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ver envidia en sus ojos.

      —¿Dónde?

      —En Seattle —contestó Jonas dándole un trago al café para ganar tiempo—. Le detectaron el cáncer cuando yo estaba en el último año de carrera.

      —Lo siento mucho, Jonas. Tu madre era una mujer maravillosa.

      —Yo también lo siento —admitió Jonas.

      Lo cierto era que necesitaba desahogarse con Cagney, tal y como siempre había hecho, necesitaba contarle todos aquellos años de tratamientos, todas aquellas esperanzas que se habían desvanecido cuando el cáncer había vuelto a parecer, todos aquellos años prometiéndose a sí mismo que tenía que ser más fuerte emocionalmente que su madre.

      Todos aquellos años en los que no había tenido a nadie con quien hablar.

      Jonas se recordó que Cagney Bishop no era su confidente.

      —¿Cuándo murió?

      —Hace tres meses —contestó Jonas sintiendo un nudo en la garganta.

      —Vaya, hace muy poco tiempo.

      —Sí, fue una lucha muy larga.

      —Supongo que puedes estar tranquilo. La ayudaste todo lo que pudiste.

      —No, eso no es cierto —contestó Jonas apretando los puños—. Apenas estaba con ella, tenía mucho trabajo, tenía que ganar dinero, pero me di cuenta de que el dinero no lo es todo, Cagney.

      —Tranquilo, Jonas, no te pongas a la defensiva. Estaba haciéndote un cumplido. Estoy segura de que tu madre sentía que la estabas apoyando. Tan necesario sería estar con ella en el hospital como estar ganando dinero para pagar el tratamiento médico. Sé perfectamente que el dinero no lo es todo.

      —Ya, pero te has comprado un edificio histórico de quince mil pies cuadrados —se burló Jonas.

      —Sí, lo compré cuando estaba abandonado y el ayuntamiento estaba pensando en derribarlo. Lo compré para salvarlo. Ya sé que no me lo has preguntado, pero lo hice con el dinero que me dio el seguro después del accidente y, para que lo sepas también, tengo una hipoteca tremenda, así que no te atrevas a acusarme de materialista.

      A continuación, se hizo un incómodo silencio entre ellos.

      Jonas recordó las cosas tan feas que le había dicho unos días atrás. Sabía que había almacenado mucha rabia contra ella durante los años, pero él no era así.

      —Quiero decirte una cosa —declaró tras carraspear—. Quiero pedirte perdón por lo que te dije el otro día en el aparcamiento. Por lo que te dije sobre Tad y tus amigos. No suelo ser así de cruel.

      —¿Te crees que no lo sé, Jonas?

      —Siento mucho lo que les sucedió a Mick y a los otros, siento mucho que murieran. Eso era lo que te quería decir en realidad

      —Disculpas aceptadas. Gracias —contestó Cagney—. ¿Te parece que hagamos un alto el fuego? Por lo menos mientras tengamos que trabajar juntos. Tenemos que sacar este proyecto adelante y, si no nos llevamos bien, el que saldrá ganando será el sargento. Otra vez —añadió haciendo una pausa para que las palabras hicieran impacto en Jonas.

      —Me parece bien —contestó Jonas—. Por cierto, tu entrada en el pleno del ayuntamiento ha sido increíble. Le has dado una buena lección al sargento.

      —Ese hombre no piensa más que en sus venganzas personales, jamás le ha importado el bien de la comunidad. Yo creo que los concejales y el alcalde se habrán dado cuenta. La resistencia que mostraba al proyecto era por ti.

      —Me sigue odiando, entonces.

      —Odia a todo el mundo, como de costumbre —contestó Cagney poniendo los ojos en blanco—. ¿Por qué te crees que ninguna de sus tres hijas nos hemos casado? No queremos que un hombre así nos lleve hasta el altar.

      —¿Deirdre sigue en el FBI?

      —Sí, está en Los Ángeles.

      —¿Y Terri?

      —No lo sé —contestó Cagney con tristeza—. No he vuelto a saber nada de ella desde que se fue de casa hace años.

      Jonas alargó el brazo y, para sorpresa de Cagney, le apretó la mano.

      —Lo siento…

      —Venga, hablemos de cosas más alegres —propuso Cagney haciendo un esfuerzo por sonreír—. ¿Qué tienes pensado para el centro?

      Por primera vez en más de diez años, Jonas sintió esperanzas. Si tenía cuidado, podría sobrevivir. Era cierto que Cagney era policía, pero era una buena mujer que no tenía nada que ver con su padre. Era más fuerte tanto física como emocionalmente que la última vez que la había visto, pero seguía siendo cien por cien ella. Ahora tenía una razón para verla constantemente sin arriesgar el corazón. No era mala idea.

      —Me gustaría que fuera algo muy sencillo —contestó echándose hacia atrás en la silla—. Colores vivos, muebles grandes y cómodos. Hay unas cosas que parecen vainas de judías gigantes que son increíblemente chulas. Se llaman…

      —Pufs.

      —¿Los conoces?

      —Tengo uno, y es verdad que es lo más cómodo del mundo.

      —Además, aguantan mucho. Podemos encargar un material que aguante y que se pueda limpiar bien. Me parecen perfectos.

      —Estoy de acuerdo.

      —También me gustaría poner ordenadores con Wifi —continuó Jonas.

      —Buena idea, no había pensado en ello —sonrió Cagney—. Eso les gustará a los chicos.

      —Es muy necesario porque hay muchos chicos a los que sus padres no les pueden comprar un ordenador y los profesores siempre te piden que entregues las cosas a ordenador. Los chicos de las familias que tienen menos dinero juegan con desventaja. ¿Qué más se me ocurre?

      —Piensa en cosas divertidas.

      —Muy bien. Una televisión gigante para poner películas por las noches, mesas para jugar a diferentes cosas y un karaoke —añadió Jonas—. Tiene que ser un lugar en el que se sientan valorados y queridos, un lugar en el que puedan escapar del peso de… bueno, qué te voy a contar a ti, ya lo sabes.

      —Sí, lo sé muy bien —contestó Cagney mirándolo con sus penetrantes ojos azules.

      —¿Qué pasa? —preguntó Jonas poniéndose nervioso.

      —Eres un buen hombre y no puedes ocultarlo.

      —¿Quién te dice que estaba intentando ocultarlo? —bromeó Jonas—. ¿No habíamos dicho que íbamos a mantener nuestra relación en el terreno profesional? Además, si mal no recuerdo, ha sido idea tuya.

      —Sí, por supuesto, los cumplidos están completamente prohibidos aunque sean merecidos. ¿Cómo se me ha podido olvidar? Deberías despedirme —bromeó Cagney.

      De repente, Jonas se sintió inmensamente cansado, pero decidió hacer un esfuerzo porque, si se ponía a bromear también, lo único que conseguiría sería desearla todavía más y por ese camino no iban a ninguna parte.

      —No es que los cumplidos estén prohibidos, Cagney, pero creo que sería mucho mejor para los dos si nos los ahorráramos.

      Cagney asintió.

      —Tienes razón —accedió tomando aire—. Voy a consultar la base de datos de la policía para hacer una lista de adolescentes de riesgo y así tendremos por dónde empezar. Faith nos puede echar una mano también.

      —¿Quién es Faith?

      —La hermana pequeña de Mick Montesantos.

      —¿Pero qué edad tiene?

      —Te recuerdo que el tiempo pasa para todos.