Un hombre para un destino. Vi Keeland

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Название Un hombre para un destino
Автор произведения Vi Keeland
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417972264



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el hecho de estar enfundada en un vestido de novia cubierto de plumas con la cremallera bajada y bebiendo directamente de la botella era una pista. Dejé caer la cabeza hacia atrás en un gesto muy poco elegante y bebí las últimas gotas de vino antes de dejar la botella encima de la mesa con un golpe firme, tanto que el portátil dio un bote y la pantalla, que estaba en modo reposo, se encendió. La feliz pareja volvió a saludarme.

      —Te va a hacer lo mismo —dije con el dedo apuntando hacia la pantalla—. ¿Sabes por qué? Porque el que engaña una vez, engaña siempre.

      Las malditas plumas del vestido volvieron a hacerme cosquillas en la pierna. Ya me había pasado una media docena de veces durante la última hora, y todas y cada una de ellas pensaba que era un bicho que me subía por la pierna. Cuando volví a estirar la mano para cazarlo, rocé algo y recordé qué era. «La nota azul».

      Levanté el dobladillo, me acerqué el forro y volví a leerla.

      Para Allison:

      «Ella dijo: “Perdóname por ser una soñadora”, y él le tomó la mano y respondió: “Perdóname por no estar aquí antes para soñar contigo”». (J. Iron Word)

      Gracias por hacer todos mis sueños realidad.

      Te quiere,

      Reed

      Mi corazón exhaló un suspiro ansioso. Era tan bonito y tan romántico… ¿Qué les habría ocurrido a esos dos para que aquel vestido terminara en casa de una chica borracha, en lugar de en un armario, guardado con cariño para pasar de generación en generación? No podía resistir no ver la cara de Todd durante más tiempo y, aunque era una locura, tecleé en Facebook: Reed Eastwood.

      Para mi sorpresa, solo aparecieron dos resultados en Nueva York. El primero tendría probablemente sesenta años, quizá más. Aunque el vestido era bastante sexy para una novia de su edad, me metí en su perfil. Reed Eastwood estaba casado con Madge y tenía un perro, un golden retriever llamado Clint. También tenía tres hijas y, en una fotografía, aparecía lloroso mientras acompañaba a una de ellas en el día de su boda.

      Aunque una parte de mí quería entrar en el perfil de la hija de Reed para ver las fotos de su enlace y torturarme un poco más, me dirigí al perfil del segundo Reed Eastwood.

      El pulso se me aceleró tanto que la borrachera desapareció de golpe cuando vi su foto de perfil en la pantalla. Este Reed Eastwood era guapo de morirse. De hecho, era tan increíblemente atractivo que pensé que alguien habría utilizado la foto de un modelo para hacer una broma o como anzuelo para un perfil falso. Sin embargo, cuando hice clic en las fotos de su muro, aquel hombre aparecía en todas ellas, y en cada una salía más guapo que en la anterior. No había muchas, pero en la última estaba junto a una mujer, se había tomado hacía ya unos años. Era una foto de compromiso: el de Reed Eastwood y Allison Baker.

      Había encontrado al autor de la nota azul y al amor de su vida.

      * * *

      Mi teléfono móvil bailaba como un frijol saltarín en la mesita de noche. Alargué el brazo y lo cogí justo cuando saltaba el buzón de voz. Eran las once y media. Joder. Me había quedado frita. Intenté tragar saliva, pero tenía la boca más seca que el desierto. Necesitaba un vaso grande de agua, ibuprofeno, un baño y las cortinas del dormitorio echadas para bloquear esos rayos de sol despiadados que se colaban por la ventana.

      Arrastré mi resaca hasta la cocina y me obligué a rehidratarme, aunque el simple hecho de beber me provocaba náuseas. Existía la posibilidad más que cierta de que el agua y los protectores estomacales viajaran de nuevo en la dirección opuesta al cabo de unos minutos. Necesitaba echarme un rato. De camino a la habitación, pasé frente al portátil, en la mesa de la cocina. Me recordó de forma desagradable la difusa noche anterior, por qué me había bebido una botella de vino entera.

      «Todd está prometido».

      Estaba enfadada con él porque me sentía como una mierda. Y todavía más enfadada conmigo misma por permitir que volviera a arruinar otro día de mi vida.

      «Uf».

      No me acordaba de nada, pero la imagen de la parejita feliz sí estaba clara y vívida en mi memoria, por supuesto. De repente, el pánico se apoderó de mí. «Ostras, espero no haber cometido alguna estupidez de la que no soy consciente». Traté de ignorar la idea, e incluso regresé a mi habitación, pero sabía que no podría descansar a causa de la incertidumbre. Me acerqué a la mesa, abrí el portátil y fui directamente a los mensajes. Suspiré de alivio al comprobar que no había escrito a Todd y, luego, me arrastré de nuevo a la cama.

      Por fin, a primera hora de la tarde, volví a sentirme como un ser humano y me di una ducha. Cuando hube terminado, desconecté el teléfono del cargador y me senté a la mesa, con el pelo húmedo envuelto en una toalla y comprobé mis mensajes de texto. Había olvidado que el teléfono me había despertado hasta que vi que tenía un mensaje en el buzón de voz. Probablemente se tratase de otra empresa de trabajo temporal que quería perder el tiempo entrevistándome a pesar de no tener ninguna oferta de trabajo. Pulsé el botón para escuchar el mensaje y agarré el cepillo para peinarme el pelo mientras tanto.

      Hola, señorita Darling. Soy Rebecca Shelton, de Eastwood Properties. Llamo en respuesta a su petición de visitar el ático de la torre Millenium. Hoy tenemos una jornada de puertas abiertas, a las cuatro de la tarde. El señor Eastwood estará allí, si desea visitar el piso después. ¿Alrededor de las cinco le va bien? Por favor, confírmeme por teléfono si es así. Nuestro número es…

      No escuché el número porque había dejado caer el teléfono sobre la cama. «Madre mía». Se me había olvidado por completo que había estado fisgoneando el perfil del chico de la nota azul. De repente, empecé a recordar cosas entre una densa neblina. Aquel rostro. Aquel rostro tan atractivo. ¿Cómo lo había olvidado? Recordé que había repasado sus fotografías, luego, su biografía, y que eso me había llevado a una página web, Eastwood Properties. Pero luego ya no me acordaba de nada más.

      Fui a mi portátil, repasé el historial de navegación y abrí la última página que había visitado.

      Eastwood Properties es una de las inmobiliarias independientes más grandes del mundo. Ofrecemos las propiedades más exclusivas y prestigiosas a compradores de alto nivel y garantizamos la mayor privacidad para ambas partes. Tanto si desea comprar un ático de lujo en Nueva York con vistas al parque, una residencia en primera línea de playa en los Hamptons, un encantador refugio en las montañas, o si su intención es adquirir su propia isla privada, sus sueños empiezan en Eastwood.

      Había un enlace para la búsqueda de propiedades, así que tecleé el nombre del lugar que había mencionado la mujer en el buzón de voz: torre Millenium. Apareció el ático a la venta. Por solo doce millones de dólares, podía convertirme en la propietaria de un apartamento en la avenida Columbus, con unas vistas impresionantes a Central Park. «Le firmaré un cheque ahora mismo».

      Después de babear con un vídeo y media docena de fotos, cliqué en el botón para concertar una cita y visitar la propiedad. Apareció una ventana que decía: «Para proteger la privacidad y seguridad de los propietarios, todos los interesados en adquirir una propiedad deben completar una solicitud para visitarla. Solo contactaremos con los compradores que superen el proceso de revisión de sus credenciales».

      Solté un bufido. «Menudo proceso de revisión, Eastwood». Ni siquiera tenía el dinero suficiente para tomar el metro y llegar a ese apartamento tan elegante, y mucho menos comprarlo. A saber qué habría escrito en el formulario para pasar el filtro.

      Cerré la página. Estaba a punto de apagar el portátil y volver a la cama cuando decidí echar otro vistazo a Don Romántico en Facebook.

      Madre mía, era guapísimo.

      ¿Y si…?

      «No debería».

      Las ideas que una tiene borracha nunca acaban bien.

      «No sería capaz».

      Pero…