Morrigan. Laura Merlin

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Название Morrigan
Автор произведения Laura Merlin
Жанр Детская проза
Серия
Издательство Детская проза
Год выпуска 0
isbn 9788873047148



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elegí a Queen con Princes of de Universe.

      Al llegar a la entrada del parque, comencé a correr.

      Me gustaba aquel lugar, me daba alegría incluso en los días negros como aquel. Parecía que allí nunca se podría terminar con el verde de los árboles y el pasto tan bien cuidado.

      Aquella mañana había muy pocas personas. Comúnmente, en junio, se podían encontrar muchos niños paseando con los abuelos, incluso a las 8 de la mañana. En cambio era como si aquel día todos se hubieran quedado en casa y solo yo hubiera tenido la loca idea de salir.

      Esto no me gustaba nada.

      Llegué a la zona más alejada y bella del parque, donde corría un pequeñísimo río, atravesado por un puente de madera, muy bien conservado.

      Respiraba hondo aquel dulce perfume de agua y tierra mojada, cuando un rumor extraño llamó mi atención.

      Me saqué los auriculares para escuchar mejor.

      Parecían llantos.

      Me detuve y miré un poco a mi alrededor. Con el dorso de la mano me sequé el sudor de la frente y di algún paso más hacia adelante, siempre escuchando desde dónde venía aquel ruido.

      Y la vi.

      Era una viejita de rostro dulce, y con los cabellos recogidos ordenadamente en un moño. Estaba llorando, triste por algo que no sabía.

      â€œSeñora, ¿todo bien?” pregunté, avanzando algún paso con lentitud.

      A su lado había un cesto con ropa, simplemente estaba lavando la ropa en el río.

      Sentí curiosidad y temor, al mismo tiempo, sin saber por qué. Después de todo, era solo una señora anciana, demasiado triste y sola.

      â€œÂ¿Señora?” intenté de nuevo, con un tono más dulce, dado que no parecía haber notado mi presencia.

      Estaba muy cerca, y podía ver lo que tenía entre sus manos.

      En un primer momento pensé que podía ser ropa de su probable difunto marido. En cambio, mirando bien, me di cuenta que sostenía una remera demasiado pequeña para ser usada por un hombre, y muy juvenil como para que fuera suya.

      Agudicé la vista, para ver mejor, y dos cosas me paralizaron la respiración.

      Había un dibujo en aquella remera blanca, una simple mariposa rosada. Bajé la vista y vi que era la misma que llevaba puesta yo.

      Â¡No tenía sentido!

      Â¿Aún dormía?

      Â¿Pero cuándo me había dormido?

      No, estaba despierta y consciente. Desgraciadamente.

      La viejita estaba concentrada en su trabajo, empeñada en quitar una mancha.

      Una mancha rojiza e irregular.

      Me relajé un segundo. Tal vez era de una nieta, la había ensuciado y la abuela la estaba lavando.

      Pero, ¿por qué lloraba?

      Mis ojos se detuvieron en el color escarlata del agua que bajaba. ¿Podía ser una mancha de sangre fresca? Justo a la altura del lado derecho.

      Mi fantasía viajaba de manera demasiado veloz. ¡Era todo muy absurdo para ser verdad!

      La abuelita se dio vuelta y me fijó, con dos ojos de hielo que parecían implorarme que la entendiera.

      â€œLo lamento”.

      â€œÂ¿Por qué, señora?”, traté de preguntar en un tono calmo, “¿Qué sucedió? ¿Por qué hay toda esa sangre?”

      â€œLo entenderás…pronto…lo siento”, y volvió a su tarea, siempre llorando y dejando que las lágrimas le recorrieran el rostro, ya surcado por las arrugas.

      Hubiera querido consolarla, continuar hablando, preguntarle más, pero apenas abrí la boca, sentí el ladrido de un perro.

      Me di vuelta y lo vi allí, a dos pasos de mí. Un lobo, de manto negro como la noche, me ladraba.

      Sentí un segundo de temor por la señora, y me giré para advertirla, pero ya no estaba allí, ni elle ni el cesto de la ropa.

      El corazón me dio un salto, ¡no podía haberme imaginado todo!

      Mientras tanto el lobo avanzó hacia mí y me apoyó el hocico en la mano, para llamar mi atención.

      Hizo que le acariciara la cabeza y luego saltó hacia la zona noreste del parque, la zona a la cual iban las parejas para estar tranquilas.

      En efecto, era un lugar bastante apartado, con grandes sauces llorones, que podían crear un perfecto escondite.

      Yo nunca había ido, porque me parecía un lugar peligroso.

      Las dudas de mi cabeza se desvanecieron, cuando escuché gritos que provenían desde allí y, sin pensarlo, corrí detrás del lobo.

      Después de un par de metros, llegué. Los gritos eran más fuertes y podía oír voces. Retiré unas ramas de sauce y pude ver toda la escena.

      â€œEres solo una pequeña molestia”, gritó la chica de cortos cabellos rubios, que le caían todos a un lado.

      â€œNo, te lo ruego, déjame ir. No he hecho nada”

      Miré hacia el lugar del que provenía esa voz.

      Era una muchacha simple, con cabellos desordenados de color castaño que le caían sobre los hombros.

      Una tercera muchacha, la sostenía de los brazos, por detrás, de manera de no permitirle moverse. No decía nada, se limitaba a sonreír, masticando frenéticamente un chicle. La cresta verde y roja, en la cabeza, y una cantidad de piercings en las orejas y en la cara, la hacían parecer un muchacho.

      â€œÂ¿Qué?” dijo la rubia. “Tú estúpida muchachita, fuiste a la policía a decir que te sacamos plata para la coca”

      â€œIo… io…”, susurró la pobre muchacha.

      â€œÂ¿Tú qué?…admítelo o…” La mano de la rubia bajó hasta el bolsillo trasero de su jean, sacó una navaja, y con un movimiento rápido hizo saltar la punta que brilló amenazadora delante de los ojos de la pobre víctima indefensa.

      Odiaba a quiénes hacían bulling. Me había pasado que me tomaran el pelo, pero nunca nadie había llegado al extremo de amenazarme con un cuchillo.

      No lo podía concebir, esto era demasiado.

      Noté la expresión de la pobre muchacha. Estaba aterrorizada, lloraba a mares, y se la había corrido el poco maquillaje que se había puesto en los ojos.

      Â¿Cómo podían tratar así a una pobre muchacha indefensa?

      Algo dentro de mí comenzó a bullir. Sin que me diera cuenta, mis piernas se movieron solas, como empujadas por una fuerza exterior.

      â€œHey, déjenla” grité.

      Me precipité hacia ellas, la adrenalina se apoderó de mí y ya no respondía por mis acciones.

      â€œÂ¿Qué quieres? Vete, no te metas en problemas ajenos” dijo la rubio fulminándome con la mirada.

      â€œDéjenla en paz y me voy”

      â€œVete ahora” dijo, moviendo los ojos. “No son problemas tuyos, ¿cuántas veces debo