Novelas completas. Jane Austen

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Название Novelas completas
Автор произведения Jane Austen
Жанр Языкознание
Серия Colección Oro
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418211188



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la seguridad de que la aprovecharé en cuanto pueda.

      Todos se quedaron sorprendidos, y el señor Bennet, que de ningún modo deseaba tan rápido regreso, se apresuró a decir:

      —Pero, ¿no hay peligro de que lady Catherine lo desapruebe esta vez? Vale más que sea negligente con sus parientes que corra el riesgo de enemistarse con su patrona.

      —Querido señor —respondió Collins—, le quedo muy reconocido por esta cariñosa advertencia, y puede usted contar con que no daré un solo paso que no esté autorizado por Su Señoría.

      —Todas las precauciones son pocas. Atrévase a cualquier cosa menos a molestarla, y si cree usted que pueden dar lugar a ello sus visitas a nuestra casa, cosa que creo más que posible, quédese sin pensarlo en la suya y consuélese sabiendo que a nosotros no nos molestará.

      —Créame, mi querido señor, mi gratitud aumenta con sus afectuosos consejos, por lo que le prevengo que en breve recibirá una carta de agradecimiento por lo mismo y por todas las otras pruebas de consideración que usted me ha dado durante mi permanencia en Hertfordshire. En cuanto a mis hermosas primas, aunque mi ausencia no ha de ser tan larga como para que haya necesidad de hacerlo, me tomaré la libertad de desearles salud y felicidad, sin exceptuar a mi prima Elizabeth.

      Hechos los cumplidos de rigor, las señoras se marcharon. Todas estaban igualmente sorprendidas al ver que pensaba regresar pronto. La señora Bennet pensaba que se proponía dirigirse a una de sus hijas menores, por lo que determinó convencer a Mary para que lo aceptase. Esta, en efecto, apreciaba a Collins más que las otras; encontraba en sus reflexiones una solidez que frecuentemente la deslumbraba, y aunque en ninguna manera le juzgaba tan inteligente como ella, opinaba que si se le animaba a leer y a aprovechar un ejemplo como el suyo, podría llegar a ser un compañero muy agradable. Pero a la mañana siguiente todo el plan se quedó en agua de borrajas, pues la señorita Lucas vino a visitarles justo después del almuerzo y en una conversación privada con Elizabeth le relató los acontecimientos del día anterior.

      A Elizabeth ya se le había ocurrido uno o dos días antes la posibilidad de que Collins se creyese enamorado de su amiga, pero que Charlotte le alentase le parecía tan imposible como que ella misma lo hiciese. Su perplejidad, por consiguiente, fue tan grande que sobrepasó todos los límites de la decencia y no pudo reprimir gritarle:

      —¡Comprometida con el señor Collins! ¿Cómo es posible, Charlotte?

      Charlotte había contado la historia con mucho aplomo, pero ahora se sentía de pronto confusa por haber recibido un reproche tan directo; aunque era lo que se había esperado. Pero se recuperó pronto y dijo con tranquilidad:

      —¡De qué te sorprendes, Elizabeth? ¿Te parece increíble que el señor Collins haya sido capaz de procurar la estimación de una mujer por el hecho de no haber tenido suerte contigo?

      Pero, mientras tanto, Elizabeth había recuperado el sosiego, y haciendo un enorme esfuerzo fue capaz de asegurarle con bastante firmeza que le encantaba la idea de su parentesco y que le deseaba toda la felicidad del mundo.

      —Sé lo que sientes —repuso Charlotte—. Tienes que estar asombrada, asombradísima, haciendo tan poco que el señor Collins deseaba casarse contigo. Pero cuando hayas tenido tiempo de pensarlo bien, espero que comprendas lo que he hecho. Sabes que no soy romántica. Jamás lo he sido. No anhelo más que un hogar confortable, y teniendo en cuenta el carácter de Collins, sus relaciones y su posición, estoy convencida de que tengo tantas probabilidades de ser feliz con él, como las que puede tener la mayor parte de la gente que se casa.

      Elizabeth le contestó con ternura:

      —Es indudable.

      Y después de una pausa algo incómoda, marcharon a reunirse con el resto de la familia. Charlotte se fue enseguida y Elizabeth se quedó meditando lo que acababa de escuchar. Tardó mucho en hacerse a la idea de un casamiento tan disparatado. Lo inusitado que resultaba que Collins hubiese hecho dos proposiciones de matrimonio en tres días, no era nada en comparación con el hecho de que hubiese sido aceptado. Siempre creyó que las teorías de Charlotte sobre el matrimonio no eran igual que las suyas, pero nunca pensó que al ponerlas en práctica sacrificase sus mejores sentimientos a cosas materiales. Y al dolor que le causaba ver cómo su amiga se había desacreditado y había perdido mucha de la estima que le tenía, se añadía el penoso convencimiento de que no le sería plausible ser feliz con la suerte que había escogido.

       Normalmente la presentación en sociedad de las jóvenes damas se efectuaba en la Corte en el transcurso de una recepción real a cargo de una señora casada que a su vez ya había sido presentada en la Corte. La reina Isabel II abolió esta costumbre.

      Capítulo XXIII

      Elizabeth estaba sentada con su madre y sus hermanas meditando sobre lo que había escuchado y sin saber si debía o no darlo a conocer, cuando apareció el propio Sir William Lucas, enviado por su hija, para anunciar el compromiso a la familia. Entre muchas felicitaciones y congratulándose de la unión de las dos casas, reveló el asunto a una audiencia no solo perpleja, sino también incrédula, pues la señora Bennet, con más empecinamiento que diplomacia, afirmó que debía de estar totalmente equivocado, y Lydia, siempre indiscreta y a menudo mal educada, exclamó chillando:

      —¡Santo Dios! ¿Qué está usted diciendo, sir William? ¿No sabe que el señor Collins pretende casarse con Elizabeth?

      Solo la condescendencia de un cortesano podía haber soportado, sin encolerizarse, aquella salida de tono; pero la buena educación de sir William estaba por encima de todo. Rogó que le permitieran garantizar la verdad de lo que decía, pero escuchó todos aquellos improperios con total corrección.

      Elizabeth se sintió obligada a ayudarle a salir de tan difícil situación, y confirmó sus palabras, revelando lo que ella conocía por la propia Charlotte. Trató de poner fin a las exclamaciones de su madre y de sus hermanas felicitando con efusión a sir William, en lo que pronto fue secundada por Jane, y comentando la felicidad que se podía esperar del evento, dado el magnífico carácter del señor Collins y la relativa distancia de Hunsford a Londres.

      La señora Bennet estaba en verdad demasiado sobrecogida para hablar mucho mientras sir William estuvo en la casa; pero, en cuanto se fue, se desahogó enseguida. Primero, insistía en no creer ni una palabra; segundo, estaba segura de que a Collins lo habían engañado; tercero, esperaba en que nunca serían felices juntos; y cuarto, la boda no se consumaría. Sin embargo, de todo ello se desprendían claramente dos cosas: que Elizabeth era la verdadera causa de toda la desgracia, y que ella, la señora Bennet, había sido tratada de un modo cruel por todos. El resto del día lo pasó murmurando, y no hubo nada que pudiese sosegarla o calmarla. Tuvo que pasar una semana antes de que pudiese ver a Elizabeth sin echárselo en cara; un mes, antes de que dirigiera la palabra a sir William o a lady Lucas sin ser grosera; y mucho, antes de que perdonara a Charlotte.

      El estado de ánimo del señor Bennet ante la noticia era más sosegado; es más, hasta se alegró, porque de este modo podía comprobar, según dijo, que Charlotte Lucas, a quien nunca tuvo por muy avispada, era tan tonta como su mujer, y mucho más que su hija.

      Jane confesó que se había llevado una sorpresa; pero habló menos de ello que de sus sinceros deseos de que ambos fuesen felices, ni tan solo Elizabeth logró hacerle ver que semejante felicidad era utópica. Catherine y Lydia estaban muy lejos de envidiar a la señorita Lucas, pues Collins no era más que un clérigo y el suceso no tenía para ellas más curiosidad que el de poder difundirlo por Meryton.

      Lady Lucas no podía resistir la dicha de poder desquitarse con la señora Bennet manifestándole el alivio que le suponía tener una hija casada; iba a Longbourn con más frecuencia que de costumbre para contar lo feliz que era, aunque las poco amistosas miradas y los comentarios mal intencionados de la señora Bennet podrían haber acabado con toda aquella dicha.

      Entre Elizabeth y Charlotte existía una barrera que les hacía guardar silencio sobre el tema, y Elizabeth tenía la impresión de que ya no volvería a haber auténtica confianza