. Me disculpé y agradecí. Aseguré que repararía los daños y que limpiaría todo en ese mismo momento. Dijo que después de la cena fuera al puesto de comunicaciones, él ya había limpiado el piso pero aún quedaban algunas manchas. Además, necesitaba ayuda para mover unos equipos.
Al terminar de comer me disculpé con Kiyoshi: le había prometido que aquella noche cantaríamos una canción en inglés que me había enseñado; aun sin entender toda la letra ya podía pronunciar las palabras. No recordaba mucho de la noche anterior, de modo que le pregunté a Kei cómo llegar al puesto de comunicaciones, pero él tampoco sabía. Deberías preguntarle a un tripulante, dijo, por un par de dólares nadie tendrá problemas en responder. Le pedí dinero a mi amigo y subí a cubierta.
El lugar quedaba mucho más lejos de lo que pensaba, caminé por pasillos aún más angostos y oscuros que los del camino al depósito, y a veces, al pasar por una puerta, debía agachar la cabeza. El tripulante gaijin arrastraba una caja y murmuraba algo. Lo saludé en inglés y cuando le pregunté en qué podía ayudar, dijo que tomara el otro extremo: llevaríamos la caja a un lugar que quedaba en el piso de arriba. Arrastramos varias cajas más, algunas pequeñas, pero la mayoría del mismo tamaño que la primera. ¿Qué son?, pregunté después de haber dejado la última. Algunas cosas viejas, respondió y me recordó que yo aún debía limpiar el piso. Ordenó que fuera a la cocina a buscar un trapo y un balde. Fregué la mancha del piso hasta que me dolieron las manos y las rodillas, pero los espacios entre las tablas de madera seguían sucios. El tripulante dijo que ya estaba bien, era hora de dormir. Me incorporé y por primera vez me di cuenta del aspecto del lugar: una habitación pequeña llena de aparatos electrónicos y cables que colgaban por todas partes. El hombre subía el volumen de cada radio antes de apagarla. Cuando pregunté por qué hacía eso me explicó que verificaba algunas frecuencias de emergencia porque el clima en esa zona cambiaba de un momento a otro. Escuché a mamá, que recitaba un poema.
Esta mujer lee lo mismo todas las noches, dijo. Creo que se lo recita al esposo, aunque nunca le presté atención. Al preguntar si podía comunicarme con ella, dijo que solo podíamos recibir, que la radio estaba descompuesta. Pronto comprendí que la voz era más aguda, más joven que la de mamá. Aunque sabía que no era ella, no podía dejar de pensar en responder a su llamado. El tripulante dijo que si quería podía regresar a escucharla unos minutos la siguiente noche; a cambio me comprometí a ordenar y limpiar el cuarto.
Después de cada almuerzo me dirigía al puesto de comunicaciones para mover cajas de equipos fuera de uso. Mark, el tripulante que me había llevado a mi litera, me ayudaba con las más pesadas y de vez en cuando intentaba explicarme cómo se operaba cada radio. Aprendí a usarlos pero nunca supe qué era lo que los hacía funcionar, y él se cansó de repetir siempre lo mismo. Mark era el primer gaijin con el que me llevaba bien. Me gustaba que no fuera americano ―era holandés― y que me tratara como a un igual. Cuando hablábamos de la guerra escuchaba mi versión y después comentaba lo que informaban las radios occidentales. Al contarle la historia de los refugiados de las cuevas, se sorprendió