Название | Nosotros sobre las estrellas |
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Автор произведения | Sarah Mey |
Жанр | Языкознание |
Серия | HQÑ |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788413487007 |
—Sin follar —le corrijo buscando irritarlo un poco más.
Él me dirige una mirada desdeñosa y yo cubro mis labios con los dedos para que no vea cuánto me divierte esa situación.
—Bueno, a dos velas… dice que si estamos una semana así luego nos cogeremos con más ganas en la luna de miel.
Pone los ojos en blanco y puedo entender cómo se siente. Sé que mi hermano es de esos que necesitan follar a diario o se descolocan demasiado. Bueno, necesitar… no sé si esa es la palabra, y si un tío realmente necesita sexo a diario, pero dejémoslo en que él está acostumbrado a eso.
—¡Vaya por Dios, Mike! ¿Te han salido callos en las manos y te preocupa que ensucien tu imagen impoluta? —le digo eso con una sonrisa burlona y metiéndome con él—. ¿Necesitas cremita para cuidar tus manos que tanto te sirven ahora que tu novia no quiere tocarte?
Esquivo un puñetazo por unos centímetros y suelto una carcajada.
—¡Maldito seas, Jamie!
Tras llamarme por mi diminutivo de forma cariñosa debido a la estrecha relación que tenemos y que Jessica desde mi punto de vista ha estropeado, me pasa una mano por el hombro y me acerca a él.
—Gracias por venir, hermano —me agradece de corazón dejando las bromas aparte.
—No me lo perdería por nada del mundo, Mike —le digo con seriedad y entusiasmo tratando de reconfortarlo, aunque en mi interior sigue estando esa espina clavada.
Me guardo para mí el chiste de que si Jessica lo deja plantado en el altar siempre le quedarán sus manos porque, aunque lo haya pensado, sé que no tiene gracia. Una mujer es mucho más que sexo. Y si es solo sexo, es aburrida. Las mujeres son algo increíble si llegas a entenderlas, y yo las entiendo lo máximo que puedo hacerlo, pero ellas no entienden el hecho de que no quiera atarme a nadie. Incluso si realmente asentara la cabeza, conservaría mi independencia. En el fondo, si dejo de lado mis sospechas, que espero que no sean ciertas, envidio a Mike y lo feliz que parece con Jessica. Es otro. Ella lo ha cambiado para mejor y lo ha complementado tanto que a veces me da miedo que se olvide de mí.
Cuando mi hermano me contó que tenía una nueva novia no le di ni importancia. Él siempre estaba cambiando de novia. De una a otra en cosa de una semana o dos como mucho. Tal vez una vez hubo una excepción de una chica con la que estuvo un mes, pero ese era su máximo. ¿Quién iba a decirme a mí que el loco fiestero de mi hermano iba a comprometerse a sus veintisiete años? No tuve forma de saber que mi hermano había caído en picado a los pies de Jessica. Y ahora, el hecho de que quiera casarse y tener una familia con ella es algo que tengo que aceptar y que me hace tener un nudo en el estómago. Jessica nunca va a perdonarme lo que según ella le hice. Y yo nunca voy a abandonar el miedo a que Mike me odie.
Le doy una palmada en el hombro y él me pregunta con la mirada por Elle.
—La he traído para distraerme —le digo encogiéndome de hombros despreocupado.
Él me lanza una mirada de suficiencia y yo le vuelvo a sonreír al tiempo que sigo hablando.
—La traje por si acaso fallaban las damas de honor. Y Mike, han fallado o se esconden de mí.
Mike une sus manos y las entrelaza como cada vez que está nervioso.
—Si te conocieran, créeme que todas huirían de ti —bromea.
¡Me apetece tanto seguir hablando con él! Echo tanto de menos estos momentos en los que ambos nos buscamos y nos lanzamos indirectas, que una parte de mí no quiere que se celebre la boda. Quiere que mi hermano vuelva a vivir conmigo. Aunque cada uno vivamos en un apartamento distinto, pero cerca. Quiero volver a tener esas noches saliendo a discotecas con él y entendiéndonos con la mirada, o esos días que echábamos al completo jugando a videojuegos y comiendo pizza o hamburguesas. Ya no tengo nada de eso. Ahora, siempre que quedo con Mike, es un Mike más una Jessica. Jessica no me deja estar a solas con mi hermano, y siempre, siempre, siempre tiene algo que decir. Y Mike… Mike cambia cuando está con ella. Me refiero a que conmigo dice cosas que sé que jamás diría en presencia de Jessica. Tal vez yo sea el que lo hace ser peor y ella la que lo hace ser mejor. Sea como sea, adoro a Mike, tanto que me fastidia que lleguen más invitados y que saluden a mi hermano, haciendo que nuestro momento de fraternidad, que hace tanto que no compartimos, se acabe y tenga que sonreír forzosamente a las personas que se acercan a él.
—Hola, tía Lidia —saludo con cariño a una mujer que ya roza los ochenta años de edad, pero que es una de mis familiares favoritas.
Ella es la que siempre ha estado ahí para mí y, aunque no lo parezca, es mucho más moderna mentalmente que mi madre, que tiene cuarenta y ocho. Mi madre se llama Margaret y es una mujer seria y con muchos prejuicios, pero qué voy a decir, es mi madre y la quiero más que a nada. Y a pesar de todos los prejuicios que tiene, ella también me quiere a mí con locura.
Una camarera se acerca y me pone ojitos. Me suena tanto que creo que en algún momento he tenido algo con ella.
—James… —me susurra y la recorro con avidez con la mirada.
Claro que nos conocemos. Bueno, ella me conoce a mí. Yo no soy capaz de ponerle nombre ni tampoco recuerdo dónde nos hemos visto ni si me he acostado con ella.
—Hola… —digo sin saber dónde meterme porque juro que no la recuerdo.
¿Qué clase de persona no se acuerda de qué tía se ha tirado? Desde luego que a partir de mañana voy a sentar la cabeza. O al menos a intentarlo, porque vaya mierda de persona me siento en este momento. Con eso de sentar la cabeza no me refiero a que vaya a dejar de follar ni a convertirme en un santo, pero joder, qué menos que centrarme un poco. Necesito un cambio en mi vida, y lo sé.
Miro a mi hermano, que se ha dado cuenta de la situación, totalmente incómoda para mí, ya que no soy capaz de recordar a la chica y niega con la cabeza en señal de desaprobación. Tu antes eras peor que yo, Mike, ¿quién te crees que eres para juzgarme? Mi hermano tiene cinco años más que yo, pero bueno, hasta hace poco creía que el maduro de ambos era yo.
Siempre lo aconsejaba respecto a todo y, ahora, ahora es Jessica quien ocupa mi lugar. Mi hermano me vuelve a agarrar por el cuello con un brazo y se acerca a mí, despidiéndose de los familiares con los que estábamos y saludando con la mano y con una sonrisa a otros.
—Ya que no has querido venir al ensayo de la boda, al menos dime que te sentarás en primera fila.
—Tranquilo, la tal Mar me llamó nada más enterarse de que no iba a venir al ensayo y me tuvo como una hora por videollamada explicándome dónde he de sentarme y cómo he de recibir a los invitados.
—Con una sonrisa y aspecto impoluto —prosiguió Mike, a lo que ambos sonreímos.
Mar, una de las organizadoras de la boda, llevaba persiguiéndonos con ese comentario demasiado tiempo. Y a mí, que no me gustaban las bodas, vaya, había aguantado tantísimo aquella frase de la sonrisa y el aspecto impoluto que me extrañaba no haberla mandado ya a la mierda. No es que Mar fuese una mujer pesada, no… era algo mucho peor que pesada… de esas personas que repiten las cosas tanto, tanto, pero que taaaanto, que acabas pidiendo auxilio con la mirada hasta a personas que no conoces.
—Hablando de la reina de Roma… —le digo a Mike señalando con la cabeza hacia su izquierda.
Mar se estaba acercando con un vestido rojo que bailaba tras ella hacia nosotros. Ni que decir tiene que llevaba una sonrisa radiante en el rostro. Ella decía que la positividad se trasmitía y que, si una persona sonreía, a la que estaba a su lado le entraban ganas de sonreír.
Veo cómo Mike hace un gesto de disgusto antes de girarse hacia ella. A mi hermano le gusta esa mujer tan poco como a mí.
—¡Vamos, vamos! ¡La celebración está a punto de comenzar! ¡¿Qué hacéis aún aquí?! ¡Vamos! —apremia la mujer.
Y mueve las manos al mismo tiempo que gesticula a los invitados