Irrien observaba a los hombres esforzándose por retenerla, intentando evaluar la auténtica fuerza de aquella cosa. No podía imaginar tener que luchar contra ella. No podía imaginar que alguien sobreviviera a su ataque. Por poco tiempo, aquel único ojo se encontró con el suyo y la única impresión que tuvo Irrien fue de odio: un odio profundo y perdurable por todo lo que viviera.
—¿Y si después no pueden hacerla regresar? –dijo Irrien—. No tengo ningún deseo de que venga a por mí.
N’cho asintió.
—No es una cosa pensada para este mundo, Primera Piedra —dijo—. El poder que la integra se agotará con el tiempo.
—Llevadla a las barcas —ordenó Irrien.
N’cho asintió e hizo gestos a los hombres, dando órdenes acerca de hacia dónde tirar y con cuánta fuerza. Irrien vio el momento en que uno de los hombres tropezaba y la bestia lo atacaba, partiéndolo por la mitad.
A Irrien no le asustaban muchas cosas, pero esta cosa sí. Sin embargo, esto era bueno. Significaba que era poderosa. Tan poderosa como para asesinar a sus enemigos.
Tan poderosa como para acabar con esto de una vez por todas.
CAPÍTULO NUEVE
Estefanía estaba impaciente en la sala de recepción del vasto hogar de Ulren, con el gesto tan falto de expresión como cualquiera de las estatuas que allí había, a pesar del miedo que sentía entonces. Porque había miedo, a pesar de lo que había planeado este momento y a pesar de todo lo que había hecho para llegar allí.
A partir de su intento por seducir a Irrien, ya sabía lo mal que podía salir esto. Un paso en falso y podría acabar muerta, o peor, vendida como el premio de algún hombre rico. Con un poco de suerte, la antigua Segunda Piedra sería más fácil de atraer que la primera.
La presencia continuada de los matones que la habían traído hasta allí no ayudaba a calmar los nervios de Estefanía. No le hablaban ni la trataban con la deferencia que exigía su posición. En su lugar, los dos hombres estaban al lado de la puerta como carceleros y la mujer se había ido a avisar a Ulren de que Estefanía estaba allí.
Estefanía pasaba el tiempo pensando en la mejor manera de presentarse. Escogió un lugar donde había un diván en el centro y se reclinó con elegancia sobre él, incluso de forma seductora. Quería dejarle claro a Ulren desde los primeros instantes para qué estaba allí.
Cuando la Segunda Piedra entró en la sala de recepción, con la matona a su lado, Estefanía hizo todo lo que pudo por no levantarse e irse. Mantener la sonrisa en su rostro era incluso más difícil, pero Estefanía tenía práctica de sobras cuando se trataba de esconder lo que realmente sentía.
Puede que las estatuas de Ulren hubieran mostrado a un joven atractivo y fuerte en la flor de la vida, pero ahora la Segunda Piedra distaba mucho de ello. Era viejo. Peor que eso, la edad no le había tratado bien con sus arrugas y manchas de la edad, la escasez de pelo y las cicatrices que había acumulado. Este era el tipo de hombre sobre el que las jóvenes nobles bromeaban porque las más pobres de entre ellas tenían que casarse con él por dinero, no el que Estefanía debería haber considerado como marido en potencia.
—Primera Piedra Ulren —dijo Estefanía, sonriendo mientras se levantaba—. Qué bien poderle conocer por fin.
Mentía porque estaba en juego algo mucho más importante que ele dinero. Este hombre podía devolverle su reino. Podía devolverle lo que le habían quitado y más.
—Mi sirvienta me dice que eres Estefanía, la noble que fue reina del Imperio por poco tiempo —dijo Ulren—. Sembraste rumores para llamar mi atención. Ahora ya la tienes. Espero que no llegues a arrepentirte de ello.
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