Название | Praxis de la poesía |
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Автор произведения | Jean-Clarence Lambert |
Жанр | Языкознание |
Серия | Pùblicaensayo |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078636822 |
del sonido al sentido,
del sentido a la línea,
de la línea
al color del sentido:
letras,
exclamaciones, pausas, interrogaciones
que deja caer
desde su divagar vertiginoso
en nuestros ojos y oídos:
jardines errantes.16
XIV
A los 37 años, en 1967, J.-C. Lambert editó un libro raro, exquisito: Livre des Blason du corps feminin (Libro de los blasones del cuerpo femenino). Se trata de una antología colectiva del siglo XVI que resultó de interés para los poetas de la generación surrealista y que tiene que ver con las ideas literarias y la sensibilidad de Octavio Paz y de Lambert en relación con el Renacimiento francés.17 En una carta a Arnaldo Orfila, fechada en Nueva Delhi el 9 de diciembre de 1966, Paz propone al editor la traducción de este libro junto con la de Raymundo Lulio y los poetas españoles del siglo XVI y XVII además de una de poesía medieval española.18 El Libro de los blasones del cuerpo femenino también tiene que ver con dos de los capítulos de Praxis de la poesía: “diAmantes o los amores célebres” y “Los placeres difíciles”. El hilo conductor entre ambos tramos es el amor, el jardín del cuerpo femenino, el jardín como espacio de conocimiento, el jardín como laberinto. Entre este capítulo y el siguiente aparece una página donde con grandes letras negras se anuncia: Fiesta de la palabras / revueltas de las máscaras / Sueño de las palabras / Trabajo negro, sueño paradójico. Estas letras se estampan como grafitis en las paredes de las calles que son las páginas de este libro. Cabe recordar que la fórmula “Sueño paradójico” (“Sommeil paradoxal”) es un término que se emplea en el ámbito médico y se refiere al momento de mayor intensidad en la relajación que paradójicamente es el de mayor susceptibilidad del que duerme para ser despertado. Sobre “Los placeres difíciles”, Lambert me ha confiado que “fue escrito después de varias estancias en Italia, jardines barrocos-manieristas: villa de Este, islas Borromeas, Bomarzo, etc., con lectura del Ariosto, y también, y sobre todo pensando en el pintor surrealista-manierista Ljuba, quien los ilustró con grabados para una gran edición que acompañó la del editor Belfond. ‘Difíciles’ porque, como tú sabes, la ‘dificultà’ vencida era la gran moral de la época barroca –la nuestra prefiere la facilidad […]”19 En el impulso manierista de este tramo alienta El sueño de Polifilo (1499) de Francesco Colonna. El sueño y la imaginación se conjugan en la escritura de Lambert como éste dice que deseaba Gastón Bachelard. A su vez, ese tramo medular del libro me remite al “Ritual”, prefacio a la antología Les blasons du corps féminin. Me permito citarlo, pues el texto ayuda a entender el paisaje y la atmósfera en que se inscriben esos capítulos centrales del libro:
Los Blasones componen como una Carte du tendre para ese paisaje entre todos edénico: el cuerpo femenino.
Y quizá, más que una Carte du tendre, topografía alegórica: todo un tratado de maravillas femeninas, una guía precisa en que la parte de lo real es sin duda más poderosa que la de la convención poética.
Los Blasones estuvieron de moda durante la primera mitad del siglo XVI. Y como cada moda, se adivina que ésta expresaba un sentimiento nuevo, cierta aspiración profunda, y que era el signo de un marcado cambio en los espíritus y en los corazones.
Si se ha de creer a los historiadores, la ocasión que los provocó es ya significativa. Se ve en ella una “profanación”, un desplazamiento de lo sagrado, proceso que no era excepcional en una época que mezclaba sin dificultad divinidades antiguas y representaciones cristianas. Sucedió más o menos lo siguiente:
Poeta oficial “poeta laureado”, como todavía lo tiene la Reina de Inglaterra, y, hasta muy recientemente, cierto jefe de Estado, europeo, Clément Marot había tenido que huir repentinamente de Fontainebleau, por haber sido sospechado de simpatías activas con la Reforma. 1535: encuentra refugio en Ferrara, en la corte de la duquesa Renèe, lejos, muy lejos del Palacio de Francisco I y de su escenario admirablemente adaptado a la vida fastuosa y disoluta de la corte. Durante su destierro, Marot se entrega a la apologética y le da por traducir los Salmos.
Ahora bien, los Salmos, en el lirismo bíblico, son poemas de alabanza perpetua. Su estilo está bien definido; en ellos se encuentran algunos de los procesos retóricos más eficaces del Antiguo Testamento: la letanía, la enumeración, la acumulación de metáforas, el recuento, etcétera.
Y justamente, he aquí que, llevado por el impulso de las traducciones, Marot compone un Salmo de su cosecha, pero que resulta nada menos que profano. Es el Blason del pezón. Al rey David, como se cree conocerlo, esto no le hubiese molestado. El rey Francois y su corte aplaudieron cuando el poema llegó a sus manos. Fue un éxito prodigioso. A todos los que les gustaba la práctica de la belleza en el lenguaje, se pusieron de inmediato a blasonar. No solamente los poetas profesionales, como Maurice Scève y sus amigos de Lyon, sino también los magistrados, los comerciantes de libros, y no pocos eclesiásticos.
Como quiera que sea, no se estaba blasonando cualquier asunto, flores, frutos o árboles, se estaba blasonando a la Dama, a su cuerpo que ya había sido sabiamente desvestido por los artistas de la Escuela de Fontainebleau, sus encantos secretos, sus tesoros visibles. Curiosa disección a la cual se entregaron los poetas y que dejó el ojo a Antoine Héroët, la ceja, la frente, la lágrima a Scève, los cabellos a Saint-Gelais, las mejillas al igual que otra parte no menos carnosa y sedosa, al Abate Eustorg de Beualieu, la garganta y el suspiro a Scève, una vez más el ombligo a Des Periers, la rodilla y el pie al limosnero del Delfìn... ¡No sigo y había peores! ¡Me sorprende de paso que ni el hombro, ni la muñeca ni el tobillo...!
Pero lo importante no está ahí; es más bien que, de pronto, la poesía sagrada, con sus acentos reservados a las cosas de la religión, haya podido abiertamente, hacer suyo el más profano de los temas. O si se prefiere: que el más profano de los temas, y el más secular, haya sido reconocido digno de la exaltación que, hasta ese momento, solamente el mundo espiritual debía provocar.
Pues la Mujer cantada en los Blasones no es la Esencia y la Ausencia de Petrarca, a quien debe no pocos rasgos a pesar de todo, no es tampoco ese ser fabuloso y mitológico que los Italianos habían multiplicado en sus edificios, diosas desnudas inmortales casi parecidas a las grandes damas de entonces –aunque no completamente. Ella es, la Mujer blasonada, una criatura perfectamente carnal– y cuyo menor detalle es infinitamente precioso, así como se ve en la mesa de los títulos, verdadero atlas anatómico. Tiene apellidos y nombres en el siglo: ella es real, ¡por fin!, ídolo baudelaireano que “condensa todas las gracias de la naturaleza”, y va creciendo todavía más gracias a los aderezos y las “vastas cosquilleantes nubes de la tela”. Al fetichismo de las santas reliquias, los que componen blasones sustituyen el culto del detalle vivo y verdadero. Leyéndolos, se piensa en Baudelaire, pero también en Paul Eluard, en Andrè Breton, en Saint-John Perse. O incluso, en que la muy reciente y cautivante Exposición Internacional del Surrealismo en 1959, dedicada al Erotismo, no era más que un nuevo Blason del Cuerpo Femenino y su exaltación por un grupo reservado de poetas y de artistas.
Como se puede ver bien en las pinturas del Primatice, del Rosso y de toda la Escuela de Fontainebleau, la época de los Blasones es la de la Mujer que, lavada del oprobio medieval, escapa al ojo mitológico que todavía era el suyo en el Renacimiento italiano. Se vuelve presencia –presencia total, imagen y visión armoniosamente conjugadas en el poema. Y es presencia amada, pues todos los Blasones, ¿será necesario subrayarlo? son poemas de amor.
El prólogo que hace Lambert a esa antología de poemas amorosos y eróticos del siglo XVI permite reconstruir, para emplear sus palabras, esa carte du tendre en la que se desplaza el proyecto del poeta.
XV
El título Praxis de la poesía, evoca para el lector mexicano La poesía en la práctica de Gabriel Zaid. Una sugerencia para leer el libro de Jean-Clarence Lambert es la de verlo a través del cristal del proyecto poético y literario crítico del autor de Ómnibus