Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi

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Название Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson
Автор произведения Vincent Bugliosi
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788494968495



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de Life, con un Roman Polanski paseándose grotescamente entero por Cielo Drive, posando ante puertas embadurnadas con la sangre de su mujer; o el instrumento que tocaba uno de las primeras víctimas de la Familia, Gary Hinman (solo les diré que no era ninguno de los instrumentos que uno asociaría a un drogota angelino); o el famoso reloj parado de Bugliosi2; o la visita previa de Charlie a Cielo Drive, donde se encontró cara a cara con Sharon Tate; o todo lo que conecta el caso Manson con los Beach Boys y, más concretamente, con el batería, Dennis Wilson.

      Es necesario que me detenga. Estoy hablando un idioma que ustedes, si son neófitos de la mansonología, no han empezado a estudiar. Ni siquiera las vocales básicas. Y solo les estaba contando detalles más o menos accesorios, periféricos, del caso. Ni les he hablado de lo que de verdad sucedía en los ranchos Spahn o Barker, ni en el Valle de la Muerte; ni de lo que sucedió, minuto a minuto, en los Tate murders y los LaBianca murders, en Cielo Drive y Waverly Drive (dos apellidos y dos calles que desde hoy quedarán grabados en su memoria con ese halo de horror borroso que reservamos para las pesadillas más horribles; las que recuerdas a medias al despertar); ni de la «filosofía», sicalíptica e increíble, de Charles Manson, lo del «pozo del abismo» y el Helter Skelter y el levantamiento de la raza negra; ni de la vida previa de Charles Manson; ni lo que pensaban, e hicieron, a lo largo de 1969, los protagonistas de la Familia, tanto las principales actrices y actores (Susan Atkins, Leslie Van Houten, Patricia Krenwinkel, Steve Grogan, Tex Watson, Bruce McGregor Davis y Linda Kasabian) como las secundarias y secundarios (Ouisch, Squeaky, Gypsy, Mary Brunner, Sandy, Snake, los moteros Danny DeCarlo y Al Springer…). Es todo tan complejo y tan espantoso, y a la vez tan pop y tan sixties y tan prototípicamente yanqui3, que conviene digerirlo poco a poco, tomando cada elemento en el orden y con la pausa que magistralmente concibió Bugliosi a la hora de escribirlo. Todo lo que necesitan saber sobre la Familia Manson está aquí. No busquen en otro lado, especialmente en la ficción.

      3. Sorprende que no existan buenas novelas, o filmes o series o telefilmes, sobre Charles Manson y la Familia. A primera vista, los asesinatos de 1969 de Charlie y sus Mansonettes parecen pensados para la máxima explotación fílmica. Lo tienen todo: la era (de Acuario); la filosofía demente que los generó, mezcla de maturranga carcelaria, monserga hippy y distopía apocalíptico-racial; una figura mesiánica, villano enajenado de libro de estilo, dirigiendo el cotarro y las mentes de sus acólitos, a la vez que balbuceando asombrosa bazofia pseudoprofunda (¡incluso grabando discos!); una secta ferviente y fanática compuesta casi enteramente por, como ya hemos visto, adolescentes de clase media-alta californiana con el cerebro lavado y compulsión fornicadora; una más-que-increíble conexión pop, con cameos o implicación directa de un sinfín de personalidades del rocanrol o el cine; drogas lisérgicas como para aburrir a un Freak Brother; un juicio estilo Perry Mason, repleto de jerigonza legal y zancadillas jurídicas y un superjuez desentrañando el embrollo (nuestro Vincent Bugliosi); una repercusión contracultural y un credo subyacente («mata a tus padres»; «vuelve a nacer») que subscribía hasta el más abúlico fumeta de San Francisco; una investigación policial plagada de pifias, casualidades, febriles persecuciones motorizadas, asesinatos paralelos, conexiones y desconexiones chocantes, y los crímenes en sí, una cosa como de película gore de John Carpenter. Tras leer esto, solo hace falta pensar el merchandising, dirán ustedes. La película ya está hecha.

      Pero no; todo lo contrario. Quizás sea lo improbable del caso, ese halo goyesco y delirante que lo envolvía, la causa de que la televisión y el cine (y la novela) hayan sido incapaces, a día de hoy, de realizar una aproximación digna al fenómeno. House of Manson, Manson’s Lost Girls, Las chicas de Emma Cline, la perfectamente inmunda Aquarius… Tal vez la nueva película de Quentin Tarantino, Once Upon a Time in Hollywood, que se estrenará en julio del 2019 y está basada tangencialmente en «el verano de Charlie», logre romper la cadena de mediocridad. Pero por el momento nos ha sido imposible leer una buena novela o ver un buen filme inspirado en el caso Manson. Sospecho que intuyen la razón: las invenciones, en lo tocante a la Familia Manson, no son necesarias. Como dice la vieja frase, la realidad es mucho más rara que la ficción.

      Bugliosi, en su posfacio, escrito un par de décadas después de los crímenes, es taxativo al afirmar que, de todas las razones que se esgrimen al valorar la imperecedera fascinación que despiertan aún los crímenes de la Familia, la más importante es que son extraños. ¿Por qué, me pregunto yo, aparecen repetidas referencias a la Familia Manson en Futurama o South Park, por nombrar solo dos populares series de animación, mientras que, como bien apunta Bugliosi, absolutamente nadie recuerda a Patrick Kearney, el llamado Trash Bag Killer, quien entre 1962 y 1977 presuntamente asesinó a cuarenta y tres personas (y repartió sus restos en bolsas de basura)? Otros asesinos en serie, como acabamos de ver, mataron a más gente, o a gente más relevante4; otras sectas han sumado más víctimas (acólitos o enemigos); otros crímenes han tenido más impacto social; otros asesinatos han sido mucho más sangrientos. Pero los crímenes Manson son los más… raros. Es así de sencillo.

      4. Paul Fitzgerald, el abogado defensor de Patricia Krenwinkel, otra de las tres chicas Manson preferentes, dijo que Manson era «un hippy de derechas», y hay algo de verdad en esa afirmación. El propio Charlie dijo: «A los hippies no les gusta el establishment, así que se montan el suyo. No son mejores que los demás». Manson, como buen macho Alfa taleguero, opinaba que los hippies eran «débiles», y si tenía que escoger algún término para denominar a sus seguidores, prefería llamarles «slippies5».

      Manson, en efecto, era de derechas, y desde luego no un hippy. Hablamos de un expresidiario de treinta y cinco años, hijo bastardo de padre desconocido, rechazado por su madre alcohólica, bajito6 y ultraviolento, criminal casi innato, astuto y escurridizo y a la vez cobarde7 como un pequeño rapaz selvático. No tenía el perfil habitual de un Hijo de Sagitario. La mentalidad de Charlie era tan reaccionaria, racista y paranoica como la de un S.S. o un Soprano cualquiera. Era machista, chauvinista, antisemita y estaba obsesionado con la raza negra y el peligro que esta representaba, al igual que cualquier blanco conservador de clase media o miembro de la Hermandad Aria de Alcatraz. Uno podría decir que era, de hecho, el polo opuesto de la contracultura.

      Pero Manson vio en los hippies un perfecto rebaño de panolis sugestionables a los que pastorear, esquilar y, finalmente, sacrificar (u ordenar que sacrificaran a terceros). Como Bugliosi nos cuenta, para ese propósito Charlie cocinó un comistrajo maléfico, del todo contradictorio8, cuyos ingredientes eran, como he sugerido antes, cháchara mendaz de convicto mezclada con paparruchas new age y escatología filosatanista (Manson había estudiado los panfletos de El Proceso, también llamado Iglesia del Juicio Final9 en prisión), balbuceo preescolar puramente 60’s, mind-fucking poli bueno/poli malo y folleteo-como-liberación. Y lo sazonó con orgías regulares, LSD, escenificaciones de la crucifixión y extensas veladas musicales en las que interpretaba su repertorio de canciones folk de cuño propio10. Charlie ofreció luego ese bebedizo, ya lo vimos, a la franja de edad más manipulable en mitad de la era más boba del siglo xx.

      Aunque no es cuestión de esparcir culpas a tontas y a locas, cabe añadir que los años sesenta tienen algo de responsabilidad en los crímenes de la familia Manson. En ninguna otra época han colado memeces del calibre de las que colaron a lo largo de los sesenta, especialmente en la Costa Oeste de los Estados Unidos de América. Aquel ensimismamiento mimado y rebeldía imprecisa que forjaron los beats una década antes abrió los diques para que se colara, y se convirtiese en mayoritaria (al menos entre la juventud), una filosofía tontuna, anti-no-sé-muy-bien-qué, oriental de postal, infantiloide y pueril, que en los buenos momentos adoptaba paridas inofensivas como los primeros libros de Richard Brautigan, el I-Ching o los interminables salmos boogie de Grateful Dead, pero que en un día malo podía tomar un tinte decididamente oscuro. Egoísta y nihilista. Los años sesenta aniñaron a la gente, sí, pero rehuyamos la neutralidad de tal afirmación: si le das un revolver cargado a un niño, a lo mejor te pega un tiro en la cara. Un niño tiene una conciencia muy vaga de lo que es el bien y lo que es el mal, del alcance de sus actos. A un niño, o a un hippy, se le puede engañar y hacer casi todo.

      Manson detectó esto de inmediato, tan pronto puso uno de sus mugrientos pies en Haight-Ashbury. También