Ese chico. Kim Jones

Читать онлайн.
Название Ese chico
Автор произведения Kim Jones
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417972332



Скачать книгу

¿quién es este tío en realidad? ¿Qué es de Jake? ¿Su abogado? ¿Su hermano? ¿Su amigo? ¿Su novio? ¿Y por qué demonios Jake querría que yo fuera a su casa? ¿Por qué me ha preparado el desayuno? Debería tener una cocinera que lo hiciera. Una mujer de mediana edad que tiene una aventura con Ross. O con Alfred.

      —Bueno, ¿vienes o vas a quedarte?

      —Voy, voy.

      Me dedica una sonrisilla sexy mientras me observa de pies a cabeza.

      —Incluso bajo toda esta ropa, sé que hay un cuerpazo sensacional que va a conjunto con esa cara bonita y la lengua descarada que tienes. Ahora entiendo por qué Jake se muere por hacértelo.

      «¿Hacérmelo? ¿Hacerme el qué?».

      «¿Qué quiere decir con eso?».

      No puedo darle vueltas porque Cam está caminando y suficiente tengo con tratar de no mirarle el culo.

      No lo consigo.

      Pero solo se lo miro un segundo.

      Hay un SUV con el motor en marcha aparcado junto a la comisaría. No es el típico coche de policías. Es un Range Rover con las llantas oscuras, ventanas tintadas y un parachoques que podría llevarse por delante un tanque.

      Abre la puerta del pasajero y me asalta el olor de colonia y cuero. Qué embriagador. Qué erótico. Qué… Cómo me moja las bragas, tanto que echo un vistazo a los asientos traseros mientras me pregunto que si me desnudo y me estiro ahí sería suficiente para convencer a Cam de que me esposara a la puerta y me hiciera lo que quisiera.

      «Tengo que parar de leer esos libros guarros, jolín».

      Miro por la ventanilla, el paisaje blanco, para evitar mirar a Cam. Pero no hemos salido aún del aparcamiento cuando su voz me hace volverme para mirarlo.

      —Eres… diferente.

      —¿Qué quieres decir?

      Sus ojos se separan de la carretera y se centran en mi sombrero.

      Me lo quito y me arreglo el pelo.

      —Es una larga historia.

      —Me da a mí que debes de tener un montón de buenas historias, dada tu profesión. —Me guiña un ojo, como si supiera algún gran secreto.

      Estoy segura de que Jake le ha dicho que soy escritora. Sin duda, habrá buscado en Google el título de mi libro en cuanto me fui. Seguramente, así ha descubierto cómo me llamo. Quiero decirle a Cam que nada indica que un escritor pueda tener un montón de buenas «historias». Pero no quiero quedar como una imbécil.

      —Sí, supongo que sí. —Me encojo de hombros y vuelvo a observar la ciudad.

      Suena el móvil de Cam y por mucho que quiero escuchar la conversación, no puedo sacarme de la cabeza que hay algo en todo esto que no cuadra. ¿Por qué iba a salvarme Jake? ¿Por qué se muere por hacerme algo? ¿Por qué iba a permitir que volviera a su casa después de las maneras con las que me ha echado? ¿Me ha preparado el desayuno porque se siente culpable por haberme negado la cena?

      —Jake se va a cabrear, Lance —dice Cam, riéndose. Como si la ira de Jake lo divirtiera. Y puesto que la ira de Jake tiene un efecto similar en mí, me pongo a escuchar la conversación. Y como no podía ser de otra manera, se termina en cuanto lo hago.

      —¿Por qué se va a cabrear Jake?

      —La Administración Federal de Aviación no deja que despegue ningún avión en Chicago.

      Bien. Quizá podré cambiar el horario de mi vuelo sin tener que pagar más. Lo que significa que no tendré que atracar una tienda de vinos y licores antes de irme.

      —Ah, ¿Jake tenía que ir a algún sitio? —Finjo que no me importa.

      Cam me dirige una mirada incrédula y pone los ojos en blanco.

      —Qué va. Ha alquilado unos burros para que los uséis. —«¿Perdona?»—. Esperábamos que se cancelaran solo los vuelos comerciales, pero acaban de anunciar que ningún avión puede despegar. Lo que significa que el todopoderoso Jake Swagger no ha obtenido autorización para hacer volar a su pajarito.

      —¿Tiene un avión?

      Me vuelve a mirar de reojo.

      —¿Estás bien?

      «¿Lo estoy?».

      Tengo un poco de frío. Estoy muy cansada. Empiezo a notarme resfriada.

      —Sí. —No necesita el resto de información.

      Cam vuelve a estar al teléfono. Habla sobre un generador que tiene que sustituirse cuanto antes. «Qué aburrimiento». Pero pongo la antena. ¿Sabías que los generadores de reserva pueden tener generadores de reserva? «¿Qué pasará cuando el reserva del reserva se apaga?».

      Nos detenemos ante el edificio de Jake y Alfred es todo sonrisas. Hasta que abre la puerta y me ve. Sin amilanarme ante su mala cara, le ofrezco mi mejor sonrisa de modelo mientras salgo del coche.

      —Buenos días, Alfred. Qué bien volverte a ver. Por cierto, este sombrero está de puta madre. Me han llovido los cumplidos.

      Cam se ríe y sale a mi lado mientras da vueltas a la anilla del llavero con el dedo y empuja la puerta. Alfred me ofrece un gruñido por toda respuesta y nos abre la puerta del edificio a regañadientes. No nos sigue hasta el ascensor esta vez. Se coloca detrás del estrado y descuelga el teléfono de mala gana. Mientras Cam y yo avanzamos por el vestíbulo, oigo que dice:

      —Están a punto de subir, señor.

      —Nunca había visto que Alfred le pusiera mala cara a alguien. —Cam levanta una ceja mientras nos metemos en el ascensor. Entonces, como si acabara de ocurrírsele, me dedica una sonrisilla voraz—. ¿Habéis tenido un rollo o algo?

      —O algo.

      En el ascensor, pego la nariz a la pared y me pongo a tararear mientras subimos a toda velocidad al trigésimo piso. Cam no dice nada, pero veo que sonríe cuando salimos al recibidor.

      Tengo el estómago revuelto y encogido. Creo que vomitaré. No de miedo, como haría una persona normal. Sino del entusiasmo. Como haría la loca que soy. Bueno, vale, quizá sí que tengo un poco de miedo también.

      «¿Jake se va a disculpar por haberse comportado como un estúpido?».

      «¿Me pedirá que le pague la camisa?».

      «¿Me agarrará y me abrazará?».

      «¿Me venderá como esclava sexual?».

      «¿Me culpará de alguna mierda que le haya desaparecido? Algo secreto. Que ha perdido. Y ahora pretende incriminarme y que me lleve yo las culpas…».

      Cam abre la puerta y… beicon.

      Huele a beicon.

      A un montón de beicon.

      Se me hace la boca agua y suelto un gemido. Luego suelto otro por una razón completamente distinta.

      Ante mí se yergue Jake Swagger. Está delante de los fogones. Vestido con tan solo unos pantalones de franela de pretina baja y la espátula en la mano. Los músculos de la espalda se tensan bajo la piel morena. Tiene los hombros anchos. Las caderas estrechas. Todo su cuerpo está cincelado y esculpido, pero aun así es suave y terso. El crepitar de la grasa del beicon y la voz baja del presentador de las noticias son los únicos ruidos de la estancia.

      Enseguida me imagino este momento como una escena sacada de una película romanticona mientras la nieve cae al otro lado de la ventana. Todo es cálido y hogareño. Acabo de salir de la cama y, soñolienta, admiro a mi príncipe, que se ha levantado temprano para prepararme el desayuno.

      Claro que solo me imagino esta escena porque previamente ya he escudriñado la habitación buscando a mafiosos y gente con aspecto turbio que puedan querer matarme por haber robado algo que no he robado. No hay nadie.