Название | La Incógnita |
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Автор произведения | Benito Perez Galdos |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 4057664172624 |
En esto entró Malibrán. (Si esto fuera novela pondría: Aparición de un nuevo personaje.) Adivino tu gesto de sorpresa al leer este nombre. No sabes quién es, mejor dicho, no le conoces por su apellido, aunque le has visto y le has hablado. Te ayudaré á hacer memoria, ¿Recuerdas que yendo los dos una tarde de París á Enghien, nos encontramos á un señor á quien teníamos por extranjero, y de pronto nos habló correcto español, y estuvo muy fino y obsequioso con nosotros al despedirse, ofreciéndonos su casa, que señaló extendiendo la mano hacia un techo gris cercano á la estación? ¿Recuerdas que, visitando algún tiempo después el Salón, nos le encontramos acompañando á un amigo nuestro, Pepe Díez, y éste nos le presentó? Al poco rato nos acompañaba en el examen de algunos cuadros, oficiando de crítico, y mostrándose muy severo con la mayor parte de las obras que vimos. Tú no tienes tan buena memoria como yo: no recordarás que al salir dimos una vuelta por los Campos, y el tal habló pestes de España y de los españoles; nos dijo que su residencia habitual era Italia, que había reunido algunos cuadros antiguos de grandísimo mérito, y que se hallaba en París gestionando la venta de un estupendo Mantegna, por el cual le ofrecía el Louvre cien mil francos y Rotschild un poco más; pero que no pensaba darlo en menos de doscientos mil. ¿No se te ha quedado presente ese detalle del Mantegna? Después de separarnos de él y del amigo con quien iba, hicimos la observación de que nos parecía uno de esos tipos de nacionalidad equívoca que en París tan á menudo se encuentran. Su fisonomía, como su apellido y la facilidad con que se expresa en diferentes idiomas, daban lugar á que se le creyese oriundo de todas las fronteras europeas. Al mismo tiempo notamos su atildada educación, su finura, la elegancia de su vestir.
Pues bien: este sujeto que entonces pasó ante nuestra vista como un cometa y de quien hablamos como se habla de aquello que no se espera volver á ver más, llámase Cornelio Malibrán y Orsini, es español y nacido en Madrid, hijo de un antiguo empleado de Palacio, y nieto de un coronel de guardias walonas. Su madre es italiana, hija de no sé qué militar extranjero al servicio de España. De modo que en nuestro don Cornelio se juntan y mezclan todas las sangres europeas, y en su progenie por ambas líneas, según nos explicaba la otra noche, hay una señora holandesa de la familia de Riperdá, y un caballero portugués, y un emigrado polaco, y qué sé yo qué más.
Te presento con tantos pelos y señales á este prójimo, porque presumo he de tener que ocuparme de él más de lo que quisiera. Ha servido en la diplomacia; estuvo algún tiempo cesante, residiendo en Italia y en Francia, y ahora ha logrado pasar al Ministerio. Es célibe, y vive con su madre, señora mayor, según he oído, bastante instruída y que sabe muchas y buenas historias de interioridades palatinas y aristocráticas... Un poco de paciencia, querido Equis, y acabaré el retrato. El origen de la amistad de este don Cornelio con mi padrino hay que buscarlo en la contagiosa chifladura de ambos en materias de arte pictórico. Cisneros es inteligente (al menos él lo dice, y yo lo creo bajo su palabra) en tablas españolas del siglo XV; pero en pintura italiana me parece á mí que no da pie con bola, y precisamente las escuelas italianas anteriores á Rafael son el fuerte de Malibrán. En cualquier sombrajo negro y ahumado, donde nosotros apenas vemos algún torso indefinible, señala él un Boticelli, un Sodoma, un Signorelli ó un fra Bartolomeo, nombres que rara vez sonaron en mis profanos oídos. Mi tío y él se pasan largas horas discutiendo sobre los inciertos caracteres que separan la escuela paduana de la veneciana, ó acerca de otro problema pictórico tan obscuro como éste.
De la intimidad con Cisneros vino la introducción de Malibrán en la casa de Orozco, donde le tienes todas, todas las noches. Su finísimo trato, su conocimiento del mundo, le ponen en primera línea en toda sociedad, sin que él necesite esforzarse por alcanzar aquel puesto. Descuella naturalmente y por la propia virtud de sus modales, que son la misma perfección, pues hay en ellos el grado exacto de rigidez compatible con la soltura. Sabe combinar como nadie la cortesía respetuosa con esas licencias que hoy agradan tanto, usadas discretamente, como la sal y los picantes en la culinaria. No conozco otro que sepa entretener y divertir á las damas como él las entretiene; es la única persona á quien he oído sostener largas conversaciones sobre vestidos, mostrando en ello la espiritual erudición que al asunto corresponde. Las señoras le consultan acerca de sus trajes, del adorno de sus casas, y, sobre todo, las asesora con maestría. Al propio tiempo, si le hablas de política extranjera, te pasmas oyéndole, querido Equis, porque la conoce al dedillo, tan bien como podríamos apreciar nosotros la nuestra.
Pues bien: presentado el tipo, me falta expresarte, para concluir, un sentimiento mío con respecto á él. Allá va, y no te asustes. Este hombre me es profundamente antipático, tanto que mi antipatía traspasa los límites que separan este sentimiento del odio verdadero. Te oigo preguntarme: «¿por qué?» Te asombrarás si te digo que no me es fácil definir la causa. Malibrán me considera mucho; parece estimarme, y aun quererme. Jamás ha tenido palabra ni acto, con respecto á mí, que puedan molestarme. Hasta se digna elogiar lo que digo, y oirme con afable atención. Pero ello es que no le puedo ver. Te muestro este fenómeno de mi alma, como le mostraría al médico una llaga que nadie ha visto y que sólo el médico debe ver. Yo mismo me asombro de llevar en mí un afecto depresivo que no me favorece; me sondeo, y trato de analizarlo para encontrar su origen. ¿Es envidia, es más bien intuición? ¿Es que penetro, sin darme cuenta de ello, el carácter de este individuo, y adivino que es una mala persona revestida de brillantes adornos sociales? ¿Es que...?
Pero estoy fatigado, aturdido, y presumo que en mi próxima, después de pensar un poco en este peregrino caso, te podré decir algo más concreto.
IX
6 de Diciembre.
He vuelto á las andadas, compañero, y aquella serenidad de espíritu que adquirí dándome un baño (perdona lo extravagante de la figura) en las turbias aguas de la política, se la llevó la trampa. Hoy estoy muy nervioso, y á pesar mío saldrán á relucir en mi carta conceptos amargos y apreciaciones que no se ajustarán quizás á la realidad. He pasado mala noche, batiéndome con lo absurdo, queriendo ahuyentar las cavilaciones sin poderlo conseguir, porque me atacaban con lógica deslumbradora, y me desarmaban y me rendían. No extrañes, pues, que esté hoy inaguantable.
Ese Malibrán se me ha atravesado de tal modo que no le puedo tragar. Seguramente te has olvidado de su fisonomía, y quiero recordártela. Representa como unos cuarenta años, pero creo que tiene más. Buena figura: es lo que comunmente se llama un hombre guapo. No se olvida, vista una vez, su cara expresiva, que comparo, relacionándola con la pintura, á algo que abunda en la variada colección de mi tío. Aquel rostro afilado, aquel mirar penetrante, aquellas facciones correctísimas, la barba rubia acabada en punta, la frente de marfil, la color anémica, te recuerdan esos cuadros votivos de la pintura italiana que tienen en el centro á la Virgen, y á cada lado de ésta dos santos, San Jorge ó San Francisco, San Jerónimo ó San Pedro. Cornelio me hace recordar á veces al San Jorge, con su cariz de guerrero afeminado, y á veces, pásmate, al San Francisco de Asís, de seráfica y calenturienta belleza. Vas á decir que me voy del seguro. Es que, en efecto, estoy bastante excitado, y me excito más escribiéndote estas cosas, en vez de ponerme á estudiar el discursito que pronunciaré dentro de dos días, combatiendo el dictamen sobre el Proyecto de ley de rectificación de listas electorales. Ahora, relatemos.
Pues, como te dije, entró Malibrán, llamado con premura por mi padrino para consultarle acerca de un cuadro que acababa de adquirir. Tiempo hacía, según nos dijo, que lo había visto en la sacristía de las Descalzas de Villalón, sin poder meterle mano. Por fin, el administrador de Cisneros logró apandar la joya, y se la remitió. Es una tabla como de cincuenta centímetros por cuarenta, y representa el bautismo de Jesús. Las dos figuras desnudas, amarillas y tiesas destácanse en el fondo ennegrecido, con cuya lóbrega tinta se funde el sombreado de los