Название | Encuentro Con Nibiru |
---|---|
Автор произведения | Danilo Clementoni |
Жанр | Научная фантастика |
Серия | |
Издательство | Научная фантастика |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788873047421 |
«Esto es Nibiru» dijo indicando el planeta más grande. «Y estos son sus satélites de los que estábamos hablando.»
Alrededor del majestuoso planeta, siete cuerpos celestes, mucho más pequeños, giraban velozmente a distancias y velocidades diferentes entre ellos. Azakis acercó el dedo Ãndice hacia el que estaba orbitando más lejos de todos y lo agrandó hasta hacerlo tan alto como él. Después dijo solemnemente, «Señores, os presento a Kodon, el imponente amasijo rocoso que ha decidido causar unos cuantos problemas a vuestro amado planeta.»
«¿Cómo es de grande?» preguntó Elisa, mientras observaba curiosa aquel grumoso globo gris oscuro.
«Digamos que, por lo que respecta a su dimensión, es ligeramente más pequeño que vuestra Luna pero casi duplica su masa.» Azakis hizo un gesto rápido con la mano y enfrente de ellos apareció todo el sistema solar con los planetas que se movÃan lentamente en sus respectivas órbitas. Cada una de las trayectorias estaba representada por finas lÃneas de distintos colores.
«Esta» continuó Azakis, indicando una marca rojo oscura «es la trayectoria que Nibiru seguirá durante la fase de aproximación al Sol.» A continuación aceleró el movimiento del planeta hasta acercarlo a la Tierra y añadió «Y este es el punto donde las órbitas de los dos planetas se cruzarán.»
Los dos terrestres seguÃan maravillados, pero con mucha atención, la explicación que Azakis les estaba dando sobre el incidente que, dentro de pocos dÃas, pondrÃa sus vidas patas arriba y también la de todos los habitantes del planeta.
«¿A qué distancia pasará Nibiru de nosotros?» preguntó con tranquilidad el coronel.
«Como estaba diciendo», respondió Azakis «Nibiru no os molestará mucho. Será Kodon el que rozará la Tierra y creará unos cuantos problemas.» Acercó todavÃa más la imagen y mostró la simulación del satélite en el momento en que llegarÃa al punto más cercano de la órbita terrestre. «Este será el momento de máxima atracción gravitacional entre los dos cuerpos celestes. Kodon pasará a sólo 200.000 kilómetros de vuestro planeta.»
«¡Porras!» exclamó Elisa. «Una tonterÃa de nada»
«La última vez» contestó Azakis «hace exactamente dos ciclos, pasó aproximadamente a 500.000 kilómetros y todos sabemos la que montó»
«SÃ, el famoso Diluvio Universal»
Jack estaba de pie con las manos cruzadas detrás de la espalda mientras se movÃa arriba y abajo sobre la punta de los pies y luego sobre los talones columpiándose de esta manera hacia delante y hacia atrás. De repente, con un tono muy serio, rompió el silencio diciendo «No soy seguramente un experto en la materia pero temo que ninguna tecnologÃa terrestre sea capaz de hacer nada para contrarrestar un acontecimiento de este tipo»
«Quizás podrÃamos lanzar contra él unos misiles con cabezas nucleares» se arriesgó a decir Elisa.
«Eso sólo sucede en las pelÃculas de ciencia ficción» dijo sonriente Jack. «Además, admitamos que conseguimos que lleguen a Kodon, nos arriesgamos a fragmentar el satélite en miles de pedazos provocando de esta forma una amenazante lluvia de meteoritos. Eso si que serÃa el fin de todo»
«Perdonad» dijo entonces Elisa volviéndose hacia los dos alienÃgenas. «¿No habÃais dicho antes que, a cambio de nuestro valiosÃsimo plástico, nos ayudarÃais a resolver esta absurda situación? Espero que tengáis una buena idea para ayudarnos, sino estamos fritos»
Petri que, hasta este momento habÃa permanecido callado en un segundo plano sonrió levemente y caminó en dirección al escenario tridimensional que se encontraba en mitad del puente de mando. Con un rápido movimiento de la mano hizo aparecer una especie de rosquilla plateada. La tocó con el dedo Ãndice y la movió hasta colocarla exactamente entre la Tierra y Kodon, después dijo «Esta podrÃa ser la solución.»
Tell el-Mukayyar â La fuga
En la tienda laboratorio, los dos falsos beduinos que habÃan intentado robar a los alienÃgenas el valioso contenido de su nave espacial, habÃan sido amordazados y atados con fuerza a un barril lleno de carburante. Estaban sentados sobre la tierra, con las espaldas apoyadas en el pesado contenedor metálico, colocados de manera que mirasen en direcciones opuestas. Fuera de la tienda, un ayudante de la doctora estaba de guardia y, de vez en cuando, se asomaba al interior para controlar la situación.
El más delgado de los dos que, a causa del golpe que habÃa recibido del coronel en el costado tenÃa, seguramente, un par de costillas rotas, a pesar del dolor que le estaba impidiendo casi respirar, no habÃa dejado ni un momento de mirar alrededor buscando algo que pudiese servirle para liberarse.
Desde un pequeño agujero en la pared la luz del sol vespertino penetraba tÃmidamente en el interior de la tienda, dibujando en el aire caliente y polvoriento un sutil rayo luminoso. Aquella especie de espada de luz perfilaba sobre el suelo una pequeña elipse blanca que muy lentamente se movÃa hacia los dos prisioneros. El tipo delgado estaba siguiendo, casi hipnotizado, el lento avance de aquella mancha blanca cuando un repentino rayo de luz lo devolvió a la realidad. Semienterrado en la arena, a unos cinco metros de él, una cosa metálica reflejó la luz solar directamente hacia su ojo derecho. Movió ligeramente la cabeza e intentó comprender de qué se trataba, sin conseguirlo. Intentó, entonces, alargar una pierna en aquella dirección pero un dolor agudo e intenso en el costado le recordó las condiciones de sus costillas y decidió desistir. Pensó que, de todas formas, no hubiese llegado; intentando hablar a través de la mordaza susurró: âEh, ¿estás vivo?â
El compañero gordo no estaba mejor que él. Después de la caÃda que le habÃa provocado la acción de Petri, sobre su rodilla izquierda habÃa aparecido un enorme hematoma, tenÃa un bonito chichón sobre la frente, el hombro derecho le dolÃa a morir y la muñeca derecha estaba hinchada como una pelota.
«Creo