Vencedor, Derrotado, Hijo . Морган Райс

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Название Vencedor, Derrotado, Hijo
Автор произведения Морган Райс
Жанр Героическая фантастика
Серия De Coronas y Gloria
Издательство Героическая фантастика
Год выпуска 0
isbn 9781640299061



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salir de este hoyo. Pero sería peligroso. Muy peligroso.

      —¿Pensáis que tengo miedo de vosotros? —preguntó Ceres—. Yo ya he luchado en hoyos. Venga, venid todos.

      Esto no funcionaría a no ser que todos fueran hacia ella. Aun así, fue aterrador cuando descendían en silencio hasta llegar a la dura piedra del hoyo y echaban a correr a toda prisa para atacarla.

      Ceres atacaba y se movía. Había tan poco espacio en el hoyo que existía el peligro de que se arremolinaran a su alrededor. Cortó una mano que la agarró y se agachó para esquivar el golpe de unas garras que se dirigían a su garganta. Notó el arañazo de una mano en el costado y lanzó una patada, derribando a uno de los hechiceros.

      No eran tan fuertes como habían sido. Ceres imaginaba que habían usado más poder del que deseaban al lanzarle la magia. Continuaba atacando, continuaba esquivando dentro del hoyo mientras esperaba el momento en el que algunos de ellos se alinearan como ella quería.

      Ceres lo vio y no dudó. Puede que no tuviera la fuerza y la velocidad superiores que le proporcionaba su sangre, pero todavía era lo suficientemente rápida y fuerte para esto. Derribó a uno que estaba delante de ella, haciéndolo caer de rodillas, lanzó sus espadas fuera del hoyo y usó la espada del hechicero como trampolín mientras este aún se estaba recuperando. Brincó sobre los hombros del siguiente enemigo y, a continuación, saltó con todas sus fuerzas hasta el borde del hoyo. Si esto salía mal, se había deshecho de las únicas armas que tenía para protegerse.

      Impactó contra la piedra del muro del hoyo y se agarró al borde con las manos mientras luchaba por subir. Ceres sintió que algo se le agarraba a la pierna y lanzó una patada por instinto, sintiendo el crujido del hueso cuando dio de lleno en el cráneo de un hechicero. Ese impulso fue lo único que necesitó para continuar escalando y, rápidamente, Ceres subió por el borde del hoyo en el que había caído.

      Agarró sus espadas y se levantó mientras los hechiceros chillaban furiosos.

      —¡Te perseguiremos! —prometieron.

      Entonces uno rugió furioso y lanzó magia en su dirección. Ceres se apartó, pero esto fue como una señal para que los demás también atacaran. Las llamas y los rayos la seguían mientras marchaba corriendo del lugar en el que estaba el hoyo y, a su alrededor, Ceres oyó que los muros retumbaban. Al principio cayeron piedras pequeñas y después más grandes.

      Ceres continuaba corriendo desesperadamente, mientras caían piedras a su alrededor, rebotando al impactar contra el suelo y rodando en el caso de las más grandes. Se abalanzó hacia delante y, al levantarse, vio que el túnel que había detrás suyo ahora estaba bloqueado.

      ¿Detendría esto a los antiguos hechiceros? Posiblemente no para siempre. Si no morían, al final conseguirían abrirse camino a través de él, pero eso no era lo mismo que poder perseguir a Ceres ahora. Al menos, por ahora estaba a salvo.

      Continuó por los túneles, sin saber en qué dirección ir, pero confiando en el instinto bajo el tenue resplandor de la luz de la cueva. Ceres vio que, más adelante, esta daba a una caverna con estalactitas colgando del techo. Allí también se oía el sonido del agua y Ceres se sorprendió al ver un ancho arroyo que pasaba por el medio.

      Además, había un poste de amarre a la que estaba atada una barca de fondo plano. Ceres imaginó que la barca debía llevar allí atada más años de los que ella podía pensar, pero, de alguna manera, todavía parecía fuerte. Río abajo, Ceres vio una luz que no se encontraba en el resto de las cuevas y algo le decía que era hacia donde debía dirigirse.

      Subió a la barca, la soltó y se dejó llevar por la corriente. El agua golpeaba el lado de la pequeña embarcación y Ceres sentía que la expectación crecía en su interior mientras esta avanzaba. En otra ocasión, podría haberse preocupado por una corriente así, pensando que podría llevar hasta un dique, o peor aún, hasta una cascada. Sin embargo, ahora la corriente parecía ser algo intencionado, pensada para llevarla hasta su destino.

      La barca pasó a través de un túnel tan estrecho que Ceres podría haber tocado las paredes de ambos lados. Más adelante había una luz brillante, después de la penumbra de las cuevas. El túnel daba paso a un lugar que no era roca, ni piedra. En su lugar, en un sitio en el que debería haber habido otra cueva, Ceres se encontraba flotando por un trozo de paisaje idílico.

      Ceres reconoció la obra de los Antiguos al instante. Solo ellos podrían haber hecho algo así. Puede que los hechiceros hubieran encontrado el poder para una ilusión, pero esto parecía real; incluso olía a hierba fresca y a gotas de rocío. La barca chocó ligeramente contra la orilla y Ceres vio un amplio prado enfrente, lleno de unas flores silvestres cuyo aroma era dulce y delicado. Algunas de ellas parecían moverse con ella a su paso, y Ceres sintió el roce de las espinas contra su pierna, que sangró junto a un agudo pinchado de dolor.

      Sin embargo, tras esto desaparecieron. Al parecer, fueran las defensas que fueran, no estaban pensadas para no dejarla pasar a ella.

      A Ceres le llevó un momento darse cuenta de que había dos cosas extrañas en el lugar por el que pasaba. Bueno, más extrañas de lo que lo era un trozo de paisaje en medio de un complejo de cuevas, para empezar.

      Una cosa extraña era el modo en el que las visiones del pasado parecían haberse detenido. En las cuevas de arriba, parecían aparecer y desaparecer a cada parpadeo, mostrando el ataque final de los Antiguos al hogar de los hechiceros. Aquí, el mundo no parecía estar atrapado a medio camino entre dos puntos. Aquí, era tan tranquilo como inalterable, sin los constantes cambios que se experimentaban en el resto de aquel lugar.

      La segunda cosa extraña era la bóveda de luz que se alzaba en el centro, de un dorado brillante en contraste con el verdor del resto. Era del tamaño de una casa grande, o de la tienda de algún señor nómada, pero aun así parecía estar compuesta de energía casi por entero. Al mirarla, al principio pensó que la bóveda podría ser un escudo o un muro, pero de algún modo Ceres sabía que era más que eso. Era un lugar con vida, un hogar.

      También pensó que era el lugar donde podría encontrar lo que fuera que estaba buscando. Casi por primera vez desde que había pisado el hogar de los hechiceros, Ceres se atrevió a sentir un destello de esperanza. Tal vez este era el lugar donde recuperaría sus poderes.

      Tal vez, después de todo, podría ayudar a salvar Haylon.

      CAPÍTULO TRES

      Mientras navegaba en dirección a la Costa del Hueso de Felldust, Jeva sufrió la sensación más extraña de su vida: le preocupaba que iba a morir.

      Era una sensación nueva para ella. No era algo que su pueblo estuviera acostumbrado a experimentar. Y, desde luego, no era algo que ella hubiera deseado jamás. Probablemente equivalía a algún tipo de herejía el ir flotando, contemplando la posibilidad de reunirse con los muertos que estaban esperando y, en realidad, preocuparse por ello. Los de su especie acogían la muerte, incluso la recibían como una oportunidad para ser finalmente uno con el gran oleaje de sus antepasados. No les daba miedo el peligro.

      Pero eso era exactamente lo que Jeva sentía ahora, al ver la débil línea de la orilla de Felldust aparecía en el horizonte. Le daba miedo pensar que podía ser aniquilada por lo que tenía que decir. Le daba miedo que la mandaran a reunirse con sus antepasados, antes de poder ayudar en Haylon. Se preguntaba qué había cambiado.

      La respuesta a ello era muy fácil: Thanos.

      Se puso a pensar en él mientras navegaba hacia tierra, observando a las aves marinas que se reunían en bandadas flotantes a la espera de la siguiente ocasión de conseguir comida. Antes de conocerlo a él, ella era… bien, quizás no era igual que todos los de su pueblo, ya que la mayoría de ellos no sentían la necesidad de deambular hasta Puerto Sotavento y más allá. Aun así, había sentido lo mismo que ellas y, por supuesto, había sido igual que ellos. Desde luego, no sentía miedo.

      No era miedo por ella exactamente, aunque sabía perfectamente bien que su propia vida estaba en juego. Estaba más preocupada