Los frutos del árbol de la vida. Manuel Arduino Pavón

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Название Los frutos del árbol de la vida
Автор произведения Manuel Arduino Pavón
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788412107821



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afuera, obtengamos lo necesario.

      - ¿Y cuándo nos es dada esa mano espiritual?

      - En el tiempo en que no retenemos con la mente o con el corazón nada. Cuando ya no le arrancamos a los otros palabras, promesas o contratos. Cuando dejamos libres a los otros, a todas las cosas y confiamos en el Orden Supremo. Cuando somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, lo cual puede ser considerado la caridad por excelencia. Cuando la búsqueda deja de ser una cacería y se vuelve obediencia a la intuición del camino. Cuando nuestra liberalidad es la libertad de un corazón amante y no la permisividad de una vida negligente que no se observa a sí misma y en consecuencia ignora los límites. Cuando los límites no son los otros, ni nosotros mismos, sino la zona de sombras del camino por el que marchamos todos. Cuando la zona de sombras es, coincidentemente, la que ocupa cada nuevo paso que damos. Cuando vamos dejando atrás en el camino la ignorancia de los pasos que vamos dando mecánicamente. ¿Cómo podría una mano tal asomar cuando nuestros pies tropiezan a cada paso con el pasado? ¿Cómo puede hacerse consciente la fuente de la abundancia, si pasamos sobre ella descuidadamente y sin prestarle atención, a medida que avanzamos a ciegas por el camino de sombras? Y este es el gran secreto.

      - ¿Cuál es el secreto?

      - El espíritu está en las dos manos usuales y en los dos pies habituales tanto como en las manos que no desarrollamos y en los pies que atrofiamos.

      - ¿Hay otros pies, además?

      - De todo cuanto existe para nuestro aprendizaje hay un modelo secreto, listo para salir a la superficie cuando nosotros mismos nos transformemos en nuestro modelo secreto. En consecuencia, mi amigo, hay otra naturaleza en el espíritu y allí reside la fuente de la abundancia, del poder y de la caridad.

      XXI

      Detrás el sol poniente, delante el sol del alba y en medio el pan. Esta es la vianda del hombre frugal.

      XXII

      El espejo ha de ser un espejo invisible para que el que se busca ya no se mire en sus desemejantes.

      El espejo invisible significa la conciencia viva y pura de ser. Los desemejantes: las proyecciones impresas en los otros, a quienes miramos (y transformamos) no tanto para conocerlos (y para conocernos) sino para juzgarlos por separado (y evitar justipreciarnos en nuestras relaciones). Es cierto que ver es también conocer nuestras proyecciones en los otros, sin sustituirlas por nuevas imágenes asociativas. "Vemos" a causa de que nos damos cuenta de los descubrimientos que trae el retirar los velos.

      XXIII

      Cuando asome tu otra cara, sal del espejo.

      Cuando comiences a conocerte en profundidad, ya no podrás mantenerte en el espejo, que carece de profundidad. Abandona las imágenes que son la superficie de las cosas. El rostro que nos es original no asoma en el espejo que refleja sino en el umbral de la consciencia, el espejo invisible. Viene de esa hondura y anula la zona de sombras, porque asciende con su propia luz. Es la otra cara porque tiene luz propia y en consecuencia no necesita de espejos para reconocerse, y porque es el prototipo de belleza y unicidad que vinimos a expresar. Para lo cual nos es revelado en el umbral de la consciencia por medio de la disolución de la zona de sombra.

      Lo llaman autoconocimiento, aquí se presenta como la vía de la supresión de todas las imágenes.

      XXIV

      La unidad del arroz es su inmensidad. La inmensidad del arroz es su pequeñez. La pequeñez del arroz es la medida del hombre.

      XXV

      Inquirir es un misterioso acto por el cual la mente se pregunta y el espíritu se prueba.

      XXVI

      Aquello que cae una vez y se levanta dos veces, eso es lo que llamamos honor.

      Una partida de Caballeros de la Orden del Señor de la Compasión Infinita marchaban armados, listos para tomar venganza. Su destino era el sitio de los Hermanos de la Pureza, que los esperaban en armas, sabedores de que la imagen por la que pugnaban, la del Héroe Primordial, por la que se habían humillado, por la que habían matado una y otra vez y habían llegado al armisticio otras tantas, concentraba para sus férreos corazones un pavoroso poder. El pequeño ícono del oscuro valiente del pasado había golpeado la cabeza del rey una vez. Los Caballeros de la Orden del Señor de la Compasión Infinita, leales a su majestad, venían por la cabeza del caballero de la fraternidad de los Hermanos de la Pureza que, en aciaga ocasión, había usado sus manos para dar el golpe. El rey estaba desairado. Demandaba venganza. E invocaba su honor.

      La imagen en madera del Héroe Primordial, el objeto de adoración, esperaba silenciosamente en una tienda de campaña a las afueras de la ciudad, lejos del reducto de los caballeros que habrían de ser atacados. De esta manera los Hermanos de la Pureza confiaban en engañar a los asaltantes, los que, suponían, no se ocuparían de cosa tan insignificante como una pequeña toldería en el camino.

      Los Caballeros de la Orden del Señor de la Compasión Infinita llegaron hasta las paúpérrimas casillas de los aldeanos en el cinturón de la ciudadela. Las prendieron fuego. Violaron a las mujeres. Atravesaron a los niños. Degollaron a los hombres. Y luego avanzaron. Y vieron la tienda en cuestión y la rociaron con aceite y la prendieron fuego. Y llegaron hasta la ciudadela y la sitiaron por diez días y diez noches. Y reclamaron la imagen. Pero los sitiados guardaron el secreto.

      Aquellos mandaron un mensajero a comunicar al rey lo ocurrido. A su regreso oyeron de voz del jinete la respuesta del rey:

      - El rey ha dicho que quememos la ciudadela y una vez destruidos todos los secuaces del ladino que lo golpeó, nos pongamos a orar pidiéndole a nuestro sapientísimo salvador la imagen para adorar.

      Los Caballeros de la Orden del Señor de la Compasión Infinita obedecieron. Y cuando sólo quedaban cenizas y llantos se reunieron en círculo, encendieron una hoguera y rezaron. Pidieron la imagen, el icono.

      Diez días y sus noches oraron. Cuando estaban exhaustos

      y casi habían perdido la fe, un caballero devoto de su majestad presentó a la asamblea de los valientes un retrato de su rey, el que le había tomado unos instantes antes de la partida. Y dijo:

      - Ahora entiendo la urgencia del rey para que le retratara. Debemos usar de su imagen como modelo para un nuevo icono del Héroe Primordial. Nuestro rey ha reavivado la llama, ha devuelto el orden al desorden. Ha traído la luz en medio de la iniquidad. El es el modelo.

      Todos vivaron la proposición. Un tallador le dio forma a la imagen. Construyeron una carroza ornada con flores y motivos de profunda y solemne belleza y marcharon lentamente y en procesión de regreso a palacio. Pero antes de llegar a sus tierras supieron por un mensajero de palacio que el rey había muerto.

      Después del estupor y de la perplejidad, del dolor, sus mentes dilucidaron que esa era la señal que habían pedido en sus preces: muerto el rey la imagen podría sobrevivirle. Ya no sería urgente el ansiar la antigua imagen, la talla de otro hombre seguramente, acaso de otro rey, que no propiamente la del Hombre Fundamental. Habían tomado la decisión adecuada.

      Reemprendieron la marcha con un luto alegre, esperanzado. Tres días después llegaron a palacio. El príncipe los recibió con honores y calculada circunspección. Los caballeros le enseñaron la imagen sagrada de su padre. Pero el príncipe sin tomar en cuenta las señales que ellos habían obedecido, observó:

      - Habéis pensado en el honor de mi padre, el héroe en estas batallas. Pero no habéis pensado en el honor de nuestro Héroe Primordial, el invicto conquistador del alma en las batallas y pruebas de la vida. Quemad el falso ícono y orad. Tarde o temprano llegará la inspiración.

      Los Caballeros de la Orden del Señor de la Compasión Infinita obedecieron otra vez. Y rezaron. Por días y noche sin cuento rezaron.

      Cuando el príncipe recibió el cetro, cuando las lluvias se estacionaron sobre el mundo, cuando los ayes y lamentaciones de los héroes de la tierra habían contaminado el alma del pueblo, cuando todo era ansiedad y decepción por la ausencia de la verdadera señal, el príncipe