Название | Herencia |
---|---|
Автор произведения | Ronnie Roberto Campos |
Жанр | Религиозные тексты |
Серия | |
Издательство | Религиозные тексты |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877981186 |
En cuanto a la nueva maestra, no sabíamos de dónde venía. ¿Y si no era genial? ¿Y si era mala, de las que no enseñan bien y pelean con los niños?
–Siéntate aquí –me dijo mi padre mientras señalaba el escalón de la escalera que llevaba a la puerta de la sala.
–Un día –comenzó a relatar–, una alumna dijo algo que me gustaría que sepas. Era una de mis primeras clases en la escuela pública. Yo iba a reemplazar a una profesora que estaba enferma, con un problema cardíaco, y que necesitaba cuidados médicos. Esa alumna, cuando supo que habría un reemplazante, decidió no asistir más a la escuela. Yo todavía no la conocía; hacía solo tres meses que daba clases allí. Dos semanas después, la muchacha apareció. Un poco tímida, se sentó al fondo del aula. Estábamos trabajando poesía con el grupo de quinto año.
–¿Y qué ocurrió? –pregunté, curioso.
–Era un proyecto de lectura y producción de textos. Solicité a todos los alumnos que trajeran su libro favorito, y dije que si no tenían libros en casa podían tomar alguno prestado de la biblioteca de la escuela. También les dije que deberían traer un almohadón, o incluso una pequeña frazada. Quería que entendieran que leer debe ser algo agradable, placentero.
–¿Y funcionó, papi? –pregunté.
–El día indicado todos estaban muy entusiasmados. Acomodaron el aula de modo tal que de repente surgieron varias “literas”, “sofás” y diversos espacios de lectura según el gusto de cada uno. Había alumnos recostados, sentados, boca abajo, de a dos, con frazada, con almohada…
–¡Qué genial!
–¡Fue muy bueno, sí! ¡Fue lindo ver a toda esa muchachada leyendo por placer!
–¿Y tú qué hacías, papá?
–Me senté en una esquina, puse una silla a mi lado y me puse a leer uno de mis libros favoritos. Dije que quien quisiera podría sentarse en esa silla y contarme lo que estaba leyendo.
–¿Y fueron?
–¡Sí! Todo el tiempo había alguien contándome acerca de la historia que estaba leyendo. Hicimos eso tres o cuatro veces ese mes. En los minutos finales de cada clase, había un momento especial en el que uno o dos alumnos les contaban a sus compañeros acerca de la historia que más les había gustado leer.
–¿Y aquella alumna? –pregunté por la niña que había faltado durante dos semanas.
–El último día, ella me dio una tarjeta donde decía que lamentaba haber perdido algunas de mis clases. Escribió que de haberlo sabido, jamás hubiera dejado de ir a la escuela.
Mi padre me miró y continuó hablando:
–Nunca más vi a esa alumna, pero sé que aquellas pocas clases marcaron una diferencia en su vida. Y en la mía también.
Las historias que contaba mi padre transmitían mucha calma y seguridad. Cuando me di cuenta, ya estaba en el transporte escolar, a pocas cuadras de la escuela donde estudiaba.
¡La nueva maestra me pareció muy simpática! Dos o tres semanas después, llegué a casa con un brillo especial en mis ojos. Pronto mi padre se dio cuenta de mi entusiasmo y me preguntó:
–¿Qué ocurrió? ¿Alguna novedad?
Yo no podía contener la emoción:
–La maestra nos pidió que mañana llevemos los libros que más nos gusten. Y, si queremos, podemos llevar un almohadón o una pequeña frazada.
Mi padre me miraba, sonriendo con los ojos, de una forma única. Continué:
–La maestra dijo que era un proyecto que había aprendido con un antiguo profesor, el mejor profesor de su vida.
¡Es sorprendente cómo el mundo da vueltas! “Cosechamos lo que sembramos”. Aquel día aprendí el significado de aquella frase.
Mi padre estaba cosechando. Y una vez más, yo estaba aprendiendo a plantar.
Los grandes logros no se obtienen con la fuerza, sino con la perseverancia
(Samuel Johnson).
CAPÍTULO TRES
Tiempo de reír
Aún tengo claras en mi mente las cosas que ocurrieron cuando estaba en quinto grado. Yo era un niño entusiasmado con nuevas ideas.
Mi madre decía que era muy “persistente”. Las madres son las madres, ¿no? Tal vez, “terco” era el término más apropiado.
¡Aquel año las vacaciones fueron maravillosas! Teníamos un vecino que tenía más o menos mi edad. Le decíamos Toco, pero no le pusimos nosotros ese sobrenombre; ya se lo habían puesto en su casa. Toco era uno de mis mejores amigos. Fuimos vecinos por mucho tiempo. Él tenía un hermano más grande que tenía una bicicleta Monark Tigrão. Ese modelo de bicicleta era muy lindo. El asiento era grande y con respaldo. Pero la bicicleta del hermano de Toco era vieja y no tenía asiento.
–Toco, ¿conseguiste una bicicleta?
–¡Qué va! Es de mi hermano. Un cacharro viejo, ni tiene asiento.
–¿Tú sabes andar?
–¡Claro! ¿Tú no sabes?
–Nunca estuve tan cerca de una bicicleta como ahora. ¿Me enseñas?
–¿En esta cosa?
–Por favor…
–Bueno, está bien. ¿Puede ser mañana por la tarde?
–¿No puede ser ahora?
A mi amigo le pareció muy gracioso, pero yo estaba fascinado con la idea de andar en bicicleta. A decir verdad, siempre soñé con tener una. Mi padre tenía muchas ganas de comprarme una, pero el presupuesto no alcanzaba.
Me pasé todas las vacaciones pedaleando. No pasó mucho tiempo hasta comenzar a andar sin la ayuda de Toco, que sostenía la bicicleta para que yo no cayera.
La parte más difícil era andar parado. (Sí, recuerda que la bicicleta ni tenía asiento.) Aquel año descubrí lo que realmente quería: una bicicleta.
–Papá, ¿puedo vender helados de palito?
–¿Por qué, hijo?
–La heladería de Don Lauro está empleando nuevos vendedores de helados de palito. ¿Me dejas?
–¿No eres muy joven para eso? Y además, tienes que ir a la escuela.
–Papá, solo venderé aquí en el pueblo, por la tarde, después de la escuela.
–Hijo, ¿por qué quieres hacer eso?
–Quiero comprar una bicicleta.
Mi padre quedó en silencio. Desvió la mirada; no podía mirarme. Me había prometido una bicicleta si pasaba de año... cuando estaba en primer grado.
Un padre se siente impotente cuando no puede dar a los hijos aquello que desean.
–Este año papá todavía no va poder cumplir la promesa, hijo…
–Pero pasé de año, papá…
–Lo sé… pero el dinero que tenemos no alcanza para comprar una bicicleta. Y si la compro, no voy a poder pagarla. Además, ahora tienes una hermanita; tenemos que cuidar bien de ella, que es tan frágil, ¿cierto?
–Si