A Roma sin amor. Marina Adair

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Название A Roma sin amor
Автор произведения Marina Adair
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412316711



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      Annie soltó un suspiro de incredulidad, que hizo retroceder a Clark.

      —Ay, Dios, Annie, no quería decirlo así. Pero cuando se trata de la persona adecuada, lo sabes. Y sientes la urgencia de agarrarla y apretarla con fuerza. Pase lo que pase.

      Así fue precisamente como la abuela Hannah describía el día que conoció a Cleve. Una sola vuelta por el salón de baile y ¡pum!, se habían enamorado.

      —Y cuando decías que me querías, ¿qué? ¿Era mentira?

      —No. Era de verdad, y lo sigue siendo. Pero con el tiempo vi con claridad que funcionábamos mejor como amigos. Los dos lo sabemos.

      Sí, Annie lo sabía, pero el rechazo todavía escocía. Su mejor amigo ahora era de otra. Y eso era lo que le dolía más.

      —Pues me alegro —dijo—. Porque espero que me transfieras todo mi dinero mañana mismo.

      —Veré qué puedo hacer —respondió Clark, y acto seguido se tapó el móvil con una mano mientras hablaba con una enfermera—. ¿El qué? Vale, ahora mismo voy. Preparad el quirófano número…

      —Siete. —Ella terminó la frase, y él se quedó en silencio—. ¿No recuerdas que estabas conmigo cuando te inventaste la excusa del quirófano siete para colgar a tu ex?

      —Por eso nunca sería tan tonto como para usarla contigo. De verdad que me necesitan en el quirófano —mintió—. Me tengo que ir.

      —Ni se te ocurra… colgarme —exclamó, aunque la última palabra se la dijo a sí misma, porque Clark ya había colgado.

      Annie lanzó el móvil sobre el sofá y se preguntó —y aquella no era la primera vez— cuándo iba a encontrar a alguien con quien encajar. No era avariciosa. Le bastaba con una sola persona.

      Sus abuelos se encontraron el uno al otro. Sus padres se volcaban con sus pacientes. De ahí que Annie hubiera sido tan comprensiva con el horario intempestivo de Clark y la dedicación a su trabajo. Porque en ese mundo ella sabía dónde encajaba. Ahora se veía a sí misma en caída libre, dando vueltas sin control, y sin saber adónde iba a aterrizar.

      Capítulo 2

      Si a Annie no se le ocurría un plan de huida, y ya mismo, iba a verse atrapada en un infierno nupcial. Un pensamiento ridículo, ahora que ya no era la novia de nadie. Pero, por lo visto, al universo eso le traía sin cuidado.

      Se quitó los zapatos con un par de patadas y estiró el brazo para liberar otro corchete. O sus brazos eran demasiado cortos o el corchete estaba demasiado abajo, pero Annie se habría apostado la última porción de pizza de peperoni y aceite de oliva a que ni siquiera Houdini podría escapar de aquel vestido.

      Sujetó la tela de seda y las copas de encaje con ambas manos y tiró del vestido hacia un lado. Ni se movió. Le dio un tirón mientras escondía la barriga, y después intentó dar un saltito.

      —¡Mierda! —Con lo fácil que había sido ponerse el maldito vestido, ahora se temía que iba a tener que cortarlo para salir de él—. ¡Mierdamierdamierda!

      Se había mudado lejos de sus seres queridos y de todo lo que conocía para alejarse de la boda de Clark. Para el horror de su madre, había convertido su larga cabellera negra en una melena corta y escalada que le enmarcaba la cara. Había trabajado turnos de treinta y seis horas para evitar responder al teléfono y tener que decirles a sus padres, una y otra vez, que estaba bien —y, a su madre, que no parecía un tío—. Era la manera de decirse a sí misma que estaba bien.

      Y ahí estaba ahora, de todo menos bien, atrapada en la boda de otra persona.

      Ni siquiera a mil kilómetros de su pasado había logrado cambiar la trayectoria de su futuro. Era como si siguiera en Hartford y no empezando de cero en Roma. En la Roma de Rhode Island, no de Italia. De ahí que el trayecto hubiera sido de cuatro mil kilómetros menos.

      Por desgracia para ella, cuando la agencia de trabajo temporal le envió una oferta para ir a Roma, Annie estaba sumida en una fiesta privada con solo una invitada (ella), y organizada nada menos que por José Cuervo. Así pues, respondió un rotundo sí. Y así era como había llegado a aquella remota cabaña en la orilla de la bahía de Buzzards de la Roma histórica, en Rhode Island, en lugar de habitar una casita frente al río Tíber.

      Pues sí, Annie vivía ahora en el único estado menos animado que Connecticut. Su exprometido quería su opinión acerca de la luz que haría que el primer beso fuera el más romántico. Y su vestido seguía adelante con una novia de repuesto.

      —Supongo que, si la carrera médica no termina de irme bien, podría abrir mi propio negocio —le dijo a la cabeza de alce colgada por encima de la chimenea—. Pasaré de médica asociada a wedding planner asociada, y enseñaré a los hombres a ser buenos esposos.

      Se forraría. Tenía una efectividad del cien por cien para juntar parejas de las que ella no formaba parte.

      Se apartó el pelo de la cara, se inclinó hacia delante y tiró de la tela por encima de su cabeza mientras sacudía el torso. ¡Por fin! El vestido cayó al suelo, con un leve rasguño por el que Annie se sentiría culpable por los siglos de los siglos.

      Sudada y acalorada, cerró los ojos y dejó que sus brazos cayeran inertes.

      —¿Qué le pasa a mi suerte?

      —Yo también me pregunto lo mismo. De hecho, te daré veinte pavos si me prometes que no vas a parar —dijo una voz masculina e inesperada… ¡desde el interior de su casa!

      Se le formó un nudo de terror en la garganta al recordar todas las pelis de miedo que había visto.

      Diciéndose a sí misma que era Clark quien le hablaba por el móvil, Annie abrió los ojos y chilló.

      Detrás de ella, junto a la puerta de su dormitorio, se alzaba una silueta alta y robusta. Desde el punto de vista que le permitía su postura, doblada hacia delante y con la cabeza entre las piernas, a Annie le pareció un tío malvado y amenazador, y no le hubiera extrañado nada que de pronto blandiera un hacha.

      Con el corazón latiendo a una velocidad como si fuera a resquebrajarse, Annie cogió uno de sus zapatos de tacón de aguja, se irguió y se giró. Como arma, dejaba mucho que desear, pero lo levantó con su mirada más intimidante. Una mirada que, según Clark, asustaría a los niños, repelería a los vampiros y lograría que hasta el más inquieto de los pacientes tomara asiento.

      Obviamente, los asesinos con hachas eran inmunes. Al menos el suyo, porque levantó una ceja y ella tragó saliva.

      Vaya. Simple, pero efectivo.

      —¿Quién coño eres? —Annie vio que llevaba el torso desnudo, calzoncillos y el pelo alborotado. Ni rastro del hacha—. Y ¿qué haces durmiendo en mi cama?

      El tío clavó los ojos en la vestimenta de Annie mientras esbozaba una sonrisa torcida.

      —Yo iba a preguntarte lo mismo, Ricitos de Oro.

      Capítulo 3

      Habían transcurrido solo dos días desde que Emmitt Bradley había dejado atrás las tres semanas de ingreso en la mejor UCI de Shenzhen, y ya empezaba a experimentar síntomas alarmantes. Las alucinaciones eran lo que más le preocupaban.

      Sin lugar a dudas, esa chica era la alucinación más sexy que había visto jamás. La prefería a los insoportables dolores de cabeza. Hostia, ¿y si seguía en China y lo de despertarse y encontrar un vestido elegante y una piel bronceada dando vueltas por su casa no era más que un sueño húmedo inducido por la medicación?

      No, recordaba la explosión, la fuerza arrolladora del estallido que lo había lanzado por los aires en aquel segundo sótano de la fábrica que centraba su reportaje periodístico. El trayecto hasta el hospital y las semanas siguientes le resultaban un poco