Название | Correr al máximo nivel |
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Автор произведения | Arthur Lydiard |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | Running |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788499109435 |
Volviendo a Biwott, la revista americana Sports Illustrates publicó un excelente artículo sobre él cuando ganó la medalla olímpica. En ese artículo se le veía en su pueblo natal, lleno de barro y de chozas de paja. Aquí, decía la revista, hay un atleta que nunca ha tenido un preparador, no ha sido entrenado adecuadamente y ni siquiera ha tomado una alimentación correcta, pero ha ganado una medalla de oro olímpica.
Si analizamos la situación sensatamente, Biwott no necesitaba a un preparador. Estaba mejor sin él. Estableció los fundamentos de su éxito con sus carreras entre su casa y la escuela, sin más presión que el peso de su cartera. Trotaba a su ritmo, jugando a la vuelta, como hacen los críos cuando se les deja a su aire; y éste era el mejor entrenamiento que podía recibir. Nada que ver con el estilo americano: el chico con un «preparador» a su lado, una carpeta y un cronómetro en las manos, obligándolo a repetir hasta que se cae de cansancio, desmayándose y vomitando porque la falta de oxígeno que padece es tan importante que su sistema nervioso central es agredido. La mayoría de esos chicos, que recibieron una educación académica, sólo consiguieron ganar unas becas para deportistas; pero me dijeron que entonces dejaron de correr tan pronto como se licenciaron, aunque luego volvieron a hacer jogging y a participar en algunas carreras con sus amigos y su familia. Sentían la misma satisfacción que si compitieran.
Ha habido muchos ejemplos en Nueva Zelanda de estudiantes universitarios de alto nivel que, con su habilidad natural, podían vencer a cualquiera en carreras de fondo, en carretera y en pista, pero que, a los veinte años aproximadamente, dejaban de ganar campeonatos. En la madurez, la gente pierde la alta absorción de oxígeno que es natural en los niños. Estos corredores no se habían entrenado para desarrollar o mantener el nivel a medida que se hacían mayores. Pero los niños a los que habían ganado, que no tenían un talento natural pero que habían trabajado más dura y sensatamente a fin de desarrollar sus habilidades atléticas y de mantener una alta capacidad de absorción de oxígeno, siguieron corriendo hasta ser campeones.
Peter Snell fue sólo el mejor tercer corredor en los 800 m en la Mt Albert Grammar School en Auckland. El mejor batió el récord nacional junior de Murray Halberg; el segundo fue campeón nacional junior de 800 m. Snell continuó, con la idea de ganar el mundial. Los demás abandonaron y desaparecieron.
Respecto a la alimentación, Biwott nunca fue a un supermercado ni tomó cereales preparados de estos de los que los fabricantes han extraído unos 18 minerales y vitaminas y sólo han reemplazado tres. Sports Illustrated lo representa rodeado de unos campos de cereales preciosos. Cuando cosechan este cereal, no lo manipulan. Lo parten, lo golpean y lo cocinan. Además, otro factor importante es que África es quizá uno de los últimos sitios del mundo donde la mayor parte del campo está bien equilibrado.
De modo que Biwott tuvo el mejor entrenamiento y la mejor dieta. Por eso ganó una medalla de oro, lo contrario de lo que Sports Illustrated trataba de demostrar.
De manera que, si vamos a entrenar a niños, hay que animarlos para que vean cuánto pueden correr y no a qué velocidad. Hemos de conseguir que troten y que disfruten en parques, caminos y campos. Hagamos que correr sea un ejercicio agradable dentro de sus limitaciones. Predisponerlos para que venzan a otros niños es contrario al desarrollo de unos futuros campeones.
Los niños están mejor preparados que los adultos para correr. Les gusta correr, saltar, lanzar objetos… Todo lo que sea una descarga natural de energía. Si vas a la calle y dices a todos los críos que hay allá: «Venga, vamos a hacer una carrera», probablemente todos te seguirán. En la mayor parte de los casos, los niños que parecen poco activos y perezosos sólo necesitan a alguien que los motive. Si no tienen nada que hacer, es probable que se metan en líos; pero si alguien les propone un objetivo como correr o jugar un partido de fútbol o de cricket, no lo harán.
Hace años, los niños del Owairaka Club de Auckland se presentaron los sábados por la tarde ante unos corredores. Fueron con ellos y corrieron 4 o 5 km por unas pistas. Volvieron al club y, en lugar de tumbarse, enseguida empezaron a jugar a perseguirse alrededor del cobertizo. No se sentían cansados después de la carrera. Cuando se cansaron o, lo más probable, cuando estuvieron muy acalorados, descansaron y pararon hasta que tuvieron ganas de empezar otra vez. La resistencia de los niños es un gran recurso natural.
Las chicas pueden correr perfectamente igual que los chicos. Cuando son jóvenes incluso pueden hacerlo mejor. A medida que crecen, a la mayoría de ellas se les ensanchan las caderas y no pueden correr tan bien, porque sus cambios físicos les impide mover las piernas con facilidad. Pierden agilidad y se balancean un poco. La talla, la esbeltez, lo que podríamos llamar el tipo sueco, está físicamente mejor dotado para correr. No es una norma estricta —he visto a chicas con unas caderas notablemente anchas convertirse en excelentes corredoras—, pero suele ser lo habitual.
Otro factor, por supuesto, es que las mujeres tienen más grasa subcutánea en los músculos que los hombres. Respecto a la resistencia, parece que tienen ventaja. Es un depósito natural de energía que pueden utilizar como reserva durante la carrera.
En 1971, en Copenhague, dos doctores especializados en cardiología participaron en una carrera de 100 km en la que se inscribieron unos cien principiantes. Era la primera ultra que había visto, de modo que estaba profundamente interesado en el resultado. Y fue curioso observar que, al final de esta carrera, la mayoría de los hombres estaban tumbados y descansando mientras que las mujeres aún estaban en pie y charlando.
Las mujeres no corren tan velozmente como los hombres, porque no tienen la misma fuerza muscular—probablemente, un 30 o 40 por ciento menos—, aunque también hay hombres que son débiles. Añadiría, además, que su nivel de absorción de oxígeno no es tan elevado, de modo que el rendimiento cardiorrespiratorio no es tan grande, aunque su rendimiento cardiovascular sí que puede llegar a serlo. Podría estar equivocado, pero la evidencia parece bastante convincente.
Esto significa que no tienen la capacidad de correr maratones con tanta velocidad como los hombres, porque no pueden generar fuerza, impulso y velocidad tan económicamente como ellos, que tienen mayor capacidad de absorción de oxígeno. Sin embargo, no hay ningún motivo por el que las mujeres no puedan, más pronto o más tarde, correr un maratón en 2:18, pero tienen las mismas limitaciones que los hombres, tal como ya predije hace 30 años. Entonces dije que, a aquellas alturas de la evolución humana, era físicamente imposible que un hombre corriera un maratón en menos de dos horas y que 2.05 sería el tiempo más rápido que podrían lograr. Creo que actualmente estamos situados en este tiempo más o menos.
Los tiempos en los maratones femeninos han ido mejorando y son más rápidos en comparación con los tiempos logrados en los maratones masculinos durante los últimos años, porque, hasta hace diez o veinte años, había pocas mujeres que corrieran maratones. Actualmente, hay muchas corredoras de maratones que se entrenan tan intensamente como los hombres, con lo cual sus tiempos bajan velozmente en comparación con los masculinos.
Siempre cito el maratón de Boston como ejemplo de carrera creada para conseguir tiempos rápidos, porque los corredores descienden unos 60 m de altitud y siempre tienen el viento del oeste a favor que los ayuda. Hace algunos años, llevé a Maria Moran a Boston para que me ayudara en unos cursos. Maria era de un lugar llamado Taiko, situado al pie de una sierra en la isla Sur (Nueva Zelanda). Yo la había entrenado para que fuera la campeona junior de fondo en campeonatos de instituto en Nueva Zelanda. Continuó durante cuatro años con un curso de educación física en la Universidad de Otago, en Dunedin, la mayor parte del cual se hace en unas colinas empinadas. Así que, mientras estuvimos en Estados Unidos, le sugerí que corriera en Boston. «Nunca he corrido un maratón», me dijo. Yo le respondí: «Bueno, te he entrenado yo. Así que puedes correr este maratón. Sólo has de meterte y correr».
De modo que Maria corrió. No era una corredora de talón a punta. Corría con el tercio anterior del pie. Aun así acabó en 3:12, aproximadamente. Se limitó a hacer jogging y parecía que hubiera ido a dar una vuelta alrededor del barrio.
Aquella tarde, después de la ceremonia final de la carrera, alguien le preguntó: «¿Es su primera vez en Boston?». Ella respondió: