Vencedor, Derrotado, Hijo . Морган Райс

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Название Vencedor, Derrotado, Hijo
Автор произведения Морган Райс
Жанр Героическая фантастика
Серия De Coronas y Gloria
Издательство Героическая фантастика
Год выпуска 0
isbn 9781640299061



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ella desde las colinas de allá arriba incluso en la penumbra del amanecer. Era una ciudad horrible, decadente y con el espacio reducido, e incluso desde aquí Estefanía podía ver que sería un lugar de violencia. Kang había dicho que no se atrevía a ir allí por la noche.

      Estefanía había pensado que tan solo era una excusa para utilizarla una vez más, pero quizás era algo más. A fin de cuentas, los mercados de esclavos no estarían abiertos de noche.

      Tomó una decisión y se vistió rápidamente, se envolvió con su capa y buscó en sus pliegues. Sacó una botella y algo de hilo, moviéndose con la cautela que sabe exactamente lo que está agarrando. Si cometía un error ahora, estaba muerta, ya fuera por el veneno o cuando despertara Kang.

      Estefanía se colocó encima de la cama y colocó el hilo en la boca de Kang lo mejor que pudo. Se movió y giró dormido y Estefanía fue con él, con cuidado para no tocarlo. Si despertaba ahora, ella estaba cerca.

      Dejó caer las gotas de veneno por el hilo, manteniendo la concentración mientras Kang murmuraba algo dormido. Una gota se escurrió hacia sus labios y, a continuación, una segunda. Estefanía se preparaba para el momento en que se quedaría sin aliento y moriría, reclamado por el veneno.

      En cambio, abrió de golpe los ojos y miró fijamente sin entender nada por un instante a Estefanía y después furioso.

      —¡Puta! ¡Esclava! Morirás por esto.

      En un instante, estaba sobre Estefanía, apretándola contra la cama. Le pegó una vez y, a continuación, ella notó la presión demoledora de sus manos agarrándole el cuello. Estefanía respiraba con dificultad mientras sentía que se cortaba su respiración y daba palos de ciego mientras intentaba sacárselo de encima.

      Por su parte, Kang hacia presión hacia abajo con su gran volumen, inmovilizando a Estefanía debajo de él. Ella peleaba y él solo reía, mientras continuaba estrangulándola. Todavía estaba riendo cuando Estefanía sacó un cuchillo de dentro de su capa y lo apuñaló.

      Se quedó sin aliento a la primera puñalada, pero Estefanía no notaba que la presión sobre su cuello fuera a menos. Empezó a aparecer oscuridad en los límites de su visión, pero ella continuaba apuñalando, dando golpes de ciego de forma mecánica por instinto, haciéndolo a ciegas porque ahora no veía nada más allá de una vaga neblina.

      Estefanía notó que le soltaba el cuello y sintió que el peso de Kang se desplomaba sobre ella.

      Le llevó un buen rato conseguir salir de debajo de él, respirando con dificultad e intentando recuperar la consciencia. Lo único que consiguió fue caer de la cama, para levantarse después, bajando la vista con asco hacia los restos del cuerpo de Kang.

      Debía ser práctica. Había hecho lo que tenía planeado, por muy difícil que había resultado ser. Ahora debía ir a por el resto.

      Rápidamente, volvió a colocar las sábanas para que a primera vista pareciera que estaba durmiendo. Buscó rápidamente por el camarote hasta encontrar el cofre donde Kang guardaba el oro. Estefanía se coló inadvertidamente en cubierta, con la capucha puesta mientras se dirigía hacia la pequeña barca de desembarque que había en popa.

      Estefanía se metió dentro y empezó a manejar las poleas para bajarla. Chirriaban como un portón oxidado y, desde algún lugar por encima de ella, oyó los gritos de los marineros que querían saber qué era aquel ruido. Estefanía no dudó. Sacó un cuchillo y se puso a serrar la cuerda que sujetaba la barca. Esta cedió y se desplomó lo que quedaba de la corta distancia hasta las olas.

      Agarró los remos y empezó a remar en dirección hacia el puerto, mientras tras ella los marineros sabían que no existía modo de seguirla. Estefanía remó hasta topar con los muelles y trepó, sin tan solo molestarse en amarrar la barca. No iba a regresar en aquella dirección.

      La capital de Felldust era todo lo que prometía ser desde el agua. El polvo caía sobre ella en olas, mientras a su alrededor las siluetas se movían a través de él con intención ominosa. Una se acercó a ella y Estefanía mostró rápidamente un cuchillo hasta hacerlo retroceder.

      Se adentró más en la ciudad. Estefanía sabía que Lucio había venido hasta aquí y se preguntaba cómo se habría sentido al hacerlo. Probablemente indefenso, pues Lucio no sabía relacionarse con la gente. Pensaba desde el punto de vista de atacar a la gente y exigir, de las amenazas y la intimidación. Había sido un estúpido.

      Estefanía no era una estúpida. Miró a su alrededor hasta encontrar a la gente que tendría información de verdad: los mendigos y las prostitutas. Fue hasta ellos con el oro robado e hizo la misma pregunta una y otra vez.

      —Habladme de Ulren.

      Lo preguntó en callejones y en casas de juego donde las apuestas parecían ser de sangre tanto como de dinero. Lo preguntó en tiendas donde vendían capas de pañoleta contra el polvo y en lugares donde los ladrones se reunían por la noche.

      Escogió una taberna y se instaló allí, haciendo correr la voz por la ciudad de que había oro para aquellos que hablaran con ella. Vinieron y le contaron fragmentos de historia y rumores, chismes y secretos en una mezcla que Estefanía estaba más que acostumbrada a clasificar.

      No se sorprendió cuando dos hombres y una mujer fueron hasta ella, todos con las capas que se usaban en la ciudad para no dejar pasar el polvo, todos llevando el emblema de la antigua Segunda Piedra. Tenían la mirada dura de la gente que está acostumbrada a la violencia, pero eso se podía aplicar a casi cualquiera en Felldust.

      —Has estado haciendo muchas preguntas —dijo la mujer, inclinándose sobre la mesa. Estaba tan cerca que Estefanía podría haberle clavado un cuchillo con facilidad. Tan cerca que podrían haber sido confidentes compartiendo chismes en un baile cortesano.

      Estefanía sonrió.

      —Así es.

      —¿Pensabas que esas preguntas no llamarían la atención? ¿Qué la Primera Piedra no tiene fisgones en la sombra?

      Entonces Estefanía se echó a reír. ¿Habían pensado ellos que no había tenido en cuenta la posibilidad de que hubiera espías? Había hecho más que eso; había confiado en ello. Había hurgado en la ciudad en busca de respuestas, pero lo cierto era que había estado buscando atención tanto como cualquier otra cosa. Cualquier estúpido podía acercarse a una puerta y que se le negara la entrada. Una mujer lista lo hacía de tal manera que los que estaban dentro la hacían pasar.

      Al fin y al cabo, pensaba Estefanía con más diversión, una mujer nunca debería ser la que hace toda la caza en un romance.

      —¿Qué es tan divertido? —preguntó la mujer—. ¿Estás loca o solo eres estúpida? ¿Quién eres, por cierto?

      Estefanía se quitó la capucha para que la mujer viera sus rasgos.

      —Soy Estefanía —dijo—. La antigua prometida del heredero del Imperio, la antigua gobernante del Imperio. He sobrevivido a la caída de Delos y a los mejores esfuerzos de Irrien por matarme. Piensas que tu señor querrá hablar conmigo, ¿no es cierto?

      Se quedó quieta mientras los otros se miraban entre ellos, evidentemente intentando decidir qué hacer ante esto. Finalmente, la mujer tomó una decisión.

      —Nos la llevamos.

      Se colocaron a ambos lados de Estefanía, pero ella hizo un gesto como si caminara con ellos, para que pareciera una escolta noble que y no que la llevaban prisionera. Incluso alargó el brazo y lo posó ligeramente sobre el brazo de la mujer, del modo en que podría haberlo hecho paseando por un jardín en compañía.

      Caminaron por la ciudad y, como este era uno de los escasos huecos dentro del polvo procedente de los acantilados, Estefanía no se molestó en ponerse la capucha de la capa. Dejó que la gente la viera, a sabiendas de que empezarían los rumores sobre quién era y hacia dónde iba.

      Evidentemente, a pesar de la apariencia que ella le daba, este distaba mucho de ser un paseo placentero. A su lado continuaba habiendo asesinos, que no dudarían