Episodios Nacionales: Juan Martín el Empecinado. Benito Pérez Galdós

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Название Episodios Nacionales: Juan Martín el Empecinado
Автор произведения Benito Pérez Galdós
Жанр Зарубежная классика
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Издательство Зарубежная классика
Год выпуска 0
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redondos… Sigamos. Yo (coma) no llevaba conmigo (coma) más que la mitad (coma) de la gente (dos comas).

      – No son necesarias tantas comas – replicó con timidez el escribiente.

      – La claridad es lo primero – dijo el héroe – y no hay cosa que más me enfade que ver un escrito sin comas, donde uno no sabe cuándo ha de tomar resuello. Bien; puedes comearlo como quieras… Adelante… porque había dejado en tierra de Guadalajara la división de D. Antonio Sardina; pero Durán llevaba consigo toda su gente, y toda la de D. Antonio Tabuenca y D. Bartolomé Amor (punto, un punto grande). Reuníamos entre todos 5.000 hombres… ¿Hombres con h? Me parece que se pone sin h… No estoy seguro. En el infierno debe estar el que inventó la otografía, que no sirve más sino para que los estudiantes y los gramáticos se rían de los generales… Adelante: Pues como iba diciendo a vuecencia… no, no: quita el como iba diciendo… eso no es propio, y pon: el 26 de Setiembre entre dos luces, aparecimos Durán y yo sobre Calatayud y les sacudimos a los franceses tan fuerte paliza…

      – Eso de paliza – dijo el escribiente mordiendo las barbas de la pluma – no me parece tampoco muy propio.

      – Hombre, tienes razón – repuso el Empecinado rascándose la sien y plegando los párpados. – Pero es lo cierto que no sabe uno cómo decir las cosas, para que tengan brío… En los oficios se han de poner siempre palabritas almibaradas, tales como embestir, atacar, derrotar, y no se puede decir les sacudimos el polvo, ni les espachurramos, lo cual, al decirlo, parece que le llena a uno la boca y el corazón. Escribe lo que quieras… Bien: les embestimos, desalojándoles de la altura que llaman los Castillos, y pescando algunos prisioneros.

      Entusiasmado por el recuerdo de su triunfo volviose a nosotros, y con semblante vanaglorioso nos dijo:

      – Bien hecho estuvo aquello, señores. Si les hubiesen visto ustedes cómo corrían… Y eso que ya había mucha diferiencia en las fuerzas. Ellos eran más… Pon eso también – añadió dirigiéndose al escribiente, – pon lo de la diferiencia… así, está bien. Ahora sigue: La guarnición se encerró en el convento fortificado de la Merced, y los mandaba un tal musiú Muller… escribe con cuidado eso del musiú… se pone MOSIEURRE… muy bien… Ahora descansemos, y un cigarrito.

      D. Juan Martín nos dio a cada uno de los presentes un cigarro de papel, y fumamos. Aunque habló por breve rato de asuntos ajenos a la acción de Calatayud, el general no podía apartar de su mente la comunicación que estaba redactando, y dijo a su amanuense.

      – Vamos a ver. Adelante. Pues como iba diciendo a vuecencia… no: eso no; ¡maldita costumbre! Pon Durán atacó el convento de la Merced, y como no tenía artillería, abrió minas… en fin, para no cansar a vuecencia, Durán los amoló.

      El escribiente, comiéndose otra vez las barbas de la pluma, miró al general con expresión dubitativa.

      – Tienes razón – dijo el Empecinado. – Pero si esta maldita lengua mía no sirve para nada… ¿Por qué no he de poder poner en un oficio amolar, reventar, jeringar, y otras voces que expresan la idea con fuerza?… y no que ha de estar usted plegando la boca como un señoritico para decir nuestra ala derecha hizo retroceder al enemigo, y otras pamemas que están bien en labios de damiselas y abates verdes. Pon que Durán derrotó a los franceses y se zampó dentro del convento, y escribe el vocablo que quieras, porque una de dos: o dejamos las armas para aprender la gramática y las retóricas, o hamos de escribir lo que sabemos. Adelante. Ahora letra muy clara y redondita y bien comeado el párrafo. Oye bien. Mientras Durán se cubría de gloria en la Merced (esto sí está bien parlado y no criticarán los bobos del ejército) yo me fui con mi gente al puerto del Fresno (10), maliciándome… no, maliciándome no, sospechando que el francés de Zaragoza vendría por allí con ojepto (muy clarito eso de ojepto, que es palabreja peliaguda) de auxiliar al de Calatayud… (auxiliar con X grande que se vea bien) y en efecto, Ezcelentísimo señor, el 1º de Octubre apareció una columna francesa, a la cual escabeché… No, ya se han reído mucho otra vez porque dije escabechar… ¡como si hubiera en castellano alguna otra palabra para expresar lo que quiere decir esta!… En fin, para no cansar a vuecencia, desbaratamos la columna; matándole mucha gente, y cogiendo muchos prisioneros, entre ellos al coronel Mosieurre (muy clarito eso) Guillot… Ahora se añadirá lo de Grajanejos, y que conseguido nuestro fin, Durán se retiró por un lado y yo por otro, y me vine a la sierra, donde espero las órdenes de vuecencia, Dios guarde a vuecencia… Vamos, Recuenco, pronto, ponlo en limpio, lo firmaré y se llevará al momento… Letra clara y hermosa.

      Concluyó al fin Recuenco, que así llamaban al escribiente, el oficio que firmó D. Juan Martín con nombre y apellido, acompañados de una rúbrica harto adornada de rasgos, y luego se cerró con las obleas rojas para enviarle a su destino. Satisfecho el héroe de su obra, no se ocupó más del asunto, y departió un rato con nosotros, demostrándonos confianza suma.

      – A esta fecha – nos dijo, después que le contamos algo de los sucesos políticos de Cádiz – ya debe estar hecha la Constitución. Veremos si hay alguien que ponga la mano en ella para quitarla. Yo, a ser la Regencia y las Cortes, les metería el resuello en el cuerpo a todos esos mandrias servilones… No sé para qué estamos aquí los hombres que sostenemos la guerra. Como defendemos a España, defenderemos mañana la Constitución. Dicen que será hasta allí… una ley liberal y española que meta en cintura a los que no la quieran… Pero todos la queremos. Está la gente entusiasmada con la Constitución… Hay que oírles… Y dicen que nuestro cautivo monarca está contentísimo de que la hayamos hecho.

      – Así debe ser.

      – Y díganme ustedes: ¿han oído ustedes hablar a D. Agustín Argüelles, a García Herreros y a Muñoz Torrero? Parece que no se muerden la lengua.

      – Los tres son eminentes oradores.

      – ¡Buena gente tenemos en España! Cuando se acabe la guerra se formará un gobierno regular con todos los hombres ilustres, y ya no tendremos más Godoyes. El pícaro gobierno absoluto es la peor cosa del mundo.

      – En esta guerra – dije – han salido muchos hombres distinguidos, que después en la paz servirán al Estado de otro modo.

      – Así será; pero no yo – repuso con modestia, – pues cuando esto se acabe me meteré en Castrillo de Duero o en Fuentecén y con un par de mulas… después de la guerra, lo único que me gusta es la labranza. No pienso poner los pies en la Corte. Si algún día necesita el rey de mí contra los serviles, allá voy. España, el rey, la Constitución: ese es mi remoquete. Nada más. Yo no hago la guerra como otros, por ganar perifollos, grados ni riquezas. Han de saber ustedes que yo soy muy militar, y que desde muy niño supe manejar las armas. Mis padres no querían que fuese soldado; pero tal era mi afición, que a los diez y seis años me escapé de la casa paterna para alistarme en el ejército. Mi padre me libertó del servicio y casi arrastrando llevome a Castrillo; pero cuando cerró el ojo volví a las andadas, y alistándome en el regimiento de caballería de España, estuve en la guerra del Rosellón. Concluida, volví a mi casa y en Fuentecén me casé.

      Tranquilo vivía cultivando mis tierras, cuando se dijo que al rey Fernando se lo llevaban a Francia. Yo quería echarme al campo (11); porque esta canalla francesa me cargaba, señores, y cuando la gente de aquí se entusiasmaba con Napoleón, yo decía: Napoleón es un infame. Si entra Fernando en Francia, no sale hasta que le saquemos… No me quisieron creer… Vino Mayo y al fin se descubrió el pastel. Yo no podía aguantar más y me picó mostaza en la nariz. Llamé a Juan García y a Blas Peroles, y les dije: ¿Nos echamos o no nos echamos? Ellos me contestaron que ya tenían pensado salir a matar franceses, y en efecto, salimos. Éramos tres. Nos pusimos en el camino real a cuatro leguas de Aranda, en un punto que llaman Honrubia, y allí a todo correo francés que pasaba, le arreglábamos la cuenta. Fue llegando gente y se formó una partidilla… La verdad es que no sé cómo se formó. La partida se hizo ejército y aquí estamos. Me han hecho brigadier. Yo no lo he pedido. Quieren que sea general… He servido a la patria con fe, y también con buen resultado, ¿no es verdad?».

      – La fama del Empecinado – respondió mi compañero – llena toda la extensión de España.

      – Me