Название | Novelas completas |
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Автор произведения | Jane Austen |
Жанр | Языкознание |
Серия | Colección Oro |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418211188 |
—Si nuestra opinión sobre la señorita Bingley fuese idéntica —contestó Jane—, tu explicación me sosegaría. Pero me consta que eres injusta con ella. Caroline es incapaz de engañar a nadie; lo único que puedo esperar en este caso es que se esté engañando a sí misma.
—Eso es. No podías haber pensado una idea mejor, ya que la mía no te alivia. Supón que se engaña. Así quedarás bien con ella y verás que no tienes por qué preocuparte.
—Pero Lizzy, ¿puedo ser feliz, incluso pensando en lo mejor, al aceptar a un hombre cuyas hermanas y amigos desean que se case con otra?
—Eso debes decidirlo tú misma —dijo Elizabeth—, si después de una profunda reflexión encuentras que la desgracia de disgustar a sus hermanas es más que equivalente a la felicidad de ser su mujer, te aconsejo, ciertamente, que dejes a Bingley.
—¡Qué cosas tienes! —exclamó Jane con una leve sonrisa—. Debes saber que aunque me apenaría mucho su desaprobación, no vacilaría.
—Ya me lo figuraba, y siendo así, no creo que pueda dolerme de tu situación.
—Pero si no regresa en todo el invierno, mi elección no servirá de nada. ¡Pueden suceder tantas cosas en seis meses!
Elizabeth no admitía la idea de que Bingley no volviese; le parecía simplemente una sugerencia de los interesados deseos de Caroline, y no podía pensar ni por un instante que semejantes deseos, tanto si los manifestaba clara o a escondidas, influyesen en el espíritu de un hombre tan dueño de sí mismo.
Expuso a su hermana lo más persuasivamente que pudo su punto de vista, y no tardó en notar el buen efecto de sus palabras. Jane era por naturaleza optimista, lo que la fue llevando paulatinamente a la esperanza de que Bingley volvería a Netherfield y llenaría todos los anhelos de su corazón, aunque la duda la asaltase de vez en cuando.
Acordaron que no informarían a la señora Bennet más que de la marcha de la familia, para que no se alarmase mucho; pero se alarmó de todos modos bastante; y lamentó la tremenda desgracia de que las damas se hubiesen marchado precisamente cuando habían intimado tanto. Se dolió mucho de ello, pero se consoló pensando que Bingley no tardaría en volver para comer en Longbourn, y acabó declarando que a pesar de que le habían invitado a comer solo en familia, tendría buen cuidado de preparar para aquel día dos platos singulares.
En aquel tiempo una calle muy de moda en el oeste de Londres.
Capítulo XXII
Los Bennet fueron invitados a comer con los Lucas, y de nuevo la señorita Lucas tuvo la deferencia de escuchar a Collins durante la mayor parte del día. Elizabeth aprovechó la primera oportunidad para agradecérselo.
—Esto le pone de buen humor. Te estoy más agradecida de lo que crees —le dijo.
Charlotte le aseguró que se alegraba de poder hacer algo por ella, y que eso le compensaba el pequeño sacrificio que le suponía dedicarle su tiempo. Era muy amable de su parte, pero la amabilidad de Charlotte iba más allá de lo que Elizabeth podía pensar: su objetivo no era otro que evitar que Collins le volviese a dirigir sus cumplidos a su amiga, atrayéndolos para sí misma. Este era el plan de Charlotte, y las apariencias le fueron tan favorables que al separarse por la noche casi habría podido dar por contado el éxito, si Collins no tuviese que irse tan pronto de Hertfordshire. Pero al concebir esta duda, no hacía justicia al fogoso e independiente carácter de Collins; a la mañana siguiente se escapó de Longbourn sin que nadie lo percibiera y voló a casa de los Lucas para rendirse a sus pies. Quiso ocultar su salida a sus primas porque si le hubiesen visto habrían descubierto su intención, y no quería publicarlo hasta estar seguro del éxito; aunque se sentía casi seguro del mismo, pues Charlotte le había animado suficientemente, pero desde su aventura del miércoles estaba un poco falto de confianza. Sin embargo, recibió una acogida muy halagüeña. La señorita Lucas le vio llegar desde una ventana, y al instante salió al camino para encontrarse con él como por casualidad. Pero poco podía ella imaginarse cuánto amor y cuánta prosopopeya le aguardaban.
En el corto espacio de tiempo que dejaron los larguísimos discursos de Collins, todo quedó arreglado entre ambos con mutua satisfacción. Al entrar en la casa, Collins le suplicó con el corazón que señalase el día en que iba a hacerle el más feliz de los hombres; y aunque semejante solicitud debía ser aplazada en principio, la dama no deseaba jugar con su felicidad. La necedad con que la naturaleza la había dotado privaba a su cortejo de los encantos que pueden inclinar a una mujer a prolongarlo; a la señorita Lucas, que lo había aceptado solamente por el puro y desinteresado deseo de casarse, no le importaba lo rápido que este acontecimiento habría de realizarse.
Se lo comunicaron pronto a sir William y a lady Lucas para que les dieran su consentimiento, que fue otorgado con la mayor rapidez y contento. La situación de Collins le convertía en un partido muy jugoso para su hija, a quien no podían legar más que una mediocre fortuna, y las perspectivas de un futuro bienestar eran demasiado tentadoras. Lady Lucas se puso a calcular acto seguido y con más interés que nunca cuántos años más podría vivir el señor Bennet, y sir William expresó su opinión de que cuando Collins fuese dueño de Longbourn sería muy necesario que él y su mujer hiciesen su aparición en St. James. Total que toda la familia se alegró sobremanera por la noticia. Las hijas menores tenían la esperanza de ser presentadas en sociedad un año o dos antes de lo que lo habrían hecho de no ser por esta circunstancia18. Los hijos se vieron libres del albor de que Charlotte permaneciese soltera. Charlotte estaba tranquila. Había ganado la partida y tenía tiempo para disfrutarlo. Sus reflexiones eran en general optimistas. A decir verdad, Collins no era ni inteligente ni simpático, su compañía era plúmbea y su cariño por ella debía de ser imaginario. Pero, al fin y al cabo, sería su marido. A pesar de que Charlotte no poseía una gran opinión de los hombres ni del matrimonio, siempre lo había ambicionado porque era la única colocación honrosa para una joven bien educada y de parca fortuna, y, aunque no se pudiese asegurar que fuese una fuente de felicidad, siempre sería el más feliz recurso contra la necesidad. Este recurso era lo que acababa de conseguir, ya que a los veintisiete años de edad, sin haber sido nunca bonita, era una verdadera suerte para ella. Lo menos placentero de todo era la sorpresa que se llevaría Elizabeth Bennet, cuya amistad valoraba más que la de cualquier otra persona. Elizabeth se quedaría perpleja y quizá no lo aprobaría; y, aunque la decisión ya estaba tomada, la desaprobación de Elizabeth le iba a doler mucho. Resolvió comunicárselo ella misma, por lo que recomendó a Collins, cuando regresó a Longbourn a comer, que no dijese nada de lo ocurrido. Naturalmente, él le prometió como era debido que guardaría el secreto; pero su trabajo le costó, porque la curiosidad que había despertado su larga ausencia estalló a su regreso en preguntas tan directas que se necesitaba mucha habilidad para sortearlas; por otra parte, representaba para Collins un verdadero sacrificio, pues estaba impaciente por pregonar a los cuatro vientos su éxito amoroso.
Al día siguiente tenía que marcharse, pero como había de ponerse de camino demasiado temprano para poder ver a algún miembro de la familia, la ceremonia de la despedida se realizó en el momento en que las señoras fueron a dormir. La señora Bennet, con gran cortesía y amabilidad, le dijo que estaría muy contenta de verle en Longbourn de nuevo cuando el resto de sus