Название | La Divina Comedia |
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Автор произведения | Dante Alighieri |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 4057664122674 |
Le respondí:
—Maestro, tus razonamientos son para mí tan verídicos, y me obligan a prestarles tanta fe, que cualesquiera otros me parecerían carbones apagados. Pero dime si entre la gente que va pasando hay alguno digno de notarse, pues eso solo ocupa mi alma.
Entonces me dijo:
—Aquél, cuya barba se extiende desde el rostro a sus morenas espaldas, fué augur cuando la Grecia se quedó tan exhausta de varones, que apenas los había en las cunas, y junto con Calcas dió la señal en Aulide para cortar el primer cable. Se llamó Euripilo, y así lo nombra en algún punto mi alta tragedia. Aquel otro que ves tan demacrado fué Miguel Scott, que conoció perfectamente las imposturas del arte mágica. Mira a Guido Bonatti, y ve allí a Asdente, que ahora desearía no haber dejado su cuero y su bramante; pero se arrepiente demasiado tarde: contempla las tristes que abandonaron la aguja, la lanzadera y el huso para convertirse en adivinas, y para hacer maleficios con hierbas y con figuras. Pero ven ahora, porque ya el astro en que se ve a Caín con las espinas ocupa el confín de los dos hemisferios, y toca el mar más abajo de Sevilla. La luna era ya redonda en la noche anterior; debes recordar bien que no te molestó a veces por la selva umbría.
Así me hablaba y entre tanto íbamos caminando.
CANTO VIGESIMOPRIMERO
SI, de un puente a otro, y hablando de cosas que mi comedia no se cuida de referir, fuimos avanzando y llegamos a lo alto del quinto, donde nos detuvimos para ver la otra hondonada de Malebolge y otras vanas lágrimas, y la vi maravillosamente obscura. Así como en el arsenal de los venecianos hierve en el invierno la pez tenaz, destinada a reparar los buques averiados que no pueden navegar, y al mismo tiempo que uno construye su embarcación, otro calafatea los costados de la que ha hecho ya muchos viajes; otro recorre la proa, otro la popa; quién hace remos; quién retuerce las cuerdas; quiénes, por fin, reparan el palo de mesana y el mayor; de igual suerte, y no por medio del fuego, sino por la voluntad divina, hervía allá abajo una resina espesa, que se pegaba a la orilla por todas partes. Yo la veía, pero sin percibir en ella más que las burbujas que producía el hervor, hinchándose toda y volviendo a caer desplomada. Mientras la contemplaba fijamente, mi Guía me atrajo hacia sí desde el sitio en que me encontraba, diciéndome: "Ten cuidado, ten cuidado." Entonces me volví como el hombre que ansía ver aquello de que le conviene huír, y a quien asalta un temor tan grande y repentino, que ni para mirar detiene su fuga; y vi detrás de nosotros un negro diablo, que venía corriendo por el puente. ¡Oh! ¡Cuán feroz era su aspecto, y qué amenazador me parecía con sus alas abiertas y sus ligeros pies! Sobre sus hombros, altos y angulosos, llevaba a cuestas un pecador, a quien tenía agarrado por ambos jarretes. Desde nuestro puente dijo:
—¡Oh! Malebranche, ved aquí uno de los ancianos de Santa Zita: ponedle debajo; que yo me vuelvo otra vez a aquella tierra, que está tan bien provista de ellos. Allí todos son bribones, excepto Bonturo; y por dinero, de un "no" hacen un "ita."[25]
Le arrojó abajo, y se volvió por la dura roca tan de prisa, que jamás ha habido mastín suelto que haya perseguido a un ladrón con tanta ligereza. El pecador se hundió y volvió a subir hecho un arco; pero los demonios, que estaban resguardados por el puente, gritaban:
—Aquí no está el Santo Rostro; aquí se nada de diferente modo que en el Serchio. Si no quieres probar nuestros garfios, no salgas de la pez.
Después le pincharon con más de cien harpones, diciéndole:
—Es forzoso que bailes aquí a cubierto, de modo que, si puedes, prevariques ocultamente.
No de otra suerte hacen los cocineros que sus marmitones sumerjan en la caldera las viandas por medio de grandes tenedores, para que no sobrenaden.
—A fin de que no adviertan que estás aquí—me dijo el buen Maestro—, ocúltate detrás de una roca, que te sirva de abrigo; y aunque se me haga alguna ofensa, no temas nada; pues ya conozco estas cosas por haber estado otra vez entre estas almas venales.
En seguida pasó al otro lado del puente, y cuando llegó a la sexta orilla, tuvo necesidad de mostrar su intrepidez. Con el furor y el ímpetu con que salen los perros tras el pobre que de pronto pide limosna donde se detiene, así salieron los demonios de debajo del puente, volviendo todos contra él sus harpones; pero les gritó:
—Que ninguno de vosotros se atreva. Antes que me punce vuestra orquilla, adelántese uno que me oiga, y después medite si debe perdonarme.
Todos gritaron:
—Vé, Malacoda.
Por lo cual uno de ellos se puso en marcha, mientras los otros permanecían quietos, y se adelantó diciendo:
—¿Qué te podrá salvar de nuestras garras?
—¿Crees tú, Malacoda, que a no ser por la voluntad divina y por tener el destino propicio—dijo mi Maestro—, me hubieras visto llegar aquí, sano y salvo, a pesar de todas vuestras armas? Déjame pasar, porque en el cielo quieren que enseñe a otro este camino salvaje.
Entonces quedó tan abatido el orgullo del demonio, que dejó caer el harpón a sus plantas, y dijo a los otros:
—Que no se le haga daño.
Y mi guía