—¿Te has casado, Jonas? —le preguntó a bocajarro cuando la camarera se hubo ido.
La pregunta lo tomó completamente por sorpresa y tardó un momento en encontrar un tono de voz neutro con el que fingir.
—No, y te estás poniendo personal otra vez.
Cagney inclinó la cabeza y se quedó en silencio.
—¿Y tú? —le preguntó Jonas sin poder controlar la curiosidad y aguantando el aliento.
—No.
Jonas intentó ignorar el increíble alivio que había sentido al oír la respuesta.
—¿Por qué no?
—Quiero que quede constancia por escrito de que tú también te estás poniendo personal…
—Olvida la pregunta.
—No, a mí no me importa contestar a las preguntas personales. De hecho, me gusta que hablemos de nosotros, así que te voy a contestar —le explicó haciendo una pausa—. Yo soñaba con un matrimonio perfecto, con encontrar a mi alma gemela, con tener una vida perfecta y una familia perfecta muy diferente a la mía, una familia en la que se pudiera hablar y soñar y en la que todo el mundo se respetara, pero para hacer realidad esa fantasía tenía que encontrar a un compañero de vida perfecto.
—Y nunca lo encontraste, claro.
—Claro que lo encontré —contestó Cagney mirándolo fijamente—. Pero se fue.
Capítulo 5
TAL y como les había prometido Walt Hennessy, obtuvieron los permisos rápidamente y su relación personal quedó relegada a un segundo plano.
En las siguientes dos semanas, no tuvieron tiempo apenas ni de respirar, pues se las pasaron limpiando para obtener el visto bueno de los inspectores, que, finalmente, les dieron la aprobación de la instalación eléctrica y de la fontanería. A continuación, se instalaron nuevos servicios de chicos y de chicas y una pequeña cocina.
En cinco semanas, todo lo básico estuvo terminado.
Excepto su «relación».
Cagney creía que, al trabajar codo con codo, conseguiría acercarse a él, pero Jonas seguía tratándola como si fueran solamente compañeros de trabajo. Aparecía, hablaba con ella de trabajo, pagaba facturas y no compartía nada de sí mismo.
Aquella manera de tratarla, tan distante, no le gustaba en absoluto y estaba empezando a obsesionarse. Tal vez, tendría que asumir que su momento había quedado atrás, tal vez tendría que crecer y dejar de beber los vientos por un hombre que no existía en realidad, por un hombre que había dejado muy claro que no quería absolutamente nada con ella.
Pero no podía hacerlo.
No podía parar de preguntarse por qué habría vuelto Jonas en realidad a Troublesome Gulch.
Por otro lado, milagrosamente, el sargento no había dado señales de vida. Parecía que los estaba dejando en paz. Sin embargo, Cagney temía que, tarde o temprano, apareciera por algún lado.
Aun así, el lunes se despertó muy contenta. Aquel día tocaba decorar. Jonas le había dejado aquel apartado a ella. Aunque a Cagney le hubiera encantado compartir la elección de colores con él, tuvo que conformarse con recurrir a Faith.
Su amiga estaba encantada y muy involucrada con el proyecto. Muchos de sus estudiantes, por no hablar del hijo en acogida que tenía con su marido, lo iban a utilizar si todo iba bien.
Cagney estaba segura de que con lo que a ella le gustaban los colores y lo que a su amiga le gustaban las revistas de decoración, el centro juvenil iba a quedar precioso.
Así que las dos se dirigieron a la ferretería y eligieron colores y texturas, disfrutando del proceso. Aquel lugar olía a madera. Era un lugar que a Cagney le encantaba porque le recordaba la reforma que había hecho en su casa cuando había comenzado su vida adulta.
Ambas estuvieron de acuerdo en poner planchas de maíz en el suelo porque eran fáciles de limpiar y respetuosas con el medio ambiente y también porque quedaban más bonitas que el linóleo industrial.
—¿Qué te parece este color mandarina? —le preguntó Faith enseñándole una muestra cuando decidieron pasar a elegir el color de las paredes.
Cagney arrugó la nariz. Le encantaba aquel color para su casa, pero no estaba muy segura de si era el más apropiado para un centro juvenil.
—¿No nos limitaría a la hora de decorar?
—¿Pero qué dices? —se horrorizó Faith—. El naranja es el nuevo negro. No seas paleta, por favor. ¿Has visto las aulas últimamente?
—No.
—No, bueno, pues las pintan todas de blanco brillante, como si fuera un hospital, y los chicos salen del colegio sin haber tenido contacto con ningún color y locos por entrar en acción. Lo que necesitan es algo que vibre, algo salvaje y divertido, y eso es lo que debería darles el centro juvenil.
Cagney se rió.
—Está bien, tú eres la experta. Pon la muestra en el montón de «quizás» y ya lo pensaremos.
—Tienes que arriesgarte —insistió su amiga—. Deberíamos elegir colores brillantes, una mezcla funky. Te lo digo en serio. Las paredes son de ladrillo visto y las tuberías también van a quedar a la vista. Así que, si accedieras a poner paredes de colores vivos, el centro parecería un loft y a los chicos les encantaría. Confía en mí.
Cagney se quedó pensativa.
—Está bien —accedió.
A continuación, tras haber dejado fuera todas las combinaciones de blancos y de beis habidas y por haber, pues les parecían que eran las eternas elecciones de los que querían no arriesgarse, hicieron un montón con todos los colores que habían elegido.
—¿Y Jonas no quiere opinar sobre esto? —le preguntó Faith.
—¿Es tu manera nada sutil de preguntarme cómo van las cosas entre nosotros?
—Más o menos —suspiró su amiga—. ¿Qué tal os va?
—Desgraciadamente, no hay mucho que contar. Nuestro trato es cordial y profesional. Algunos días, dependiendo de si se ha despertado con el pie izquierdo o no, ni siquiera es cordial, pero siempre muy profesional. Demasiado profesional. Me estoy volviendo loca. Lleva aquí mes y medio y no he conseguido que se abra. Ni siquiera sé lo que estudió en la universidad. Me dijo que algo relacionado con los ordenadores, pero nada más. En cuanto intento sacar algún tema personal, me corta en seco —se lamentó Cagney—. Estuvimos enamorados, yo creo que tendríamos que ser capaces de por lo menos hablar de cosas como la universidad y el trabajo.
—Preciosa, aunque ahora sea millonario, te aseguro que sigue siendo tu Jonas de siempre. Lo veo en sus ojos cuando te mira.
—A ti lo que te pasa es que eres una romántica empedernida —contestó Cagney poniendo los ojos en blanco—. Esta situación no tiene nada de romántica, Faith. Haga lo que haga, no está dispuesto a hablar de qué ha hecho en la vida en estos doce años y tampoco quiere hablar de nosotros ni de nuestro pasado aunque yo estoy convencida de que una sencilla conversación aclararía lo que ocurrió y haría que nos mostráramos mucho más naturales.
—Oblígalo a hablar.
—Me temo que, si lo agobio demasiado, se irá.
—Entonces, dale tiempo.
—¿Otros doce años? —se burló Cagney—. Estoy cansada de esperar para poder empezar una nueva vida.
—Cagney, tienes una vida maravillosa y amigos que te quieren.
—Ya lo sé,